Los más antiguos americanos

José Antonio Pompa y Padilla, Enrique Serrano Carreto

Los estudios sobre las características biogenéticas, los geológicos, así como la información lingüística y los datos arqueológicos, indican que los primeros pobladores de América pasaron por el estrecho de Bering hacia Alaska hace unos 14 000 años, aunque hay algunos sitios que sugieren fechas anteriores a los 30 000 años.

 

Existen muchas propuestas sobre el origen del hombre americano, algunas con mayor sustento científico que otras. Tenemos desde el planteamiento de F. Ameghino, según el cual no llegó, sino que aquí ha estado siempre, hasta el que propone que proviene de continentes perdidos o tribus bíblicas desaparecidas. Comentaremos lo que en términos generales es aceptado por la comunidad académica, aunque no se cuente con una posición única y definitiva.

Los estudios sobre evolución humana nos dicen que el origen de los antepasados del hombre se encuentra en la parte oriental del continente africano, habitado por los australopitécidos desde hace más de dos millones de años. Sus descendientes, los Homo erectus, salieron de África e iniciaron el poblamiento del planeta; el último continente en ser poblado fue América, por los actualmente denominados Homo sapiens sapiens.

Por lo anterior, sabemos que el hombre no puede ser originario de América y que desde el siglo XVI, después de los primeros contactos entre Europa y América, surgió la interrogante respecto a la procedencia de los nativos americanos, debido a que no se tenía noticia de la existencia del continente y menos aún de que estuviese habitado. En 1590, José de Acosta mencionó que el hombre americano llegó por tierra desde otro continente: "Mas diciendo verdad, yo estoy de muy diferente opinión, y no me puedo persuadir que hayan venido los primeros indios a este nuevo mundo por navegación ordenada y hecha de propósito... "

La posibilidad de contacto por vía marítima con América es extremadamente baja para épocas muy tempranas y, a pesar de ello, esta propuesta siempre ha tenido seguidores.

En Egipto hay evidencia de embarcaciones con vela hacia 3000 a.C. y en China desde 1000 a.C. Las investigaciones nos dicen que el poblamiento de América se inició varios miles de años antes de lo que reportan las evidencias de navegación. Los periodos glaciales del

Pleistoceno (1 700 000-10 000 años) provocaron que el nivel medio de la superficie marina descendiera más de 100 m, por lo que los fondos marinos poco profundos quedaban en superficie. Esto permitió la comunicación temporal entre islas, penínsulas y continentes, como África y Europa, por Gibraltar, y Asia y América, por Bering. Los estudios sobre las características biogenéticas, los geológicos, así como la información lingüística y los datos arqueológicos, nos indican que los primeros pobladores de América pertenecían al tronco racial mongoloide, que habitaban la región noreste de Asia (Siberia, lago Baikal y la península de Chukotka) y que pasaron por el estrecho de Bering hacia Alaska hace unos 14 000 años, aunque hay algunos sitios que sugieren fechas anteriores a los 30 000 años.

 

Las migraciones

Datos genéticos, lingüísticos y dentales sugieren que hubo tres migraciones principales. La primera y más antigua (30 000-15 000 años) provino de la región siberiana cercana al lago Baikal, comprendida entre los ríos Amur y Lena. Ésta fue el origen de los indígenas americanos que colonizaron el continente. La segunda (15 000-10 000 años) fue la base de los grupos na dene que se establecieron en el noroeste del actual Canadá. La tercera y última (9 000- 6 000 años) corresponde a los ancestros de las poblaciones aleuto-esquimales.

Aunque esta propuesta es la generalmente aceptada, hay otras que plantean una migración premongoloide de hace más de 30 000 años; otros especialistas sugieren la posibilidad de una migración entre la primera y la segunda, basándose en la evidencia lingüística.

En 1986, J. Greenberg, C.G. Turner y S.L. Zegura publicaron su propuesta relativa a la procedencia y antigüedad de los primeros pobladores de América. En un principio, el planteamiento fue muy discutido y generó entusiastas afirmaciones y vigorosas negativas; hoy día es aceptada, en lo general. Esos estudiosos conjuntaron los resultados de sus investigaciones y, basados en trabajos lingüísticos (Greenberg), genéticos (Zegura) y de antropología dental (Turner), establecieron que el origen del hombre americano se encuentra en el noreste de Asia, entre los ríos Amur y Lena, y que pertenece al gran tronco racial mongoloide; asimismo, identificaron las tres migraciones mencionadas anteriormente. En vista de que la argumentación es extensa y el espacio reducido, nos limitaremos a presentar sólo algunos ejemplos.

Los incisivos superiores permanentes, que son cóncavos en su cara palatina, fueron clasificados en 1920 por Al es Hrdlicka como "en pala". Éstos se encuentran en individuos del tronco mongoloide (más de 80% los presenta), asociados a una baja frecuencia del tubérculo de Carabelli. Éstas y otras muchas características conforman el "complejo dental mongoloide" que utilizó Turner para clasificar a los grupos del noreste de Asia y subdividirlos en sundadomos, que emigraron al sureste de Asia, y los sinodontos, que se movieron al norte y son los que conforman la base del actual indígena americano.

La búsqueda de los orígenes del hombre en América no ha terminado. En el campo de la genética se han desarrollado investigaciones con el ADN mitocondrial, buscando información sobre parentesco. En algunos casos se ha confirmado la propuesta de la "migración tripartita" y en otros se han encontrado discrepancias que plantean nuevas interrogantes; no todo coincide y es por eso que la investigación continúa.

 

• José Antonio Pompa y Padilla. Investigador de la Dirección de Antropología Física del INAH y curador de la Sala Poblamiento de América, del MNA.

• Enrique Serrano Carreta. Coordinador académico de la ENAH y curador de la Sala Introducción a la Antropología, del MNA

 

Pompa y Padilla, José Antonio, Enrique Serrano Carreta, “Los más antiguos americanos”, Arqueología Mexicana núm. 52, pp. 36-41.

 

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