Conservar para revivir a Leopoldo Batres
En ocasiones, al platicar sobre mi ancestro, enfrenté comentarios sobre lo nefasto y destructor que había sido, al dañar sin remedio al considerado ahora patrimonio nacional. La culpa lo ronda sin una fuente comprobable: que dinamitó insignes monumentos, que fabricaba ídolos falsos, que vendía al igual que comerciaba con piezas originales: ésas y otras linduras me invitaron a conocerlo en la voz de sus papeles.
Algo que dañó a la tía guardiana fue la aparición en 1981 de un libro titulado El misterio de las pirámides, de Peter Hopkins. En sus páginas, además de lo citado, encuentro una clave, Leopoldo Batres era “hijo bastardo” de Manuel Romero Rubio, ministro de Gobernación de Díaz; yerno de éste, contaba con el beneplácito total para sus acciones.
Para refutar lo anterior, su nieta Dolores solicitó en el Sagrario Metropolitano el acta de bautismo de su abuelo. Tiempo después conocí el libro de Carleton Beals, premiado por la Institución Carnegie en 1926, que en dos páginas asienta lo repetido por Hopkins.
Desde la década de 1920, los estudiosos de la moderna arqueología repitieron “la cantata del perverso arqueólogo” y se filtró entre generaciones de alumnos ávidos de consumir historias; Batres se convirtió en mito. Acercándome a Paul Valéry (1871-1945), coincido: “Mito es el nombre de todo eso que no existe y que subsiste, al tener sólo la palabra por causa”.
Los ecos de su voz en los papeles En 1996 redacté un texto: “El rescate arqueológico de un arqueólogo”, y ahí anoté:
Pienso que el tiempo va asentando capas de escombros sobre lo olvidado; a Batres le tocó remover toneladas de material ajeno a la Pirámide del Sol en Teotihuacán para dejar visible lo que él consideró como el cuerpo original. Con tino o desacierto, fue la primera gran obra realizada por un arqueólogo mexicano, por eso al conservar sus papeles, voy encontrando su voz, su enorme presencia en el antiguo régimen y su vanidad ilimitada, sobre todo, su trabajo constante en los “archivos de piedra” como él los llamaba (Pruneda, 1996).
Ricardo Pérez Monfort rememoró lo siguiente al acompañarme en una plática sobre el personaje:
Como muchos interesados en el pasado mexicano, tanto arqueológico como porfiriano, una de las primeras referencias que tuve sobre el trabajo arqueológico de Teotihuacán de Leopoldo Batres a fines del siglo antepasado y principios del XX, fue la de “el dinamitero”, desmesurado e inconsciente destructor de claves fundamentales sobre el legado de nuestros antepasados, implícito en las estructuras arquitectónicas que aún hoy son muestras de orgullo nacional. Reducir el trabajo de Batres al estereotipo del arqueólogo destructor y oportunista ha sido una de las múltiples injusticias que puebla el quehacer arqueológico, antropológico e histórico de este país. Por eso habría que acercarse a él y a su contexto sin tanto prejuicio y con mejor voluntad.
Imagen: Primer museo de sitio de Teotihuacan, septiembre de 1910. Se observa la clasificación de cada una de las piezas encontradas en las excavaciones. El que cada objeto tuviera una referencia para ayudar al espíritu científico fue una de las obsesiones de Batres. Foto: Archivo Batres.
Elvira Pruneda. Restauradora de material gráfico del Centro INAH Morelos de 1986 a 2018. En 2000 recibió en custodia el Acervo Leopoldo Batres (1852-1926). Estudió la maestría en historia en el CIDEHM.
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
Pruneda, Elvira, “Conservar para revivir a Leopoldo Batres”, Arqueología Mexicana, núm. 177, pp. 60-65.