Tenochtitlan. La gran metrópoli

Eduardo Matos Moctezuma

Desde que vimos cosas tan admirables, no sabíamos qué decir, o si era verdad lo que por delante parecía, que por una parte en tierra había grandes ciudades, y en la laguna otras muchas, y veíamoslo todo lleno de canoas, y en la calzada muchos puentes de trecho a trecho, y por delante estaba la gran ciudad de México… Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, ed. Nuevo Mundo, México, 1943.

Estas palabras, escritas por Bernal Díaz del Castillo, expresan la admiración enorme que los conquistadores sintieron el 8 de noviembre de 1519, cuando salen de la ciudad de Iztapalapa para dirigirse hacia la ciudad de México-Tenochtitlan. En efecto, resumen de manera significativa la imagen que presentaba el Lago de Texcoco con el asentamiento de ciudades y villas muy pobladas y un sinnúmero de canoas –el medio más común de transporte en el lago–, que permitían el acceso a los canales que, formando una enorme red, se encontraban en el interior de las distintas ciudades ribereñas así como en Tenochtitlan y Tlatelolco. La primera estaba también unida con tierra firme por las enormes calzadas que, como bien dice el cronista, estaban construidas en parte con tramos bien cimentados y otro tanto con puentes seguramente hechos de madera.

No es fácil imaginar cómo se desarrollaba un día en Tenochtitlan. Sin embargo, las crónicas del siglo XVI nos han dejado relatos que bien pueden ayudarnos a pensar en 1o complicado de una urbe que, como Tenochtitlan, llegó a tener –según se ha calculado– más de 200 mil habitantes.

La ciudad mexica fue fundada, conforme a lo hasta ahora aceptado, en 1325 d.C. El asentamiento estuvo acompañado, como ocurre siempre con las ciudades de  la antigüedad, de eventos mitológicos con los que los pueblos tratan de legitimizar su ascendencia divina. Los mexicas no fueron ajenos a esto. Es de sobra conocido el mito de la fundación de la ciudad tenochca, en donde estará presente el símbolo de su dios Huitzilopochtli (el águila, símbolo solar, parada sobre el nopal). Fray Diego Durán nos ha dejado relato del acontecimiento:

…Y andando de una parte en otra devisaron el tunal, y encima del el águila con las alas estendidas acia los rayos del sol, tomando el calor del y el frescor de la mañana, y en las uñas tenía un pájaro muy galano de plumas muy preciadas y resplandecientes… Fray Diego Durán, Historia de las Indias de la Nueva España, y Islas de la Tierra Firme, Ed. Nacional, México, 1951.

Vale la pena añadir cómo este mito resalta la presencia del dios tutelar mexica: Huitzilopochtli. Sin embargo, el mito se entreteje con el dato histórico, el cual nos permite ver lo que ocurrió en realidad. Resulta que por aquel entonces esa parte del lago pertenecía a los tepanecas de Azcapotzalco y era casi limítrofe con el señorío de Culhuacan, por lo que era necesario para los de Azcapotzalco asentar gente allí por dos razones: para que le dieran un tributo en productos del lago, y para que le sirvieran como fuerza militar en sus conquistas. Así, los mexicas no se van a asentar en donde ellos quieren, sino que piden permiso a Tezozómoc, señor de Azcapotzalco, quien se  los concede, quedando así como tributarios de los tepanecas.

Desde el comienzo, la ciudad va a tener un orden determinado. El centro estará ocupado por el espacio sagrado, el recinto ceremonial, en donde se encuentra el Templo Mayor, centro fundamental de la cosmovisión de este pueblo. De este espacio sagrado van a partir las calzadas orientadas hacia los puntos cardinales, lo que le da una configuración a la urbe de cuatro grandes “barrios”, la que al ir creciendo va a multiplicarse. Esta forma de Tenochtitlan tiene su antecedente en Teotihuacan, en donde vemos que la Ciudadela se considera el centro de la misma y de ella parten las calzadas norte y sur, mejor conocida como Avenida de los Muertos, y las calzadas este y oeste. Esta distribución está respondiendo a toda una concepción del universo que queda así plasmada en la configuración de la ciudad. Acudimos una vez más a Durán, quien nos habla de esto:

…Teniendo ya gran parte de la laguna cegada y hecha ya la plancha y asiento para hacer casas, habló Huitzilopochtli a su sacerdote ó ayo y díxole:“Dí a la congregación mexicana que se dividan los señores cada uno con sus parientes amigos y allegados en quatro barrios principales, tomando en medio á la casa que para mi de descanso avéis edificado; y que cada parcialidad edifique en su barrio a su voluntad”. Durán, op. cit.

La historia nos relata cómo, hacia el año 1428, los mexicas se van a liberar de Azcapotzalco tras una sangrienta guerra, unidos a otros pueblos igualmente tributarios del tepaneca. A partir de aquel momento, va a dar comienzo la expansión de la Triple Alianza –Tenochtitlan, Texcoco y Tacuba–, que tendrá bajo su control alrededor de 340 pueblos que le son tributarios al momento de la llegada de los españoles en 1519.

Alrededor del espacio sagrado se encontraban algunos de los palacios de los señores principales, desde el de Moctezuma, debajo de lo que hoy es Palacio Nacional, y el de Axayácatl, que se ubicaba en donde está el actual edificio del Monte de Piedad. Basta leer los relatos de Bernal Díaz y del mismo Cortés para ver la magnificencia de estos palacios. Pero veamos cómo nos describen Tenochtitlan y lugares aledaños ambos soldados, cuando suben al Templo Mayor para observarla desde allí. Nos dice el primero de ellos:

Luego Moctezuma le tomó por la mano y le dijo que mirase su gran ciudad y todas las demás ciudades que había dentro en el agua, y otros muchos pueblos alrededor de la misma laguna en tierra y que si no había visto muy bien su gran plaza, que desde allí la podría ver mucho mejor.

…“Así lo estuvimos mirando”… “vimos las tres calzadas que entran en México”… “Veíamos el agua dulce que venía de Chapultepec, de que se proveía la  ciudad”… “Y veíamos en aquella gran laguna tanta multitud de canoas, unas que venían con bastimentos y otras que volvían con carga y mercaderías”… “De casa a casa no se pasaba sino por unos puentes levadizos que tenían hechas de madera, o en canoas”.

Después de bien mirado y considerado todo lo que habíamos visto, tornamos a ver la gran plaza y la multitud de gente que en ella había, unos comprando y otros vendiendo, que solamente el rumor y zumbido de las voces y palabras que allí había sonaba más que de una legua. Ente nosotros hubo soldados que habían estado en muchas partes del mundo, en Constantinopla y en toda Italia y Roma, y dijeron que plaza tan bien compasada y con tanto concierto y tamaño y llena de tanta gente no la habían visto.

Impresionante en realidad debió de ser el movimiento diario en Tenochtitlan. No sólo en el mercado de Tlatelolco, en donde los conquistadores vuelven a destacar la profunda impresión que les causó, sino en los diferentes barrios o calpullis en donde la gente se dedica a sus quehaceres diarios: las mujeres en las labores domésticas preparando los alimentos en el fogón, en donde los comales de barro adquiridos en el mercado sirven para preparar las tortillas, además de dedicarse al tejido de telas que servirán como vestidos para la población; los hombres siembran en la milpa junto a la casa o preparan parcelas que ganan al lago por medio del sistema de chinampas, profusamente utilizadas al sur del lago. Estos hombres que siembran o que se dedican a alguna artesanía son parte de los macehuales o gente del pueblo, obligada a pagar un tributo al tlatoani, tanto en productos por ellos manufacturados como ayudando en la construcción de grandes obras estatales como calzadas, templos, etc… Serán, en época de guerra, soldados belicosos que marchan a las guerras de expansión del imperio o para someter a algún pueblo que pretende liberarse del poder mexica. Así, cada “barrio” o calpulli colabora con mano de obra en las tareas cotidianas. Su educación se lleva a cabo en el Tepochcalli, lugar en donde se le prepara para las labores diarias y como soldado del imperio.

 

Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.

Matos Moctezuma, Eduardo, “Tenochtitlan. La gran metrópoli”, Arqueología Mexicana, núm. 4, pp. 18-21.

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