Tizate y tiza. De la cerámica teotihuacana a la pintura novohispana

Francisco Riquelme, Ramón López Valenzuela, Sandra Zetina, Elsa Arroyo Lemus, Javier Reyes Trujeque

Los habitantes del México antiguo pudieron adaptar los recursos locales para sus propios usos, explorando, seleccionando y utilizando la materia prima lítica con gran conocimiento. Desarrollaron así una capacidad tecnológica que abarca años de ensayo y error y una experiencia básica de las propiedades fisicoquímicas del tizate y la tiza, además de su aplicación como bases pictóricas, empastes y morteros.

 

Tizate

Las antiguas comunidades totonacas, nahuas y otomíes en la Cuenca de México durante el Clásico (iii-vii d.C.) colectaban suaves bloques de roca blanca en los márgenes secos y terrosos de los paleolagos a la cual llamaban tízatl o tizate. Este vocablo nahua fue traducido como “tierra blanca” por los primeros misioneros españoles que llegaron a la cuenca en el siglo xvi.

El tizate es una diatomita o roca de diatomeas formada por el depósito de microfósiles en los lechos de los conos volcánicos inundados que dieron origen a numerosos lagos alrededor de la Cuenca de México. Esos conos se formaron en los periodos geológicos que van del Plioceno al Pleistoceno, entre cinco y dos millones de años atrás.

Los depósitos de diatomeas forman secuencias sedimentarias con un sustrato rocoso silíceo altamente poroso y pobremente cementado. El tamaño y las dimensiones de estos depósitos están relacionados con la forma de los yacimientos, los cuales pueden ser lenticulares, semejando lomitas, y tabulares, como largos horizontes estratificados. Así, el sustrato puede ser terroso y granular o laminar alternado y finamente foliado.

Esta tierra blanquecina puede variar entre diferentes tonalidades que van del blanco puro al amarillento o rosáceo, hasta alcanzar colores grisáceos y negruzcos, dependiendo de los minerales asociados al depósito y mezclados con el tizate. Por ello, la blancura del tizate está ligada a una mayor cementación del material y a la ausencia de minerales accesorios locales o impurezas. Algunas variedades de diatomita no consolidada son conocidas como tierra de diatomeas o kieselguhr. Entre los depósitos de diatomita alrededor del mundo destacan los depósitos de tierra de Trípoli o tripolita, en el Líbano, la bann-clay de las canteras rosadas del norte de Irlanda, y los depósitos áureos de la moler o mo-clay de Dinamarca. Los estratos de diatomeas en la Cuenca de México están siempre asociados a depósitos episódicos de ceniza y vidrio volcánico como consecuencia de la historia tectónica y sedimentaria de los volcanes que forman la Faja Volcánica Transmexicana  que  circunda la región.

Las diatomeas (Bacillaryophyta) son algas unicelulares que producen un exoesqueleto o valvas silíceas externas con sólo dos formas generales distintivas: radiales, en forma de lentejas microscópicas o diminutos botones ornamentados, y pennadas, en forma de minúsculas vainas simétricas. A pesar de esta morfología tan simple, destacan por la belleza y diversidad de la ornamentación en sus exoesqueletos. Entre las primeras descripciones de las complejas ornamentaciones en las diatomeas se cuentan los prolijos dibujos hechos a microscopio por el naturalista y filósofo alemán Ernst Haeckel, compilados en su carpeta de grabados publicada como Kunstformen der Natur (Obras de arte de la Naturaleza, Leipzig, finales del siglo xix e inicios del xx). Las diatomeas surgieron en el Jurásico hace unos 199 millones de años, y tienen una distribución cosmopolita, lo que significa que se pueden encontrar tanto en ambientes marinos como lacustres alrededor del mundo.

El antropólogo Manuel Gamio, en La población del Valle de Teotihuacán (1921), describe un tipo de cerámica conocido como “braseros tipo-teatro”. Objetos de este grupo cerámico fueron recuperados en 1909 en un montículo en Santa Lucía Tomatlán, Azcapotzalco. Después del descubrimiento de Gamio, se encontraron ejemplares intactos en Teotihuacan, principalmente en los conjuntos de Zacuala y Tlamimilolpa, así como en la esquina noroeste de la Ciudadela, donde se cree que existió un taller de cerámica ritual en el que se fabricaban estos braseros sobre pedido. Los braseros tipo-teatro estaban asociados a ofrendas votivas en palacios y templos; también se localizaron así braseros desarmados relacionados con ofrendas mortuorias.

En la Colección Pareyón de objetos teotihuacanos, a resguardo en la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural del inah, se encuentran braseros tipo-teatro teotihuacanos de la fase Xolalpan Tardío (550-650). Este material fue recuperado en la década de los sesenta del siglo pasado por el arqueólogo Eduardo Pareyón Moreno en las poblaciones de San Miguel Amantla y Santiago Ahuizotla, en Azcapotzalco. La colección cuenta con 72 elementos de diferentes formas que incluyen cabezas de ave, almenas, borlas de pluma, espirales, mantas celestiales, signos de año, conchas emplumadas, corazones, caracoles cortados, gotas de lluvia o hule, caracoles, mariposas, flores, orejeras perforadas y sin perforación, orejeras con pendiente y láminas de mica, además de narigueras en forma de juego de pelota. La base blanca de preparación de este grupo cerámico está compuesta por tizate.

La presencia de tizate en artefactos y materiales de construcción en la Cuenca de México no es circunstancial, tiene un sentido evidentemente utilitario y en su uso se manifiesta la experiencia de los maestros constructores, pintores y ceramistas mesoamericanos. El tizate era un material desde hace tiempo conocido por los antiguos pobladores de la Cuenca de México por sus propiedades abrasivas, servía como material de carga en enlucidos, cementos y morteros, y era aprovechado por sus propiedades aislantes y adhesivas en la base de pinturas y cerámicas.

De acuerdo con el geólogo Díaz-Lozano (1917), del entonces Instituto Geológico de México, y quien realizó los primeros trabajos formales de exploración de depósitos de diatomeas en la Cuenca de México, para finales del siglo xix los estratos más socorridos por los colectores (por su blancura y por presentar menos impurezas) se encontraban en las canteras de la región de Ixtlahuaca, y en menor proporción, en la zona de Tlalnepantla y Texcoco, todos en el estado de México. Además, desde entonces eran igualmente conocidas las canteras de tizate en Tlaxcala, Puebla, Michoacán y Jalisco, que destacaban por su calidad y abundancia.

En la actualidad, los depósitos de diatomita en Jalisco son los de mayor riqueza y explotación, así como los de San Jerónimo Ixtlahuaca en el estado de México y los de Panotla en Tlaxcala, que están entre los depósitos más antiguos conocidos. La roca de diatomeas tiene una importancia económica significativa: por sus propiedades refractarias, abrasivas, aglutinantes y absorbentes, es usada todavía como materia prima en la construcción y en la producción de fertilizantes, dentífricos, tamizantes, cosméticos, explosivos, microchips y materiales refractarios enriquecidos con sílice.

El uso de tizate o tierra de diatomeas en bases pictóricas se encuentra en la época novohispana en muebles y artefactos que imitan el tipo de acabados de los objetos orientales; a este estilo particular que surge en el mundo occidental entre los siglos xvii y xviii, y que recupera la estética china, se le denomina chinería, derivado del francés chinoiserie. La cultura novohispana tuvo un contacto directo con la estética china por medio del comercio de artefactos y piezas a través de la ruta de la Nao de China entre los puertos de Acapulco y Manila (siglos xvii y xix). En la sociedad novohispana surgió entonces un gusto afectado por lo chinesco, y los maestros artesanos comenzaron a crear objetos a la moda europea de lo chinoiserie, imitando objetos chinos o produciendo versiones locales, como los biombos y los armarios policromados. A semejanza de la moda europea, la chinería novohispana intentó reproducir las cualidades excepcionales de las lacas orientales. Es entonces que el tizate surge como un material local alternativo para la preparación de bases blancas en pinturas sobre bastidores de lienzo que eran montados en los biombos y armarios.

En pintura sobre cerámica o tela, el sustrato de diatomeas funciona como un eficiente diluyente de pigmentos, así como un agente aglutinante. La variedad de formas de los exoesqueletos microscópicos de las diatomeas produce una carga hidráulica porosa que le da adhesión a la pintura, y al formar películas porosas se difunde mejor la luz, lo que permite controlar el grado de intensidad del color y el brillo. De igual manera, la cualidad porosa del tizate reduce la producción de burbujas, y el alto contenido de aluminosilicatos de los exoesqueletos en las diatomeas produce propiedades refractarias que aceleran el secado, a causa de una mayor transpiración y evaporación de solventes líquidos como el agua; sirve además de capa protectora al desgaste. Como base de preparación en pinturas y cerámicas, el tizate funciona bien como un sellador blanco, proporcionando así una capa lisa y pulida que permite un mejor trazo y da luz a los pigmentos.

 

Tiza

La tiza es una creta o roca caliza tipo chalk de origen orgánico, formada por los exoesqueletos de nanoplancton calcáreo depositados en un ambiente marino. A diferencia del tizate, cuya composición química es una base de sílice, la creta es una roca calcárea de grano fino, friable y de consistencia blanda, compuesta por carbonato de calcio y bajas concentraciones de material siliciclástico. La formación de estas rocas es causada por la sedimentación de ingentes cantidades de restos de cocolitofóridos, un tipo de alga microscópica con una estructura externa de diminutas placas de calcita llamadas cocolitos, y cuyo depósito generalmente está relacionado con ambientes marinos y sustratos pelágicos. Asimismo, en estas rocas características del Cretácico, depositadas episódicamente entre unos 145 y 65 millones de años atrás, se encuentran menores cantidades de restos de otros microfósiles marinos como foraminíferos, algas filamentosas y ostrácodos.

El uso de la creta como materia prima para la producción de empaste, aplanados, enlucidos, cemento y mortero en la construcción novohispana tiene un notable ejemplo en el templo de San Roque o San Francisquito, en el Centro Histórico de la ciudad de Campeche; construido como convento por encargo de la orden de frailes franciscanos en el siglo xvii, fue ocupado igualmente por jesuitas en el siglo xviii.

El templo de San Francisquito es un edificio austero compuesto únicamente por una nave rasa techada con vigas de madera y terrada, los muros y techos tienen empastes y aplanados de cal. Como la mayoría de los edificios erigidos en la ciudad de Campeche entre los siglos xvi y xix, el templo de San Francisquito está construido desde sus cimientos, muros y columnas por mampostería y cantera de roca caliza micrítica y creta de la región, que se hallan asociadas con las plataformas carbonatadas que surgieron durante la evolución geológica del golfo de México.

El mortero usado en la construcción de San Francisquito es una mezcla de cementante de carbonato de calcio y sascab, el cual es un polvo o arena calcárea conocido desde la época mesoamericana y que fue ampliamente usado en las Tierras Bajas mayas como material de carga y cementante de grano fino en la producción de estuco. Muestras microscópicas tanto del cementante como del material de carga revelaron la presencia del nanoplancton calcáreo que compone la creta y el sascab. Esta misma mezcla de material fue empleado para los empastes y aplanados con una base o enlucido de cal tanto de exteriores como de interiores. Los techos, además, fueron construidos con mampostería  de roca caliza micrítica a microesparítica, una técnica conocida en la región como sistema bahpek.

Una de las ventajas del uso de sascab en la preparación de cementante y material de carga es que restringe la quema de roca caliza en la producción de cal apagada e hidratada. El sascab de grano fino y consistencia de polvo puede remplazar la carga de cal producida por la quema de caliza en la producción de estuco, aplanados y morteros. Además, por su contenido de material siliciclástico, debido a que los depósitos de sascab se mezclan con el suelo cuando se disuelven por los procesos de meteorización y  pedogénesis de las rocas calizas, el sascab es un material idóneo como material de carga en el estuco y mortero, y se evita también la molienda y el tamizado.

Otro ejemplo de obra novohispana que usa creta o tiza en bases pictóricas es la serie de pinturas en el coro del templo de San Fernando, en la ciudad de México. Dos fragmentos de esta serie pictórica cuyo tema iconográfico es San Fernando y San Luis en compañía de papas, obispos y doctores seráficos, así como la Gloria de los Santos Franciscanos, fueron producidos hacia mediados del siglo xviii. La base pictórica de estos dos fragmentos se extiende directamente sobre el lienzo y funciona como un imprimado o gesso de carbonato de calcio con un aglutinante de cola animal. Esta base de preparación tiene la función de sellar la trama de la tela y generar una superficie lisa y luminosa para las posteriores capas pictóricas. La fuente de este sustrato carbonatado hidratado es una creta biogénica compuesta por fragmentos fósiles de algas y nanoplancton calcáreo. Las partículas de material fósil que componen la base tienen tamaños y estructuras variables con formas cuadrangulares, anulares, tubulares y discoidales con un rango de tamaño entre las 10 y 30 micras, asociadas a la morfología de algas calcáreas indeterminadas y cocolitos. Estas variaciones en forma y tamaño se dan por la fragmentación de los diminutos esqueletos fósiles durante los procesos de extracción, calcinación, hidratación, molido, lavado, tamizado y mezcla de la base calcárea con el medio del material pictórico.

 

Francisco Riquelme. Paleontólogo, doctor en ciencias por la UNAM.

Ramón López Valenzuela. Arqueólogo por la ENAH y encargado de la zona arqueológica de Cuicuilco, INAH.

Sandra Zetina. Maestra en historia del arte y restauradora. Investigadora del Laboratorio de Diagnóstico de Obras de Arte, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

Elsa Arroyo Lemus. Maestra en historia del arte y restauradora. Investigadora del Laboratorio de Diagnóstico de Obras de Arte, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

Javier Reyes Trujeque. Doctor en ciencias químicas. Investigador de la Universidad Autónoma de Campeche.

 

Riquelme, Francisco, Ramón López Valenzuela, Sandra Zetina, Elsa Arroyo Lemus, Javier Reyes Trujeque, “Tizate y tiza. De la cerámica teotihuacana a la pintura novohispana”, Arqueología Mexicana núm. 132, pp. 80-85.

 

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