Itzel Rodríguez Mortellaro
En el siglo XX, el movimiento muralista integró a su repertorio temas de la mitología indígena antigua. Personajes e historias de antaño adquirieron nuevos sentidos culturales y contribuyeron a imaginar una nación mestiza y moderna. En la escenificación de la identidad cultural mexicana, Tláloc fue uno de los protagonistas.
En el Bosque de Chapultepec, en un espejo de agua, Tláloc realiza la danza ritual que propiciará la vida. Ofrece alimento a los seres humanos y su cuerpo –un altorrelieve cubierto de piedras naturales, azulejos y material marino– está rodeado por un mosaico multicolor con gotas de lluvia, milpas florecientes, serpientes, caracoles marinos y líneas ondulantes. Esta fuente, creada por Diego Rivera, rinde homenaje a la antigua deidad indígena y es icono de la identidad cultural del México moderno. En 1951, cuando la fuente de Tláloc fue inaugurada, la incorporación de mitología indígena al discurso cultural hegemónico se encontraba en un punto culminante. Desde algunas décadas atrás, el legado del pasado indígena se usaba para conferir el prestigio y la fuerza de un tiempo fundador en el cual se fijaron naturalezas y eternidades, y se otorgó una dimensión trascendente a la cultura y devenir nacionales.
Desde los años revolucionarios comenzó a imponerse la creencia de que el pasado remoto y el presente estaban unidos por una continuidad cultural que se expresaba principalmente en el plano espiritual, así como en el sentimiento artístico. Sobre los cimientos del panteón liberal se dio relevancia a ciertos mitos de cuño indígena –procedentes en su mayoría del Altiplano Central– que se reinterpretaron en términos de reflexiones modernas y cuya representación contribuyó a establecer la idea de una cultura nacional mestiza con raíz indígena. En el campo del arte, personalidades como Saturnino Herrán, Diego Rivera, José Clemente Orozco, Rufino Tamayo, David Alfaro Siqueiros, Carlos Mérida, Frida Kahlo y después Juan O’Gorman, José Chávez Morado, Francisco Eppens, entre otros, actualizaron el sentido simbólico de la antigüedad indígena para configurar mensajes públicos o privados.
El movimiento muralista que se inició en la década de 1920 incorporó el mundo sagrado prehispánico con un sentido alegórico. Paulatinamente cobraron presencia plástica Xochipilli, Quetzalcóatl, Huitzilopochtli, Coatlicue, Tzontémoc, Tláloc, Tlazoltéotl, así como águilas, serpientes y jaguares. Ciertos personajes mitológicos fueron referentes simbólicos de nociones de actualidad filosófica, política y cultural, tales como civilización, militarismo, humanismo, evolución, vida, eternidad, muerte, etcétera. Es decir, al sentido original se adhirieron significados afines a necesidades contemporáneas. Para mediados de siglo, pasajes y personajes de la historia y mitología indígenas eran temas convencionales del muralismo que podía verse en Ciudad Universitaria, el desaparecido Multifamiliar Juárez, la Secretaría de Comunicaciones y Transportes y otros inmuebles.
Los rostros de Tláloc
Una representación temprana del dios de la lluvia se encuentra en Estados Unidos, en los murales que pintó José Clemente Orozco entre 1932 y 1934 en el Dartmouth College de Hanover, New Hamp-shire. En esta obra, la historia de Quetzalcóatl es fundamental para la Épica de la civilización americana, tema del programa mural. En el principio de la narración, se ve al hombre-dios entre deidades principales: Xipe-Tótec, Tezcatlipoca, Tláloc, con cuerpo humano y dos serpientes que forman su máscara, Mictlantecuhtli, Huit-zilopochtli, Huehuetéotl. Orozco, imbuido de esoterismo, se vale de los atributos de los dioses para configurar la trascendencia del liderazgo profético de Quetzalcóatl, el civilizador. Cada personaje simboliza una potencia alquímica que participa en la trasmutación espiritual del héroe. Tláloc contribuye con la fuerza del agua y del rayo. A fines de esa década, una máquina aniquiladora, configurada a partir de los rasgos característicos de Tláloc, transmite una aterradora visión. En los murales que pintó David Alfaro Siqueiros en la sede del Sindicato Mexicano de Electricistas, D.F., se denuncia la miseria humana que conllevan la guerra, el fascismo y el imperialismo. Se ven hombres como autómatas, destrucción y violencia.
Rodríguez Mortellaro, Itzel, “Imágenes de Tláloc en el muralismo mexicano del siglo XX”, Arqueología Mexicana núm. 96, pp. 30-34.
• Itzel Rodríguez Mortellaro. Historiadora por la UNAM. Se dedica a la investigación y docencia del arte y cultura del periodo nacionalista en México. Actualmente, como tema de investigación de un doctorado en historia del arte, estudia el uso de la cosmovisión indígena antigua en el arte moderno.
Texto completo en la edición impresa. Si desea adquirir un ejemplar: http://raices.com.mx/tienda/revistas-dioses-de-la-lluvia-AM096