Los condicionantes de nuestra realidad
Cada uno de nuestros actos mentales, por pequeño que sea, se forma por la conjunción de múltiples factores: nuestra fisiología, la doble herencia genético- cultural, el entorno del presente, nuestra experiencia, nuestra memoria individual, etc. No sólo confluyen, sino que cada confluencia particular es un acto único, irrepetible. Imaginemos la magnitud de lo que esto significa. No hay posibilidad de que dos individuos coincidan en el acervo y juego de sus actos mentales. Más allá, no hay individuo que sea idéntico a sí mismo en dos diferentes momentos de su existencia. Esto lo dijo hacia principios del siglo V a.C. el sabio Heráclito de Éfeso: “En los mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos]”.
La fórmula heraclitana obliga a reflexionar sobre las formas individuales de percibir la realidad de lo que se es y de lo que se vive; las propias de los seres humanos y aun las propias de las especies animales superiores. Conocemos el mundo al existir en él; pero lo hacemos de tal manera que nuestra distinción está condicionada por factores que determinan vías, maneras, contenidos y grados de aproximación. Algunos de los factores biológicos de nuestra percepción son comunes a un número elevado de especies; otros son específicos de los humanos; otros más derivarán de la variedad ambiental de nuestros nichos, o de las tradiciones sociales, o de nuestras peculiaridades individuales… o, como lo consideró Heráclito, de un punto de nuestro tránsito en el mundo como seres individuales mutables. ¿Qué significa, entonces, conocer, sentir o actuar en el mundo? Articular a él nuestra carga de condicionantes, desde los más generales hasta los individuales y transitorios. No hay otra forma de aproximación, pues los condicionantes forman parte de nuestro ser. Todos determinan nuestra realidad del mundo y son nuestras realidades del mundo. Somos uno con el mundo, actuamos en el mundo, y nos relacionamos socialmente como seres del mundo.
Unidad y diversidad
Dejemos por ahora la profundidad heraclitana del individuo en permanente tránsito y quedémonos en el punto de la diversidad que existe entre los individuos. Cada individuo posee exclusividad en la forma de percibir, concebir y actuar en el mundo objetivo del que forma parte. Al mismo tiempo, somos tan semejantes unos a otros que puede decirse que nunca un ser humano puede llegar a la negación absoluta de comprensión de otro.
Para evaluar lo anterior tomemos como ejemplo un sentimiento tan universal como el amor a la madre. Está profundamente arraigado no sólo en nuestra especie, sino en una gran cantidad de otras especies animales. Sin embargo, cuando un individuo piensa en el amor materno se producen cadenas mentales complejas de la más amplia naturaleza. Cada individuo vinculará en su mente este sentimiento con una pléyade de recuerdos (algunos muy firmes desde el inicio mismo de la vida personal), sentimientos (incluso algunos contradictorios derivados de recuerdos anteriores), imágenes (no faltarán las obtenidas de las vivencias individuales de la cultura compartida), intenciones (derivadas de circunstancias específicas), percepciones presentes (sumando algunas olfativas de la más tierna infancia que se asocian a distantes recuerdos) y una gama enorme de otros actos que brillarán juntos por un instante presente y que dejarán sus huellas.
A pesar de todas estas particularidades, el amor a la madre es tan universal que nos une. Es un referente común que nos caracteriza, independientemente de la diversidad de actos mentales que en cada caso individual lo integren, e independientemente también de las formas –siempre distintas– nacidas de la intersubjetividad en los procesos de comunicación. Como anteriormente se vio, la intersubjetividad jamás produce identidades en los procesos de comunicación.
Nunca se presentan sentimientos, pensamientos o recuerdos desnudos. Nunca hay cadenas compartidas plenamente entre los dos individuos componentes de una pareja, o entre dos parejas de una misma familia extensa, entre dos familias de un mismo barrio, entre las de dos barrios de una misma comunidad, entre las de dos comunidades de una misma región… Lo maravilloso es que el remanente de similitudes, la intersubjetividad en sus alcances limitados, la comunicación de la humanidad en la diversidad de los espacios y los tiempos, siempre creará ligas suficientes para que puedas tú, lector, emocionarte profundamente con la sencillez, el equilibrio y la sabiduría de un distante haikú que, traducido de manera tal vez imperfecta de una lengua distante a la tuya, te llega con un profundo y sentido mensaje.
Alfredo López Austin. Doctor en historia por la UNAM. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Antropológicas (UNAM). Profesor de Posgrado en la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM).
López Austin, Alfredo, “2. Unidad y diversidad culturales”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 68, pp. 25-38.