¿Un astronauta en Palenque?

 

En 1949, el arqueólogo Alberto Ruz L’huillier, destacado mayista, encontró en el interior del Templo de las Inscripciones de Palenque, Chiapas, una escalera que conducía hasta una cámara mortuoria que contenía el sarcófago en piedra de un soberano maya. El sarcófago estaba cubierto por una lápida con una serie de motivos, misma que pudo ser levantada con la ayuda de gatos mecánicos el 27 de noviembre de 1952 y debajo de ella había una tapa de piedra, la que una vez removida dejó ver los restos óseos y parte del ajuar funerario de K’inich Janahb’ Pakal (603-683 d.C.), quien gobernó Palenque hasta su muerte. Aunque en sus primeros informes Ruz se refirió a la lápida como un “altar”, la duda quedó despejada una vez que se constató su carácter de tumba, como antes se dijo (Ruz, 1973).

El Templo de las Inscripciones está formado por nueve cuerpos superpuestos que aluden a los nueve pasos al inframundo. La escalinata interior conduce hacia el poniente, siguiendo el movimiento solar. Después de un descanso, continúa hacia el oriente, trayecto que sigue el Sol en el inframundo, para llegar finalmente frente al acceso a la cámara mortuoria. En su interior, tanto el sarcófago como la enorme lápida de piedra caliza tienen una serie de magníficos labrados que nos hablan del pensamiento maya acerca de la vida y de la muerte. En el caso del primero, en sus costados norte y sur se ven las representaciones de los padres del gobernante enterrado. Diversas imágenes representan a otros ancestros, como su abuelo materno y su bisabuela paterna, y otros más que completan ocho personajes, todos asociados a plantas frutales como nance, cacao, guayabo, zapote y aguacate (De la Garza, Bernal y Cuevas, 2012). En cuanto a la lápida, vemos cómo la figura central muestra a un hombre joven recostado sobre tres símbolos importantes: una flor, un caracol y lo que parece ser un grano de maíz. De ser así, los tres elementos guardarían estrecha relación con la fertilidad y la vida. Del personaje recostado –que representa a Pakal–, surge una planta cruciforme que se eleva y sobre ella reposa un ave. A su vez, debajo del personaje tenemos un rostro descarnado, rodeado de huesos de lo que podría ser el lugar de los muertos, Xibalbá, según el pensamiento quiché. Precisamente de este lugar óseo va emergiendo el gobernante. Toda la escena está rodeada por una banda de glifos.

 

Ahora veamos la manera en que se ha interpretado la escena por especialistas del mundo maya:

 

Pero existe una novena representación de un gobernante vinculado con un árbol. Se trata de la imagen del propio K’inich Janahb’ Pakal en la lápida del sarcófago, donde él aparece recostado de espalda, con sus joyas, faldellín y cinturón; sobre su nariz hay un símbolo que representa la exhalación del pixán, que se produce con la muerte del cuerpo. Personifica al dios Unen-K’awiil (relacionado con el maíz, materia de la que provenían los seres humanos, según el mito cosmogónico) y sale de las fauces descarnadas de la entidad Sak B’aak Naah Chapaat (el wahy o alter ego de esa deidad). En su camino ascendente desde las profundidades del inframundo al que ha descendido, sigue, como el Sol, el curso que le marca un árbol cósmico axis mundi, formado con serpiente bicéfalas, una con mandíbula de cuentas de jade tubulares, la otra con cuerpo flexible formado por cuentas de jade, y grandes cabezas con mandíbulas abiertas, de las que salen dos figuras de deidades, el Dios Bufón y K’awiil, númenes de los atributos del gobernante, la diadema y el cetro maniquí, respectivamente. Ambas serpientes son símbolo del Dragón Celeste, Itzamnaaj. Este árbol- dragón-axis mundi conducirá al espíritu del gobernante hasta las alturas celestiales, donde se posa, sobre otra cabeza de serpiente con mandíbula de cuentas tubulares de jade. Muut Itzamnaaj, aspecto de ave de esta deidad suprema del panteón maya clásico, el numen se representa con largas plumas de quetzal, rasgos del dios K’awiil en la cabeza y, sobre ella, el signo yax (agua, fertilidad, verde, azul). Este signo se repite en la punta del ala, e identifica a Itzamnaaj en su aspecto antropomorfo en algunas representaciones de la cerámica clásica [... ] lo que confirma que el pájaro serpiente es un aspecto del dios supremo celeste. Del pico de Muut Itzamnaaj pende un símbolo jade-petate, “poder precioso”. El simbolismo del descenso al mundo de los muertos, seguido por el ascenso al cielo, parece mostrar la deificación del gobernante.

 

El cuerpo de Pakal en esta lápida reposa sobre el gran mascarón del Dragón Celeste Nocturno o Monstruo Cuatripartita, cuyo cuerpo, formado por una banda astral, se extiende a los lados de la lápida. Así, esta deidad, dragón bicéfalo en sus aspectos celeste diurno y celeste nocturno, acoge e impregna de sacralidad al gobernante muerto, para situarlo en el nivel de las deidades (De la Garza, Bernal y Cuevas, 2012, pp. 111-114).

Pero, ¿qué pasó con el astronauta? Como puede verse, los investigadores serios no hacen la menor alusión al tema, pero no han faltado personas pueriles que dicen que lo que se representa es la imagen de un extraterrestre que está dentro de su cápsula espacial. Se trata de personas ignorantes que, como ocurre en muchas ocasiones, niegan el poder creativo del hombre y acuden a ideas extravagantes e irreales sin valor científico para interpretar a su manera lo que es, simplemente, obra del hombre y de su pensamiento ancestral.

Eduardo Matos Moctezuma

 

Para leer más...

Bernal, Ignacio, Arquitectura prehispánica, facsimilar de las ediciones de 1951 y 1964, INAH, México, 1999.

De la Garza, Mercedes, Guillermo Bernal Romero y Martha Cuevas García, Palenque-Lakamha’, una presencia inmortal del pasado indígena, Serie Ciudades, FCE/El Colegio de México, México, 2012.

Greene Robertson, Merle, The Sculpture of Palenque, vol I: The Temple of Inscriptions, Princeton University Press, Princeton, New Jersey, 1983.

Ruz, Alberto, El Templo de las Inscripciones, Palenque, México, Colección Científica, 7, INAH, México, 1973. 

 

Tomado de Eduardo Matos Moctezuma, ”¿Un astronauta en Palenque?”, Arqueología Mexicana, núm. 121, pp. 88 - 89.

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