Miguel León Portilla
Hablar de mitos de los orígenes en Mesoamérica es acercarse a relatos fundacionales que, más allá de sus variantes, dejan entrever procesos conceptuales dotados de homogeneidad y que han influido en las creencias y formas de actuar de los pobladores de esta gran área cultural a través de muchos siglos.
Los mitos, en cuanto relatos fundacionales. tienen una amplia gama de presencias y resonancias en el contexto del todo social de una cultura. Conservan, así, estrecha relación con la visión el mundo, creencias y prácticas religiosas, concepción del propio ser histórico, cómputos calendáricos, valores morales, aprecio o rechazo ante determinados aconteceres y realidades. Tal es, de modo muy especial, el caso de los que cabe llamar mitos de los orígenes, es decir, de aquellos que versan sobre la creación, aparición o restauración del mundo, los cuerpos celestes, los seres humanos, los animales, las plantas y aquello que en particular constituye el sustento de hombres y mujeres.
En Mesoamérica hay mitos de los orígenes que pueden identificarse como existentes en varias o aun en rodas sus subáreas culturales y en distintos periodos de su evolución. También los hay que sólo aparecen en determinados tiempos y ámbitos espaciales.
Un ejemplo de los primeros lo ofrece el mito del redescubrimiento del maíz. Elementos principales del mismo son la búsqueda del maíz por una o varias hormigas o algún otro animal; su conservación en el interior de un monte; los intentos de abrirlo para obtener el cereal buscado, así como la forma en que, al fin, gracias a un rayo que partió el monte, se logró su redescubrimiento para beneficio y sustento de los humanos. Este mito se conserva en un texto en náhuatl que puede tenerse como "lectura" de un códice: la Leyenda de los Soles. De ella se expresa que fue puesta por escrito en 1558. Relatos parecidos se obtuvieron entre indígenas tzeltales de Chiapas por la lingüista Mariana Slocum en 1964 y por Leonhard Schultze-Jena entre los pipiles de Izalco, en El Salvador, en 1935. Como lo ha mostrado Eric Thompson, este miro tiene versiones paralelas entre los kekchís, mames, quichés, cakchiqueles, pokomchís y mopanes.
En cambio, hay mitos, como el del origen de los seres humanos, que se presenta de formas distintas en diferentes lugares de Mesoamérica. En el caso de los nahuas, fue Quetzalcóatl quien, tras rescatar los huesos de generaciones anteriores conservados en el Mictlan, la región de los muertos, les comunicó la vida en Tamoanchan sangrándose el pene. En cambio, entre los mixtecos, los humanos proceden del árbol de Apoala. A su vez, entre los maya-quichés, los dioses dieron forma a los hombres en la presente edad cósmica con masa de maíz. Más allá de las diferencias subyace, sin embargo, una cierta unidad en los procesos. De ello da testimonio, por ejemplo, el que en náhuatl se llame al maíz vocablo que se deriva de tonaca, “nuestra carne”.
Confirma esto lo que Alfredo López Austin ha expresado a propósito de la religión, la cosmovisión y la magia en Mesoamérica.
Dicha gran área cultural, nos dice, "mantuvo una unidad histórica, milenaria, homogénea en la profundidad de sus procesos y muy diversa en sus expresiones culturales".
El origen del mundo, el Sol y la Luna
Elemento de unidad, constante y profundo, es el que se refiere al principio último que da origen a cuanto existe. Ese principio es descrito de varias formas como presente y actuante, según lo referían los nahuas, in oc yohuaya, in ayamo tona, in ayamo tlathui, "cuando aún era de noche, cuando todavía no brillaba el sol, cuando aún no amanecía". Del mismo habla el Popol Vuh al decir que actuó “cuando todo estaba tranquilo, en silencio, en calma, solitario, vacío [...] en la oscuridad, en la noche''. A quien entonces actuó llamaban los nahuas Ometéotl, dios de la dualidad: Ometecuhtli, señor dual, Omecíhuatl, señora dual. Los mayas yucatecos representaron a la suprema pareja en las páginas 75-76 del Códice Tro-Cortesiano y la llamaban con los nombres de Ixchel, "la que yace", e Itzamná, "casa de la iguana", madre y padre de todos los dioses. Los quichés, por su parte, lo nombraban Alom, Q'ahalom, “el que engendra", “la que concihe''. Los mixtecos se referían a veces a la misma pareja con su nombre calendárico 1 Venado, deidad a la vez masculina y femenina, como se representa en el Códice Vindobonensis, p. 51, y en el Rollo Selden.
A dicho principio dual, origen de cuanto existe, siguieron aludiendo en cantos y plegarias otros mesoamericanos, incluso hasta el presente. Ángel Ma. Garibay refiere que, entre grupos otomíes, se le llama Makatá y Makamé, el Gran Dios Padre, la Gran Diosa Madre. Y Luis Reyes García asienta que, entre los nahuas de Veracruz y Puebla, es conocido como Titatah, "tú que eres padre"; Tinanah, "tú que eres madre".
La Historia de Los mexicanos por sus pinturas refiere que "un dios a que decían Tonacatecli, el cual tuvo por mujer a Tonacacíguatl (Señor y Señora de Nuestro Sustento) se criaron y estuvieron siempre en el treceno cielo, de cuyo principio no se supo jamás". Imágenes plásticas de lo ahí expresado las ofrecen el Códice Vaticano A y el ya citado manuscrito mixteco conocido como Rollo Selden.
Fue esa suprema pareja la que, a través de otros dioses, sus hijos, actuó en las varias edades cósmicas hasta llegar a la actual. De la sucesión de esos soles o edades clan testimonio el Popol Vuh, algunos textos incluidos en los libros de Chilam Balam, la de los Soles, el Códice Vaticano A, así como cuatro monumentos mexicas en piedra, entre dios el bien conocido como Piedra del Sol. Los otros tres monumentos son. el Disco Solar conservado en el Museo Peabody de Historia Natural, Universidad de Yale; la Piedra de los Soles, en el Nacional de Antropología, y la Lápida Conmemorativa de la entronización de Motecuhzoma Xocoyotzin, en el Instituto de Arte de Chicago, Illinois.
Es interesante notar que, entre los nahuas, los nombres de las edades coinciden con los de los llamados cuatro elementos. Mientras que para los mayas sólo había habido cuatro edades, para los nahuas éstas eran cinco. La última, es decir la presente, se conoció como del día Nahui Ollin, Cuatro Movimiento, y tuvo su origen en un Teotihuacan primigenio que, para pueblos como los mexicas, era lugar doblemente sagrado. Allí se conservaban grandes monumentos religiosos, y allí los dioses habían dado origen al Sol y la Luna.
Miguel León-Portilla. Doctor en filosofía por la UNAM. Miembro de las academias mexicanas de la Historia y de la Lengua, de EL Colegio Nacional y de la National Academy of Sciencies, E.U.A. Autor de numerosas publicaciones y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Miembro del Comité Científico-Editorial de esta revista.
León-Portilla, Miguel, “Mitos de los orígenes en Mesoamérica”, Arqueología Mexicana núm. 56, pp. 20-27.
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