Como en el caso de la magia, el hombre pretende percibir lo desconocido haciendo uso de su componente divino. Para adivinar hace valer su semejanza con la pareja de los dioses viejos que fueron usados como modelos de la especie humana. Los dos viejos -los nahuas los llamaban Oxomoco y Cipactónal- eran expertos en las artes adivinatorias. La semejanza capacitaba a cualquiera para el presagio. Los campesinos vaticinaban el tiempo por los avisos ambientales; temblaban los pusilánimes al oír el canto del tecolote y las amas de casa creían descubrir lo distante en el crepitar del fuego. Pero el manejo eficaz de las artes adivinatorias estaba reservado a los especialistas, cuyas facultades tenían fuentes muy similares a las de los magos. Entre los adivinos famosos se menciona a algunos gobernantes. El Códice Ramírez, por ejemplo, registra las palabras elogiosas con que Nezahualpilli -tlatoani de Tetzcoco y él mismo notable adivino- se refirió a su homólogo Motecuhzoma Xocoyotzin: "¿Quién duda que un señor y príncipe que antes de reinar sabía investigar los nueve dobleces del cielo... no alcanzara las cosas de la tierra para acudir al remedio de su gente? " Con la adivinación se pretende conocer el futuro, el pasado distante y el presente oculto. Se busca saber, entre otras cosas: 1) la ubicación de las personas (esposas huidas, familiares extraviados); 2) el origen de las enfermedades; 3) el tratamiento adecuado de los pacientes; 4) el sino de los enfermos; 5) el clima futuro; 6) la suerte de las batallas; 7) las calamidades que se ciernen sobre la población; 8) el destino de las empresas; 9) la autoría de los robos, y 10) el sitio donde se encuentran los animales perdidos o robados.
Tomado de Alfredo López Austin, “Magia y adivinación en la tradición mesoamericana”, Arqueología Mexicana núm. 69, pp. 20 – 29.