Un cuchillo ceremonial de obsidiana roja

Véronique Darras y Virginia Fields

En la Mesoamérica prehispánica, los trabajos en obsidiana y pedernal alcanzaron un nivel técnico muy alto, y piezas como los excéntricos, con sus formas alambicadas, o los grandes cuchillos bifaciales son testimonio de las hazañas de los artesanos. Entre este corpus de objetos extraordinarios, casi siempre de carácter ritual, llaman la atención las piezas elaboradas en obsidiana café-rojo con inclusiones negras que representan un ser zoomorfo. El análisis de una de esas piezas, perteneciente a Los Angeles County Museum of Art (LACMA), nos dio la oportunidad de averiguar su función y su filiación cultural. Estos aspectos nos parecen fundamentales, más aún cuando se sabe que las pocas piezas conocidas provienen de la misma área, el Centro-Occidente de México, y fueron adquiridas inicialmente por coleccionistas, por lo que su contexto cronológico y cultural es muy impreciso.

Además del ejemplar que sirve de punto de partida a nuestra reflexión, hay otras piezas idénticas en varios museos de la República Mexicana –Museo Nacional de Antropología y Museo Anahuacalli, ciudad de México; Museo Regional de la Alhóndiga de Granaditas, ciudad de Guanajuato; Museo Regional de Guadalajara– y en el Art Institute de Chicago, en Estados Unidos. En total, que nosotras sepamos, son por lo menos siete los cuchillos completos que presentan las mismas características. Sin embargo, la pieza del LACMA constituye el testimonio más interesante, si consideramos sus excepcionales dimensiones.

La pieza estudiada es parte de una colección de objetos prehispánicos del LACMA procedentes del Occidente de México. Las condiciones de su descubrimiento, así como su procedencia geográfica exacta y su filiación cronológica y cultural, son desconocidas. En 1950, la adquirió la señora Constance McCormick Fearing, como parte de un lote de piezas arqueológicas (núm. de registro AC1998.209.12). En la información del expediente museográfico se señala a Michoacán como el estado de origen y se le asigna una fecha de entre 900 y 1200 d.C.

Un trabajo virtuoso

El cuchillo está bien conservado, a pesar de que muestra una fractura mesial y un depósito blancuzco que cubre parte del cuerpo. Tiene una longuitud de 61.5 cm y pesa 632.7 gr. Está formado por una navaja estrecha y regular, que ocupa más de las dos terceras partes del conjunto, con 44.8 cm de largo, y por un mango de tamaño más pequeño. La navaja tiene bordes recto-convexos y presenta un ángulo de penetración de aproximadamente 35 grados. Su ancho y su espesor son, respectivamente, en su parte mesial, de 5.5 y 1.3 cm. Se observa un ligero estrechamiento y un pequeño aumento del espesor a la altura del mango. Este último –con un largo de 16.2 cm, 4.5 cm de ancho y un grosor de 2.1 cm– tiene la representación de una figura zoomorfa estilizada en posición estática y cuerpo abombado, así como contornos delineados por una serie de pequeños desprendimientos. La cabeza se aprecia muy claramente, con sus orejas puntiagudas y su boca abierta. Las patas están formadas por dos apéndices salientes que acentúan la concavidad del abdomen. La pieza debió de haberse fabricado a partir de una lasca muy grande y gruesa, o probablemente de un bloque en bruto que medía por lo menos 70 cm de largo. El trabajo es muy fino y perfectamente bien controlado. Los retoques del acabado, aplicados mediante la técnica de presión sobre las dos caras de la pieza, son paralelos, de disposición oblicua y muy regulares.

Un objeto ceremonial

La pieza estudiada es única en cuanto a sus dimensiones y, aunque se desconoce el contexto arqueológico, su morfología y técnica de manufactura son indicadores útiles sobre su función y significado. En cuanto a su morfología, se trata de un cuchillo zoomorfo compuesto por un mango, que es el cuerpo del animal, y una navaja, que representa la cola. Podríamos decir que se trata de la figuración estilizada de un coyote, un perro o, quizás, de una ardilla. Sus particularidades morfológicas impiden que el objeto cumpla con su función: el mango constituye sólo la cuarta parte de la pieza, mientras que la navaja ocupa la mayor parte del volumen y del peso, lo que hace incómodo su manejo. Además, el mango, elemento central de la pieza, parece haber sido creado sólo para que se viera y no para ser enmangado.

En cuanto a su manufactura, el cuchillo mide 61.5 cm de largo y su fabricación debió de exigir una inversión importante de trabajo. Se trata de una hazaña tecnológica que dio como resultado un trabajo estético y que sólo pudo ser llevado a cabo por un artesano virtuoso. La hazaña radica sobre todo en sus proporciones poco habituales, en las que se combina una longitud y un ancho excepcionales (la relación de proporción largo/ancho es de 0.09), que confieren a la pieza una gran fragilidad, con alto riesgo de fractura mesial en caso de que se hubiera utilizado.

Los ejemplares resguardados en los otros museos presentan características similares y cuentan con la particularidad de ser más pequeños: miden entre 30 y 45 cm de largo. Sin embargo, son muy semejantes en cuanto a su tecnología y morfología, a pesar de algunas variantes como la representación de la cabeza de un animal en uno de los ejemplares del Art Institute de Chicago, que se ve de perfil y tiene una sola oreja y la boca cerrada (Townsend, 1998, p. 134).

Las observaciones hechas sobre el ejemplar del LACMA, que se pueden extender a los demás, indican que se trata obviamente de un objeto muy especial, que no fue fabricado para ser utilizado como cuchillo o puñal en el marco de ceremonias religiosas específicas. La hipótesis de Townsend, quien sugiere que era un instrumento de autosacrifico para perforar las mejillas, parece sumamente improbable (Townsend, 1998, p. 133), incluso imposible. En cambio, hay elementos que permiten plantear que el cuchillo zoomorfo era de tipo ceremonial, no utilitario, probablemente asociado al ejercicio del poder y cargado de un sentido simbólico particular. En efecto, sus componentes, o sea la materia prima, el color, la forma y la función, determinada por esta última, aparecen todos vinculados a lo que sabemos sobre la simbología del poder en Mesoamérica.

La obsidiana, el color rojo, el coyote y el cuchillo

Cada uno de los cuatro elementos perceptibles que configuran el objeto –materia prima, color, forma y su función– está vinculado con símbolos y su interacción confiere al conjunto una significación particular. Desafortunadamente, desconocer su contexto arqueológico limita nuestro campo de interpretación y excluye toda extrapolación. Sin embargo, podemos reflexionar sobre su significado si recordamos algunas representaciones simbólicas del repertorio mitológico mexica o tarasco.

La materia prima. La importancia de la obsidiana en la fabricación de la indumentaria prehispánica es bastante conocida. También ocupaba un lugar relevante en la cosmogonía de las culturas mesoamericanas, si bien los datos más explícitos se refieren a los pueblos del Posclásico Tardío. Para los mexicas, la obsidiana negra estaba relacionada con el inframundo y con ciertas divinidades, como Tezcatlipoca. Símbolo del poder, aparecen también asociada con el autosacrificio y los presagios. Para los tarascos la obsidiana estaba vinculada con el mismo simbolismo: encarnaba el poder real y divino. Curicáueri, su dios tutelar, era también dios del fuego y de la guerra, y se materializaba bajo la forma de un núcleo o navajas de obsidiana. También se le atribuían asociaciones con la deidad-madre, Cuerauáperi, así como con la creación de las divinidades celestes y con elementos líquidos (como las aguas celestes y termales o la sangre).

El color. A excepción de un ejemplar en obsidiana negra, resguardado en el Museo Nacional de Antropología, todos estos cuchillos son de color rojo-café. Se trata de una variedad que era poco empleada y, según los testimonios arqueológicos, por lo general en puntas de flecha, cuchillos bifaciales o bezotes. Diferente información permite vincular el color rojo con el fuego, la sangre y los valores guerreros. El uso en rituales de minerales de este color era bastante común (hematita, cinabrio, etc.). El rojo también aparece asociado con ciertas divinidades y representa uno de los cuatro puntos cardinales del mundo: el este. Para los tarascos, el este era el lugar donde soplaba el viento y donde radicaba Cuerauáperi, la diosa madre, y Tiripeme Cuarencha, el dios rojo del amanecer.

La forma. El ser zoomorfo puede interpretarse como un coyote o quizá un perro o una ardilla. El primero aparece estrechamente relacionado con el destino de ciertas divinidades del Posclásico. En su obra De la métamorphose des dieux dans le Mexique ancien: Essai sur Tezcatlipoca, le Seigneur au miroir fumant, G. Olivier demuestra claramente la asociación entre el coyote y esta última divinidad, así como sus lazos con la guerra (huehuecóyotl) y los presagios. En la mitología tarasca se menciona que era Xarantaga, la diosa de la Luna y de la fertilidad, la que se materializaba bajo forma de un coyote para predecir acontecimientos. En cuanto al simbolismo del perro, sabemos que este animal ocupó un lugar importante en la mitología y la religión de Mesoamérica y que, en particular, estaba relacionado con los muertos y con el inframundo. Por otra parte, se sabe que tuvo gran relevancia entre las culturas del Preclásico y el Clásico en el Centro-Occidente de México. En cambio, es muy poca la información acerca de la ardilla. Sin embargo, podemos señalar que Curicáueri se asociaba a veces con una imagen guerrera representada por Thiume, la ardilla negra.

La función. Los tres elementos que acabamos de mencionar se conjuntan en el objeto que estudiamos: un cuchillo. Es la cosmogonía mesoamericana, este objeto, ya fuera de pedernal o de obsidiana, aparece asociado con actos de creación o de transformación divina. En cuanto a usos más concretos, sabemos que los cuchillos de pedernal o de obsidiana eran instrumentos de poder al servicio de los dioses, utilizados para hacer correr la sangre y así mantener el orden cósmico y terrestre.

Estas diferentes asociaciones simbólicas, bien establecidas por los investigadores, son bastante útiles para entender el significado de nuestra pieza. Sin embargo, se trata de un objeto complejo y con varios símbolos que sólo pueden discernirse parcialmente. Con lo que se sabe de la cosmología mesoamericana, podemos sugerir que era un objeto directamente asociado a lo divino, quizás al inframundo, a las predicciones y a la noción de guerra, y que probablemente se elaboraba para cumplir un papel solemne durante ceremonias específicas o para ser depositado como ofrenda con motivo de estas fiestas o para acompañar a un difunto.

¿Origen y filiación cultural?

Es muy factible que los ejemplares conocidos provengan de la región Occidente de México. En el registro museográfico de la pieza estudiada se menciona un origen michoacano y un fechamiento de entre 900 y 1200 d.C. (Posclásico Temprano). Los ejemplares del Museo Nacional de Antropología se exhiben en la sala dedicada a los tarascos (Posclásico Tardío, 1200-1520 d.C.), mientras que los publicados en Ancient West Mexico (1998) aparecen asociados a las culturas de las Tumbas de Tiro y provendrían de Colima (final del Preclásico y Clásico Temprano, 300 a.C.-400 d.C.). Por lo tanto, hay una variabilidad geográfica y cronológica que convendría examinar.

En primer lugar, la localización del o los yacimientos de obsidiana roja podría constituir un indicio valioso. Esta variedad sólo se puede encontrar en algunos yacimientos del Eje Neovolcánico que atraviesa el país desde Veracruz hasta Colima, principalmente en Otumba (Hidalgo) y sobre todo en la región de Tequila (en Magdalena, Jalisco) y del cerro Zináparo (norte de Michoacán). Sabemos que en los dos últimos yacimientos se encontraron bloques de gran tamaño. La variedad del localizado en Zináparo (en particular en la mina de la Guanumeña) es bastante común y los nódulos bicolores pueden alcanzar un peso promedio de 30 kg. Sin embargo, es arriesgado relacionar alguna fuente en particular con la variedad que fue empleada para fabricar los cuchillos basándose únicamente en su apariencia.

En el sitio arqueológico de Plazuelas se localizó otro interesante indicio. En este sitio monumental, que se encuentra cerca de la ciudad de Pénjamo, en el suroeste de Guanajuato, contiguo a Michoacán, se ha llevado a cabo un importante programa de excavación y restauración bajo la dirección de Carlos Castañeda (Centro INAH Guanajuato). Según los primeros resultados, relacionados con la arquitectura y el mobiliario arqueológico, la ocupación principal se pudo producir durante el Clásico Medio. Algunos de los vestigios descubiertos ofrecen indicios de interacciones culturales con Teotihuacan, como el caso de un talud-tablero. Otros vestigios, como un guachimontón, sugieren también algún vínculo con la tradición Teuchitlán. Tuvimos la suerte de examinar algunas colecciones recopiladas por gente de la aldea de Plazuelas que incluyen piezas arqueológicas procedentes del sitio. Una de ellas es un fragmento distal de cuchillo bifacial de obsidiana café-rojo, con inclusiones negras, que mide 23 cm de largo por 5 de ancho, aunque la naturaleza del fragmento permite estimar que originalmente midió el doble. Su materia prima, su forma y sus proporciones, así como su técnica de fabricación, nos permiten establecer una analogía morfológica con los demás cuchillos, aunque no podemos asegurar que la parte faltante era una figura zoomorfa.

El carácter estandarizado de esos cuchillos zoomorfos permite sugerir que fueron probablemente producidas en la misma área y por gente de la misma filiación cultural. A pesar de que se les atribuya cronología y procedencia distintas aunque cercanas, los indicios en favor de una filiación francamente occidental son fuertes. Con base en esta información, pensamos que todos esos cuchillos fueron más bien producidos durante el Clásico Medio, probablemente entre 400 y 700 d.C. (J. Reveles, comunicación personal), y que se pueden relacionar con la tradición cultural Teuchitlán.

A manera de conclusión, recordemos que estos apuntes sólo quieren subrayar la existencia y lo interesante de este tipo de objetos, así como dar algunos indicios sobre su significado y origen. Los elementos disponibles son suficientes como para deducir que la función manifiesta de este tipo de cuchillos era meramente simbólica. Sin duda alguna, el magnífico cuchillo de obsidiana en cuestión es la expresión del virtuosismo de los artesanos prehispánicos y refleja preocupaciones religiosas que se inscriben en la más pura tradición de la Mesoamérica prehispánica.

 

Véronique Darras. Investigadora en el cnrs, Maison de l’archéologie et de l’ethnologie, Nanterre, Francia.

Virginia Fields. Conservadora en el LACMA, Los Angeles, Estados Unidos.

Darras, Véronique y Virginia Fields, “Un cuchillo ceremonial de obsidiana roja”, Arqueología Mexicana, núm. 63, pp. 74-77.

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