Rodeada por las imponentes sierras de Tapalpa y del Tigre, la cuenca de Sayula se ubica en el altiplano jalisciense, unos 80 km al sur de la capital del estado. La parte baja de la cuenca se transforma según el ritmo de las estaciones: manto de agua dulce en temporada de lluvias y playa donde afloran tierras salinas en temporada de secas. En tiempos prehispánicos, esta riqueza natural fue uno de los motores para el desarrollo de sociedades complejas que ingeniaron técnicas sofisticadas para producir sal y se involucraron en redes de intercambio, convirtiendo a la región en proveedora de este codiciado mineral.
El término “sal” comúnmente se utiliza para designar el cloruro de sodio o sal de mesa. En realidad, la sal se refiere a una gran familia de cuerpos solubles tales como cloruros, carbonatos y sulfatos de sodio, por citar los más comunes, que son el soporte de numerosas actividades humanas. El uso más conocido es el de complemento en la alimentación, ya que el capital salino es esencial para el equilibrio fisiológico del organismo humano. Otro ejemplo famoso desde la época prehispánica es el conocimiento de las propiedades del carbonato de sodio para facilitar la cocción y la digestión de los frijoles y el proceso de nixtamalización para potenciar el valor nutricional del maíz. Los distintos tipos de sales también se han utilizado en preparaciones medicinales y muchas producciones artesanales. Además, la sal desempeñó una función simbólica, al ser objeto de creencias y rituales mágicos y religiosos. Por sus mil y una cualidades, la sal fue un bien codiciado en las redes de intercambio en tiempos prehispánicos.
El primer testimonio escrito que refiere la importancia de la cuenca de Sayula como centro de producción y distribución de sal es el de fray Alonso Ponce en su paso por el pueblo de Atoyac, en 1587. Aunado a los textos del periodo colonial, existen vestigios arqueológicos de la industria antigua de producción de sal, particularmente visibles a lo largo de las márgenes norte y oeste del lecho lacustre. Destacan las famosas tepalcateras, montículos de tierra cubiertos por millares de fragmentos de vasijas cerámicas a manera de grandes basureros prehispánicos, o las siluetas que afloran por centenas en la playa, a veces delimitadas por tepalcates.
La fase Sayula (400-1000 d.C.) probablemente es la etapa de mayor innovación cultural en la cuenca en relación con la producción de sal, y en ella se dio una especialización regional que se manifiesta como una verdadera “cultura salinera” con materiales y vestigios que dejaron una huella indeleble en el paisaje arqueológico de la región.
Catherine Liot. Doctora en antropología, etnología y prehistoria por la Universidad de Paris I Panthéon-Sorbonne. Codirectora del Proyecto Sayula y profesora investigadora del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad de Guadalajara (2000-2015).
Tomado de Catherine Liot, “Producción de sal en la cuenca de Sayula, Jalisco”, Arqueología Mexicana, núm. 193, pp. 52-57.