El teyolía era una de las principales entidades anímicas de los seres humanos, estaba ubicada en el corazón, en donde radicaban su esencia humana, su vida, lo más importante de sus facultades mentales y su pertenencia a un grupo de parentesco; al morir el individuo, el teyolía viajaba a uno de los lugares destinados a los muertos.
¿Por qué se creía en el más allá?
Si al final del viaje de cuatro años se agotaba la existencia individual, ¿cual era la finalidad del viaje? Sin duda, auxiliar durante ese tiempo a los dioses causantes de la muerte. Pero había una razón mayor: perpetuar la especie humana. El hombre era como el resto de los seres mundanos. Todas las criaturas tenían un “corazón” indestructible de naturaleza divina, entidad en la que residían las características esenciales de su clase o especie. Era el don de un dios que había creado esa clase o especie a partir de su propio ser. Tras la muerte de una criatura, su “corazón” viajaba al mundo de la muerte; recibía en el camino la lustración que borraba todo vestigio de existencia individual sobre la tierra, y quedaba como simple semilla divina, lista para ser reusada en la creación de otro ser semejante que viviría sobre la faz de la tierra. En el caso del hombre, puede suponerse que entre más intensa hubiera sido su existencia mundana (pecados graves, riqueza, edad avanzada), la lustración sería más enérgica. Alguno grupos indígenas actuales creen que entre más intenso el sufrimiento de la agonía –por inmersión en el agua, por rayo, por parto– más leve es la lustración.
¿Podemos, con esto, hablar de una creencia en la reencarnación? Sólo en el caso de que entendamos por tal el simple reúso del principio esencial, del teyolía, de la “semilla” invisible, y no la persistencia de una identidad pasada.
Imágenes: Izquierda: Posible representación en que se disgregan los componentes del ser humano: el tonalli sale de la cabeza, como una serpiente; el teyolía, del pecho, como el Dios del Viento; el ihiyotl, del vientre, como una serpiente y la materia pesada, corno et cráneo y la columna vertebral, hacia atrás. Códice Laud, p. 44. Reprografía: Marco Antonio Pacheco / Raíces. Derecha: Una de las tres entidades anímicas de los seres humanos, el teyolía, estaba relacionada con el corazón. Corazón de piedra verde. Museo Nacional de Antropología. Foto: Boris de Swan / Raíces.
Alfredo López Austin. Doctor en historia por la UNAM. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Antropológicas (UNAM). Profesor de Posgrado en la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM).
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
López Austin, Alfredo, “Misterios de la vida y de la muerte”, Arqueología Mexicana, núm. 40, pp. 4-9.
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