5. El funcionamiento cósmico y la presencia de lo sagrado

Alfredo López Austin

Las grandes divisiones del cosmos

En el momento en que el labrador hunde su coa para desbaratar los terrones de su milpa, su mente puede ser invadida por las más diversas imágenes. Habrá posiblemente las que lo conduzcan a lejanos escenarios, acaso a paralelismos metafóricos, o tal vez a temores sobre la falta de regularidad de las próximas lluvias, o a la esperanza de la cosecha, o a los impulsos que reventarán semillas, o a los brotes que reventarán suelos para mirar el cielo. El cosmos es complejo, demasiado complejo para contar sus singularidades, sus cambios, sus oposiciones. Es preciso reducir el todo y conglomerar sus partes: dividir y agrupar, descubrir leyes, encontrar voluntades ocultas, dotar de sentido a los transcursos. Hay que ordenar, clasificar, entender, trascender la simple percepción de los sentidos. Deben ser firmes los pasos por andar.

No todo se revela ante los ojos. Si la semilla se pudre y se hincha en el oscuro vientre de la tierra, y si el semen se pudre y se hincha en la oscura profundidad del útero materno, vuelven a la luz el corazón de la semilla y el corazón del semen gracias las mismas e invisibles fuerzas del agua que los penetra.

Nada tiene estabilidad absoluta. Los montes se deslavan en el lodo que se explaya en los valles; el agua que arrastra el lodo va rompiendo las piedras del camino. Todo lo transforma el tiempo. ¿De dónde viene el tiempo? ¿Adónde va cuando completa su obra?

La Luna, el gran recipiente, riega el mundo cada noche, cada noche; pero la luz del agua que contiene va menguando hasta desaparecer, y reaparece pausadamente hasta que alcanza nuevamente el borde: el paso del renacer y remorir tiene siempre igual medida. ¿Quién mide el paso?

Hay dos tipos de sustancia. Una es la evidente, la densa, pesada, perceptible por los sentidos. Es la que se ve, se palpa, se huele. Hay otra que tiene que descubrirse por sus efectos, la sutil, ligera, imperceptible. Ambas coexisten y se explican recíprocamente en todo fenómeno mundano. Ambos tipos de sustancia, además, tienen que ser comprendidos en la diversidad de sus calidades.

Las calidades de la sustancia son dos, y la particularidad de cada ente se precisa en las proporciones que tiene de ambas calidades. Por una parte está la calidad que se manifiesta en lo frío, lo húmedo, lo oscuro, lo débil, lo inferior, lo acuoso, lo nocturno, lo femenino, lo inicial, y en muchas más presencias que la descubren. Esta calidad genera la contraria, la que se presenta como caliente, seca, luminosa, fuerte, superior, ígnea, diurna, masculina, derivada, etc. La segunda calidad, a su vez, genera a la primera, porque en el cosmos hay un ciclo gigantesco de oposiciones. Ninguna calidad puede existir sin la otra; ambas estriban en su opuesta. Por ellas hay movimiento.

Lo anterior permite conocer la división del cosmos, pues la totalidad de sus entes se distribuyen en esta cuádruple división, tanto por el tipo como por la cualidad predominante de su sustancia. En los entes densos puede reconocerse a las criaturas: al hombre y todo su entorno perceptible. Los entes ligeros se perciben por sus acciones que mueven el mundo. Llegan para dinamizarlo y transformarlo todo. Mucha de su presencia se produce en ciclos; giran en vuelcos de muy diferentes longitudes. Si los vuelcos indican su presencia y su ausencia, hay que volver a las preguntas ya formuladas: ¿De dónde vienen? ¿A qué espacios retornan? ¿Dónde y cómo están cuando no se hacen presentes? Si vienen a este mundo, es necesario pensar en otro mundo, y hay que concebir, entre ambos, puertas que permiten y regulan la exacta circulación.

La unión de los opuestos complementarios

Todo está compuesto por las dos calidades de sustancia. Ambas se oponen internamente y ambas presentan resistencia al entorno. Al interior dan movimiento al ser; al exterior lo ubican dinámicamente en el cosmos. Los entes de sustancia sutil cumplen sus funciones en el mundo según la proporción de sus dos calidades de sustancia. Así, los dioses de la lluvia y los dioses de la muerte tendrán proporciones mayores de sustancias acuosas, frías y oscuras. En el Centro de México, los dioses de la lluvia y de la muerte vistieron características prendas de papel, y en toda Mesoamérica lluvia y muerte, desde el lado de lo frío, eran el punto de partida de la vida. Ni el Señor de la Lluvia ni el Señor de la Muerte serán totalmente fríos. Tampoco el Sol será totalmente caliente.

La naturaleza de los seres no siempre concuerda con sus características aparentes. En muchas ocasiones puede parecer, incluso, opuesta a ellas.

Así, la calidad masculina y la femenina no necesariamente indican el género del individuo, ni la calidad caliente y la fría necesariamente indican su temperatura. Un ser de temperatura fría, como el granizo, es de naturaleza caliente, y esta calidad lo hace quemar las plantas. Toda separación de un ser en dos partes de calidades absolutas sería imposible: siempre quedará algo de frío en la parte caliente; también quedará algo de caliente en la parte fría.

Otras de las peculiaridades de la calidad de la sustancia es que hay circunstancias y caracteres secundarios que las determinan y que su equilibrio “normal” puede modificarse. Cuando William Madsen, al inicio de la segunda mitad del pasado siglo, investigó las oposiciones complementarias entre la población del Ajusco, en el sur de la ciudad de México, recibió la siguiente información que registra en su libro The Virgin’s Children:

Algunos tipos de personas se clasifican como calientes o frías. Los albinos son muy fríos porque el blanco es un color frío, los negros son calientes porque el negro es un color caliente, y las personas yolchíchic [de corazón amargo] son calientes por su sangre amarga. Los gemelos son fríos porque causan la enfermedad fría llamada xoxal. Los triates, como la mayoría de la gente, son templados.

 

Alfredo López Austin. Doctor en historia por la UNAM. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Antropológicas (UNAM). Profesor de Posgrado en la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM).

López Austin, Alfredo, “5. El funcionamiento cósmico y la presencia de lo sagrado”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 68, pp. 77-89.