Y, entonces, despertamos en el presente

Juan Villoro

Itinerario personal

Cinco años después (de la publicación de Palmeras de la brisa rápida. Un viaje a Yucatán, 1989), el 1 de enero de 1994, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional se levantó en armas en Chiapas para protestar contra la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá. Mientras un sector del país soñaba con adquirir los bienes de consumo del “primer mundo”, otro vivía la pesadilla del atraso y el olvido. El movimiento zapatista reivindicó ideales incumplidos de la Revolución Mexicana (la inclusión de los desposeídos en el proyecto nacional, la recuperación comunal de la tierra, la lucha por una democracia directa y no representativa) y colocó la cuestión indígena en la agenda de la modernidad, demostrando que esa lucha no pertenecía al pasado, sino al presente.

Matos Moctezuma concuerda con Octavio Paz en que el Museo Nacional de Antropología fue concebido como un templo cuyo altar mayor es presidido por dos piezas aztecas: la Coatlicue y la Piedra de Sol. Esta sacralización museográfica ayudó a que los gobiernos emanados de la Revolución celebraran con orgullo las reliquias prehispánicas mientras ignoraban las consignas de Emiliano Zapata y la realidad de los pueblos indios.

Imagen: “A partir de 1994, los nuevos zapatistas, y los movimientos indígenas que se les unieron o iniciaron luchas complementarias, revelaron la sorprendente novedad del pasado”. Zapatista del EZLN, Chiapas, 1994. Foto: Archivo de La Jornada.

 

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Villoro, Juan, “Itinerario personal”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 95, pp. 36-43.