Los centzon totochtin o 400 conejos de Alfredo López Austin

Por: Guilhem Olivier

 

“Todos tenemos obsesiones. Yo tengo muchas, y entre ellas la de la presencia de un simpático personaje que nos saluda en las noches claras desde la superficie de la Luna. Es un conejo dibujado entre sombras y claros del blanco disco celeste” (López Austin, 2022, p. 769). Como la Luna que persigue al Sol sin alcanzarlo jamás, Alfredo López Austin nunca ha dejado de interrogarse en su amplia obra sobre el papel del cuerpo celeste en la cosmovisión mesoamericana y su asociación con el conejo.

Recordemos su artículo intitulado “El monolito verde del Templo Mayor”, en el que identifica esta pieza con la diosa Mayáhuel con base en el mito de creación que narra su muerte, descuartización y renacimiento gracias a Ehécatl Quetzalcóatl (López Austin, 1979). Deidad telúrica y lunar a la vez, Mayáhuel aparece en el monolito con su nombre calendárico, Ce Tochtli, “Uno Conejo”, y con el del jefe de los centzon totochtin, los 400 conejos, dioses de la embriaguez, Ome Tochtli, “2 Conejo”. Apunta López Austin (1979, p. 145): “Es posible que el mito de Mayáhuel convertida en maguey contenga también su aspecto lunar, la acción de los seres celestes, las tzitzimime, que devoran a la virgen hasta dejar sólo los huesos enterrados después por Ehécatl: no es remoto que esta parte del mito se refiera a la paulatina desaparición del disco brillante de la Luna”.

Encontramos también profundas reflexiones sobre la Luna en Los mitos del tlacuache. Caminos de la mitología mesoamericana, obra monumental en torno a las narraciones dedicadas al simpático marsupial, personaje multifacético que, entre otras características, aparece como un viejo borracho asociado al mundo frío, nocturno y lunar (López Austin, 1990). Es más, en 1990 López Austin publicó en la revista México Indígena un breve texto, “El conejo en la cara de la Luna”, cuyo título fue adoptado por un libro que agrupa varios Ensayos sobre mitología de la tradición mesoamericana (López Austin, 1994), como dice el subtítulo.

De hecho, el historiador mexicano se ha dado a la tarea de analizar una  y otra vez los mitos de origen del Sol y de la Luna, así como espacios mesoamericanos–Tamoanchan, Tlalocan y el Monte Sagrado– relacionados con el inframundo, los cerros y por supuesto con la Luna (López Austin, 1994b; López Austin y López Luján, 2009). ¿No asegura una fuente del siglo XVI que el Tlalocan se encontraba, precisamente, en la Luna (Tlalocan ipan meztli)? (Códice Vaticano Latino 3738, 1996, f. 2r). Los retos han sido numerosos: primero, reunir y analizar los datos nahuas, en particular el famoso mito de origen del Sol y la Luna en Teotihuacan recopilado por fray Bernardino de Sahagún, y sus variantes en las fuentes del siglo XVI; después, documentar la difusión de esta narración en la época prehispánica a partir de la rica iconografía astral mesoamericana; y por último, acudir a la inagotable tradición oral indígena que ocupa un lugar cada vez más destacado en su obra.

Sin duda, una de las grandes aportaciones de López Austin, desde Hombre dios. Religión y política en el mundo náhuatl (1973) hasta el número 186 de Arqueología Mexicana, titulado “Fases y faces de la Luna. El personaje astral en la mitología mesoamericana” (2024), ha sido otorgar a la información etnográfica un valor central en la compleja reconstrucción de la cosmovisión mesoamericana, la de ayer y la de hoy. Por eso, de manera un tanto inesperada, López Austin y López Luján (2009) dedican la primera parte de Monte Sagrado Templo Mayor al análisis de los datos etnográficos, a partir de los cuales elaboran un modelo que en la segunda parte del libro aplican de manera brillante a la información arqueológica, iconográfica y escrita relativa al Templo Mayor.

De vuelta al papel de Luna, no sorprende que en Los mitos del tlacuache el historiador mexicano haya reunido y analizado una gran cantidad de relatos indígenas del siglo XX, entre los que destacan las mil y una versiones del origen del Sol y de la Luna. López Austin nos deslumbra por su erudición y la bibliografía amplia que ha consultado, que va de etnografías clásicas publicadas por el Instituto Nacional Indigenista, compilaciones de relatos indígenas editados por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, textos en lenguas indígenas reunidos en la valiosísima revista Tlalocan, capítulos de libros, memorias de congresos, tesis de licenciatura, a la traducción al español del libro de Leonhard Schultze Jena sobre mitos pipiles recopilados en los años 1930, publicada en San Salvador en 1977.

La cosecha es abundante y maravilla al lector por la belleza y la variedad extraordinaria de las versiones.