Vera Tiesler, Arturo Romano Pacheco
La modificación artificial de la cabeza en la infancia constituye una tradición mesoamericana casi generalizada, para la cual se empleaban una gran variedad de aparatos compresores. Esta práctica poseía un profundo valor cultural como costumbre cotidiana y vínculo con el cosmos, expresión del género, de la identidad y distinción social.
Las modificaciones artificiales del cuerpo, relacionadas con la apariencia personal o colectiva, constituyen un elemento común en las culturas tanto actuales como antiguas y muchas de ellas estaban reglamentadas e incluso institucionalizadas. En la Mesoamérica prehispánica, el peinado del cabello o la pintura de la piel se realizaban cotidianamente en tanto que otros arreglos estaban reservados para ocasiones festivas.
Algunos adornos, como las cicatrices y los tatuajes, cambiaban de por vida el aspecto de las personas, y eran considerados expresiones visibles de identidad cultural. Entre las modificaciones permanentes que llegaron a adquirir especial importancia en Mesoamérica se encuentran la escarificación facial y los ornamentos dentales, así como la deformación cefálica intencional, sobre la cual se hablará en este artículo. Realizada dentro del seno familiar, el modelaje de la tierna cabeza infantil estaba a cargo de las experimentadas manos de las mujeres, quienes sabían cómo imprimirle la forma deseada. Para ello se valían de una gran variedad de técnicas e instrumentos.
Las técnicas
El primer paso de la deformación cefálica era prensar la cabeza de los recién nacidos entre dos elementos planos y rígidos o mediante un vendaje, aprovechando la plasticidad fisiológica propia de esa edad. El proceso podía durar unas semanas o prolongarse por años. Debe señalarse que los cráneos se comprimían activamente sólo durante las primeras semanas; después se sujetaban de un modo cada vez más pasivo, aunque siempre para mantener la forma artificial lograda durante la primera etapa del proceso y seguir modelando el crecimiento cefálico según convenía.
¿Cuáles eran los aparatos que servían para realizar la deformación cefálica en Mesoamérica? En vista de que han sobrevivido muy pocos de esos aparatos hasta nuestros días, es la iconografía prehispánica la que nos informa sobre la gama de implementos compresores que se usaban. Asimismo, los cráneos que eran modelados por esos aparatos dan fe de la diversidad de dispositivos que había en la Mesoamérica prehispánica, en especial en el área maya y entre los grupos que se desarrollaron en los actuales estados de Veracruz y Oaxaca.
En principio, todo indica que se trataba predominantemente de cunas o “aparatos corporales”, que además de que servían para la deformación cefálica permitían alimentar y asear al infante. La compresión en cuna producía cabezas altas, anchas y cortas, a las que se ha denominado en los estudios deformaciones “tabulares erectas”. El segundo dispositivo fundamental, aunque de aplicación menos difundida, estaba constituido por un tablón frontal y otro posterior que se amarraba con el anterior mediante bandas. En conjunto producía un efecto de prensa que daba como resultado una configuración reclinada, o “tabular oblicua”, del cráneo.
Debe señalarse que los tablones se podían combinar con bandas para restringir la expansión bilateral del cráneo (pseudo-circular). Incluso hay ejemplos, aunque escasos, de modelados que habían sido logrados únicamente con vendaje (anular o circular), prescindiendo de planos rígidos. En otros casos se usaba una banda sagital como parte del dispositivo deformador, que dividía la bóveda en dos lóbulos prominentes (bilobulada).
Tiesler, Vera, Arturo Romano Pacheco, “El modelado del cráneo en Mesoamérica. Emblemática costumbre milenaria”, Arqueología Mexicana núm. 94, pp. 18-25.
• Vera Tiesler. Maestra en arqueología por la enah y doctora en antropología por la UNAM. Estudios en historia, medicina y antropología física. Investigadora de la Universidad Autónoma de Yucatán. Especialista en bioarqueología, tafonomía y prácticas mortuorias entre los mayas.
• Arturo Romano Pacheco. Maestro en antropología física por la ENAH y la UNAM. Investigador emérito del INAH. Especialista en craneometría, deformación cefálica y osteología forense. Fue director del Museo Nacional de Antropología.
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