A Ann Cyphers, arqueóloga inteligente
Eduardo Matos Moctezuma
Como parte de los aportes de México al mundo están los vestigios arqueológicos, así como esculturas, pinturas, cerámicas y muchos otros elementos elaborados por sociedades anteriores a la conquista europea. Miles de años de historia se presentan ante nuestros ojos. Se trata de un legado de los pueblos mesoamericanos al mundo y muchos de esos sitios han sido declarados patrimonio de la humanidad por la UNESCO.
Cuando los españoles llegaron a tierras americanas vieron ante ellos un nuevo universo, en su mayoría diferente del europeo. También en las sociedades autóctonas hubo sorpresa al observar por primera vez elementos ajenos a los que estaban acostumbrados en estas tierras. Así, desde los primeros contactos unos y otros fueron percatándose de diferentes aspectos que iban desde lo físico hasta las maneras de pensar. Las diversas lenguas, los atavíos, los dioses, la religión, los edificios, la flora y la fauna, los alimentos, las costumbres y muchas otras expresiones fueron motivo de admiración o de terror en ambos lados.
Desde la visión europea, especialmente la de los frailes, fue necesario acudir a la Biblia como libro sagrado que habría de clarificar el nuevo mundo que se les presentaba. Una de las primeras incógnitas en lo que a Mesoamérica se refiere es la presencia de miles y miles de indígenas, lo cual lleva a pensar que se trata de alguna de las tribus de Israel que vino a parar por estas latitudes. Sobre la diversidad de lenguas se plantea que la Gran Pirámide de Cholula, monumento hecho a mano, no es otra cosa que la torre de Babel, donde Dios envió la confusión de las lenguas. Los símbolos de cruces se explican diciendo que algún apóstol llegó a estas tierras trayendo la buena nueva y el símbolo cristiano, cuando sabemos que esos símbolos guardan estrecha relación con el dios viejo y del fuego. Y así podríamos seguir enumerando otros aspectos, que evidentemente están muy lejos de la realidad. En este encuentro de dos culturas, de dos maneras diferentes de pensar, se van a dar imposiciones por parte de los recién llegados y resistencia por parte de los vencidos. Muchos aspectos van a desaparecer, en algunos se da un sincretismo, que tiene como resultado una tercera opción, y otros permanecerán a lo largo del tiempo con algunas variantes.
Hacia el siglo XVIII se da una visión deformadora de la realidad americana. Pensadores como el conde de Buffon, Corneille de Pauw, Guillermo-Thomas Raynal y William Robertson escriben libros en los que plantean un panorama en que se consideran inferiores no sólo a los habitantes del continente en relación con Europa, sino también a su clima, animales y otros aspectos. La respuesta viene de personas oriundas de América y en particular de México, quienes refutan los despropósitos de tales escritos. Así surgen la Historia antigua de México, de Francisco Javier Clavijero, y Due antichi monumenti di architettura messicana, de Pedro José Márquez, jesuitas que habían sido expulsados a Italia a raíz de las ordenanzas de Carlos III de España, en 1767. En la Nueva España, los planteamientos de aquellos pensadores europeos provocaron, a su vez, la respuesta de Antonio de León y Gama en su Descripción histórica y cronológica de las dos piedras que con ocasión del nuevo empedrado que se está formando en la Plaza principal de México, se hallaron en ella el año de 1790, obra en la que relata el hallazgo de esculturas como la Coatlicue y la Piedra del Sol, además de otros vestigios encontrados a raíz de los trabajos que ordenó el entonces virrey segundo Conde de Revillagigedo, quien gobernó la Nueva España entre 1789 y 1794.
Entre los motivos que llevan al sabio Gama a escribir acerca de estos monumentos destaca el siguiente:
Me movió también á ello el manifestar al orbe literario parte de los grandes conocimientos que poseyeron los indios de esta América en las artes y ciencias, en tiempo de su gentilidad, para que se conozca cuán falsamente los calumnias de irracionales ó simples los enemigos de nuestros españoles, pretendiendo deslucirles las gloriosas hazañas que obraron en la conquista de estos reinos. Por la narración de este papel, y por las figuras que se presentan á la vista, se manifestará el primor de los artífices que fabricaron sus originales; pues no habiendo conocido el fierro ni el acero, gravaban con tanta perfección en las duras piedras las estatuas que representaban sus fingidos simulacros, y hacían otras obras de arquitectura, sirviéndose para ellas, en lugar de templados sinceles y acerados picos, de otras piedras más sólidas y duras (León y Gama, 2009, p. 4).
Al terminar el periodo colonial, en 1821, la nación trata de consolidarse no sin dificultades y una de las preocupaciones de los insurgentes es la de encontrar la manera de unir al país naciente con su pasado indígena, destruido por España. La solución que se encontró para plasmar lo anterior fue la de colocar en la bandera y escudo nacionales la imagen mexica del águila parada sobre el nopal. Esto se logró en un largo proceso por medio del cual este símbolo fue desacralizándose de su contenido prehispánico, relacionado con sacrificio y guerra, para irse transformando de manera tal que las mismas autoridades coloniales lo aceptaron con un nuevo sentido. El antiguo símbolo fundacional mexica quedó así en el centro de la bandera sobre el color blanco, que representaba la pureza de la religión católica (véase Matos, 2010).
Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.
Matos Moctezuma, Eduardo, “Aportaciones de México al mundo: ayer y hoy”, Arqueología Mexicana núm. 130, pp. 30-35.
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