La experimentación
Los factores cambiaron diametralmente con el inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914. Como era de suponerse, a sus 60 años cumplidos, Joseph Louis Capitan no fue requerido para el frente de batalla, pero sí como director del servicio de infectología en el hospital militar de instrucción Bégin de Vincennes, en el lindero oriental de la ciudad de París. Allí curó a innumerables combatientes, alcanzando tal fama que sería distinguido en 1918, al final de la mortífera conflagración, con el grado de caballero de la Legión de Honor. En medio de este maremágnum, Capitan se las arreglaba para continuar impartiendo sus cursos en la École d’Anthropologie y el Collège de France, y sobre todo para llevar a cabo sus investigaciones “arqueológicas”, “clínicas, bacteriológicas y terapéuticas” (Capitan, 1917, p. 7).
De manera asombrosa, las circunstancias llevaron entonces a un mismo escenario los cuchillos mexicas, los cuerpos inertes de víctimas de la contienda o de alguna enfermedad contagiosa y el interés científico de un médico-arqueólogo por indagar cómo los antiguos mexicanos habrían extraído corazones y cuánto tiempo habrían necesitado. En el reporte del curso de 1916 en el Collège de France, relativo a “Los sacrificios humanos por desgarramiento de corazón en el México antiguo”, Capitan (1917, pp. 77-79) habla sin tapujos de sus propios ensayos:
Los sacrificios humanos por desgarramiento de corazón eran muy frecuentes en el México antiguo. Las representaciones de estos sacrificios son numerosas en los manuscritos mexicanos (Códice Laud, Vaticano, álbum de Durán, etc.). El examen de estas imágenes y el relato de los cronistas (Torquemada, Tezozómoc) no dejan ninguna duda del procedimiento empleado. Pero, para darse cuenta del propio mecanismo, era necesario repetir la operación en el cadáver. Es lo que hice varias veces, empleando exclusivamente un pequeño cuchillo de pedernal para sacrificio humano, procedente del Templo Mayor de México y que poseo en mis vitrinas, y sujetándolo simplemente de la base envuelta en un trapo, y sin el mango que generalmente tenían los cuchillos antiguos.
En nota a pie de página, Capitan revela que el cuchillo usado en tales experimentos había sido exhumado por Batres en las Escalerillas “hace una quincena de años”. Aclarado lo anterior, explica con especial detalle el procedimiento que él mismo siguió muy posiblemente en el hospital de Vincennes:
He aquí cómo debe hacerse. Es necesario, al igual que lo hacían los antiguos mexicanos, colocar bajo los riñones del cadáver un pedazo de madera que haga al pecho abombarse. Entonces, a 3 o 4 cm a la izquierda de la línea media, sobre el epigastrio, se hace una incisión cortando piel, aponeurosis y peritoneo; esta incisión debe medir de 10 a 12 cm de longitud. Puede hacerse en dos o tres tiempos. Se introduce entonces el cuchillo en el abdomen, siempre sujetado firmemente con la mano. Se secciona entonces el diafragma al nivel de la parte superior de los pilares posteriores de la izquierda; así se alcanza el pericardio, que se abre de par en par. Entonces basta con dejar el cuchillo y sujetar fuertemente el corazón, clavándole las uñas a nivel de las aurículas. Una tracción brusca y fuerte, en ocasiones con rotación, permite arrancar el corazón, el cual se desgarra a nivel de las aurículas y se extrae entonces fácilmente.
Imagen: La autopsia (Roma, 1890), de Enrique Simonet, retrata a un ficticio médico forense que examina el cadáver de una prostituta. Foto: Museo de Málaga.
Leonardo López Luján. Doctor en arqueología por la Universidad de París Nanterre y director del Proyecto Templo Mayor del INAH. Miembro de El Colegio Nacional.
Eric Taladoire. Doctor en arqueología y profesor emérito por la Universidad de París Panthéon-Sorbonne. Miembro corresponsal de la Academia Mexicana de la Historia.
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
López Luján, Eric Taladoire, Leonardo, “Cuchillos de pedernal y corazones humanos. Los experimentos del Dr. Capitan”, Arqueología Mexicana, núm. 170, pp. 18-23.