Este monolito –que recuerda más a una mesa o estrado que a una silla– servía de asiento para que el dignatario ejerciera su poder. En varios sitios de la cultura olmeca en el estado de Veracruz, como San Lorenzo Tenochtitlán, Laguna de los Cerros, Estero Rabón y San Isidro, se han localizado monumentos de este tipo, a los que, por su forma, se les llamó altares. Hallazgos posteriores, como el de las pinturas rupestres de la cueva de Oxtotitlán, en Guerrero, revelaron que esas estructuras eran usadas como tronos y no para colocar ofrendas, como se creyó en un principio. El soberano olmeca reunía los atributos del dirigente político y del religioso, pues dominaba no sólo un espacio terreno sino también las regiones del cosmos, por lo que esa posición elevada debía manifestarse de manera concreta.
Aunque hay tronos de mayores dimensiones, éste destaca por su buen estado de conservación, que permite una clara lectura de su simbología. Fue localizado en Loma del Zapote y trasladado por los habitantes del lugar a Potrero Nuevo.
En la parte superior del relieve se ven rectángulos dobles que posiblemente representen nubes y aludan a la lluvia, o podrían ser las encías de las fauces de un jaguar, y evocar la entrada al inframundo. Es probable que los dos personajes, de baja estatura y complexión robusta, que soportan la parte superior sean chaneques, enanos o duendes, los que, según los mitos mesoamericanos, habitaban en cuevas o en lugares selváticos o acuáticos, y eran ayudantes de Tláloc. Es notable que ambos personajes porten accesorios característicos, como brazaletes, tocados y taparrabos.
Tomado de Maliyel Beverido Duhalt, “Trno)”, Arqueología Mexicana, edición especial 22, Museo de Antropología de Xalapa, p. 32 - 33.