Simbolismo del maíz

Enrique Vela

Para los pueblos mesoamericanos el maíz no sólo constituía el alimento del que dependía la subsistencia del día a día –y por ello era el eje central de su economía–, sino que se había establecido con él un vínculo de tal suerte profundo que en el ciclo vital del grano esos pueblos reconocían el propio. En la cosmovisión mesoamericana, las distintas etapas de desarrollo del grano –de su siembra a su cosecha– se asemejaban, en el discurso mítico, con el transcurrir mismo de la sociedad.

De la dependencia vital de las sociedades prehispánicas con el maíz, de su morfología –en gran medida consecuencia de una milenaria y cotidiana acción con el hombre–, de su convicción de que se trataba de un don divino y de la conciencia de que la existencia de ambos –el hombre y el maíz– se basaba en la dependencia mutua, derivó (también como producto acumulado de saberes y costumbres obtenidos a lo largo de miles de años) una serie de concepciones y prácticas tan enraizadas, que aún perduran entre los grupos indígenas contemporáneos.

Para los pueblos agricultores de Mesoamérica, el maíz no sólo representa el alimento fundamental –base y eje principal de su gastronomía–, sino que además es visto en el contexto de un complejo mítico de profunda raigambre histórica como la esencia misma del ser humano. El ejemplo más socorrido de esta noción se encuentra en un pasaje del libro maya conocido como Popol Vuh. Ahí se cuenta que tras algunos intentos fallidos, los dioses crearon al hombre de una mezcla de maíz amarillo y blanco. En otro texto maya, los Anales de los cakchiqueles, se consigna que los primeros humanos fueron creados de una mezcla de masa de maíz con la sangre del tapir y la serpiente. Cabe señalar que esta idea del hombre formado de maíz se encuentra en otras culturas; por ejemplo, de una de las diosas del maíz entre los mexicas, Chicomecóatl, se decía que era la carne y la vida de los hombres. Además, en cierto modo, el ciclo del maíz –que iba de la colocación de la semilla bajo la tierra hasta su surgimiento como una planta que crece hacia el cielo plena de vigor– permitía considerar a la planta como una metáfora del renacimiento. Es por ello que, en el Clásico maya, se encuentran frecuentes representaciones del nacimiento del dios joven del maíz por una abertura en la tierra. Con frecuencia se representa al maíz como un hombre, o una mujer, joven y bello, en concordancia con atributos conferidos a la planta.

Para el Preclásico Medio (1200-400 a.C.), el cultivo del maíz era el medio fundamental para la obtención de alimentos y para la generación de riqueza. A esto puede atribuirse que para los olmecas –la cultura más notable de esa época– el maíz se asociara a dos materias primas de color verde, como la planta, especialmente valoradas: las plumas de quetzal y la jadeíta, que hasta la época de la conquista española conservarían su papel de bienes de prestigio e impregnadas de un profundo simbolismo.

En el mismo sentido en el que el hombre era equiparado con el maíz, el mundo se concebía como un campo de cuatro lados que los dioses cultivaban. Así, los granos de maíz y la planta misma están estrechamente vinculados con la estructura del universo; los distintos colores de los granos se relacionan con los de cada uno de los rumbos, y la planta misma hace las veces de eje del mundo. En las representaciones olmecas, el dios del maíz frecuentemente aparece rodeado por cuatro espigas de la planta o por cuatro hachas, lo cual indica que el maíz se encuentra en el centro del universo, y que constituye el axis mundi. Esto sin duda es el antecedente de la concepción que prevaleció entre los pueblos de épocas posteriores, incluso entre los grupos étnicos contemporáneos.

La manera de representar al maíz entre los pueblos mesoamericanos se encuentra fundada en la concepción que de él se tenía, es decir, en el papel asignado no sólo en el ámbito de la subsistencia diaria, sino en el del arreglo del universo, en el cual –como lo indican varios mitos– constituía un componente fundamental. El maíz era visto así con una mezcla de respeto y admiración, pero también como un elemento presente en la vida diaria. No es de extrañar que de un modo u otro, y en mayor o menor medida, los gobernantes de las distintas épocas y regiones establecieron vínculos míticos con la planta y en algunos casos incluso proclamaran que al morir se transformarían en el dios del maíz.

 

Enrique Vela. Arqueólogo por la ENAH, editor, desde hace 30 años trabaja en el ramo editorial.

Vela, Enrique, “El simbolismo del maíz”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 38, pp. 28-33.