... Hay dos aspectos de la difusión del Templo Mayor que merecen mención especial, me refiero a los espacios abiertos al público y al museo. Creo que la habilitación de las zonas arqueológicas, si dejamos de lado las problemáticas concernientes a su preservación y a su uso para otros fines es un vehículo inmejorable para transmitir el valor que tienen los vestigios prehispánicos.
No hay maqueta, por buena que sea, que rivalice con la experiencia de contemplar en vivo, así sea heridos por el paso del tiempo, los restos de antiguas construcciones, tal es el caso del Templo Mayor y de otros edificios que formaron parte del recinto ceremonial de Tenochtitlan. Sólo estando frente a ellas se aquilatan sus enormes dimensiones, se percibe la maestría agazapada en sus formas y decoraciones o se obtiene una idea cabal de sus transformaciones en el tiempo, entre muchos otros aspectos.
Gracias a que en 1991 al Proyecto Templo Mayor se sumó el Programa de Arqueología Urbana, ahora dirigido con singular talento por mi amigo Raúl Barrera, el visitante de la antigua Tenochtitlan puede obtener una visión de conjunto de su recinto ceremonial, pues, además de contemplar los restos del gran edificio principal, se pueden ver decenas de las llamadas ventanas arqueológicas para conocer los vestigios de edificios como el Templo de Ehécatl y el Calmécac, entre varios otros.
En este catálogo (Coyolxauhqui. A 45 años de su descubrimiento. Patricia Ledesma Bouchan y Eduardo Matos Moctezuma, coords. académicos) el lector encontrará un capítulo dedicado a las ventanas arqueológicas, por eso sólo hago esta breve mención para destacar la afortunada solución que se le dio a la problemática de investigar, rescatar y poner al alcance del público los vestigios situados más allá del edificio del Templo Mayor, pero que son esenciales para comprenderlo. Me da la oportunidad también de expresar mi admiración por los cientos de arqueólogos y especialistas, de muchas otras disciplinas, que a lo largo de estos 45 años se han afanado en la recuperación de un patrimonio que no es sólo de quienes habitamos esta ciudad y este país, sino de la humanidad entera.
Imagen: Reconstrucción del Calmécac de Tenochtitlan. Almena de más de 2 m de altura con forma de caracol seccionado. Se localizaron siete y estaban depositadas cuidadosamente en el pie de la escalinata de la estructura, bajo el piso de lajas que formaba un patio. Probablemente, las almenas formaron parte de la decoración superior del edificio y, por alguna razón desconocida, fueron retiradas y después colocadas bajo el piso de lajas del Calmécac. Foto: Boris de Swan / Raíces.
Enrique Vela. Arqueólogo por la ENAH, editor, desde hace más de 30 años trabaja en el ramo editorial. Editor de la revista Arqueología Mexicana.
Vela, Enrique, “Como una piedra que rueda. 45 años de difusión en el Templo Mayor”, Arqueología Mexicana, núm. 178, pp. 89-90.