Itinerario personal
A partir de 1994, los nuevos zapatistas, y los movimientos indígenas que se les unieron o iniciaron luchas complementarias, revelaron la sorprendente novedad del pasado. Su efecto fue político, pero también intelectual, pues impulsó a que la actualidad fuese entendida con códigos que venían de otro tiempo. Unos meses después del levantamiento, escribí una crónica sobre el metro de la Ciudad de México. En sintonía con las discusiones del momento, el mundo subterráneo me pareció una representación moderna de la gruta del origen, común a la mayoría de las cosmogonías prehispánicas, y de Mictlán, el destino subterráneo de los muertos. En el metro, como en el discurso zapatista, una herencia atávica coexiste con signos posmodernos.
La tecnología, importada de Francia, era lo más nuevo que podía conseguirse en 1969, cuando se estrenó la línea 1. Por otra parte, los nombres nahuas de numerosas estaciones, la decoración que imitaba frisos precolombinos, los iconos que convertían la cartografía en un códice pictográfico y la pirámide hallada en la estación Pino Suárez, eran señas de una insólita “modernidad prehispánica”. En 1994, este choque de símbolos dio lugar al texto “La ciudad es el cielo del metro”, incluido años después en mi libro El vértigo horizontal. Una ciudad llamada México.
Menciono este itinerario personal porque da cuenta de las distintas formas en que el pasado indígena ha sido visto por mi generación. El camino que va del cuento “La noche navegable” (1980) a la crónica sobre el metro (1994) atestigua un desplazamiento: el mundo indígena deja de ser un telón de fondo, inescrutable y hechizado, se convierte en una explicación del presente.
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
Villoro, Juan, “Itinerario personal”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 95, pp. 36-43.