En memoria de Alfredo López Austin
Este breve recorrido no podría considerarse exhaustivo, y habría que dedicar un número aparte a las obras murales en el Museo Nacional de Antropología. He dejado para el final el óleo titulado, Niña tehuacana Lucha María (sol y luna), de Frida Kahlo (1942). El título, como lo argumenta el estudio sólido y muy bien documentado de Nancy Deffebach, probablemente sea resultado de una errata, pues nada hay en la obra de Tehuacán, y en cambio es toda una reflexión sobre Teotihuacan (Deffebach, 2015, pp. 87-96).
Al igual que otras obras que incluyen motivos arqueológicos, como Autorretrato en la frontera entre México y los Estados Unidos (1932) y Cuatro habitantes de la ciudad de México (1938), deja ver un diálogo con su esposo y compañero que por momentos parece más bien distante. Muestra a una adolescente descalza que lleva un vestido blanco y un suéter de Chiconcuac, sentada sobre una piedra.
Lleva en las manos un avioncito de juguete pintado de camuflaje (en 1942 México le declaró la guerra a las potencias del Eje). Al fondo de un paisaje bastante árido aparecen las pirámides de Teotihuacan; en el cielo nuboso se sitúan el sol, del lado derecho, y la luna del lado izquierdo; esta última tiene dibujado en rojo el conejo de La leyenda de los soles.
La mirada de la niña indica reflexión e introspección, dos facultades que pocos artistas le concedían a sus modelos campesinos; el avioncito señala un punto de vista superior, aunque con un dejo de ironía. De manera inusitada, en esta larga historia de imágenes que compiten por el monopolio de la legitimidad científica, Kahlo sitúa en el centro de su obra a un personaje de muchas maneras marginado de la Historia con mayúsculas.
Al colocarla de esa manera, reivindica su derecho a la interpretación; y esto queda enfatizado con la piedra sobre la que está sentada: sin pulir, sin forma, todo por hacerse, lo contrario de la zona arqueológica. Es una visión diferente, si no opuesta, de las visiones apoteósicas que, al consolidarse el Estado desarrollista, presentarían los monumentos del pasado mexicano como premoniciones de las grandes obras de los gobiernos del siglo XX.
Imagen: Frida Kahlo, Niña tehuacana Lucha María (sol y luna), 1942, óleo sobre masonite. Foto: Rafael Doniz. Colección Pérez Simón, México.
Renato González Mello. Doctor en historia del arte por la UNAM. Curador del Museo Carrillo Gil (1989-1992), Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
González Mello, Renato, “El arte mundial y la antigüedad mexicana”, Arqueología Mexicana, Edición especial, núm. 105, pp. 70-72.