Portadores de una de las tradiciones de escritura más complejas, antiguas y persistentes de Mesoamérica, los mayas produjeron desde épocas muy tempranas una enorme cantidad de textos jeroglíficos, en los que daban cuenta de una amplia variedad de asuntos, en gran medida relacionados con la clase gobernante y con el ámbito religioso. Aunque los textos que han sobrevivido de aquellas más antiguas épocas se encuentran en monumentos de piedra, cerámica y pintura mural, hay evidencias que indican que desde entonces los códices eran al parecer unos de los medios utilizados para registrar principalmente asuntos calendáricos y rituales. Aunque puede suponerse que algunos tuvieran otro tipo de contenidos, las temáticas mencionadas son las que aparecen en los muy pocos ejemplares que han llegado hasta nosotros. Estos códices, sobrevivientes al tiempo y a la destrucción intencional, son esencialmente de origen prehispánico; los tres fueron elaborados en el Posclásico Tardío y se inscriben con autoridad en la tradición maya, tanto en lo que se refiere a la cosmovisión inherente en su contenido como en cuanto a la estructura calendárica y los distintos dioses y rituales asociados a ella, así como a sus características formales y los modos de representación. Los tres códices mayas que se conocen – de Dresde, París y Madrid, así nombrados por la ciudad en la que se encuentran actualmente– han sido de invaluable importancia para el conocimiento del sistema de cómputo del tiempo entre los mayas, para la comprensión cabal de su estructura religiosa y para el desciframiento de su escritura, entre otros muchos aspectos.
Tomado de Arqueología Mexicana, Edición especial núm. 31, Códices prehispánicos y coloniales tempranos. Catálogo, pp. 10 - 11.