En un abrigo rocoso de la parte oriental de la Sierra Gorda, en el municipio de Zimapán, Hidalgo, se encontró un fardo mortuorio con los restos óseos de un adulto de aproximadamente 20 años de edad al morir, hasta ahora caso único en la arqueología de la entidad.
Habitantes del municipio notificaron al inah del hallazgo, por lo que los arqueólogos Toxtle Farfán y Aguilar Romero se trasladaron al lugar y pudieron constatar que se trataba de un fardo mortuorio que por sus características podría corresponder a la época prehispánica.
No se trata de una momia, porque tendría tejido blando como piel, músculo, tendones, sólo son huesos, pero en excelente estado de conservación. La mortaja muestra cierto deterioro, pues el material orgánico se desintegra fácilmente.
Los restos óseos están envueltos en un textil con pigmento y un petate. El cráneo aún conserva cabello y se pueden ver también algunos dientes, así como una parte de la osamenta. El esqueleto parece completo, y habrá que esperar a abrir la mortaja, pero a simple vista se aprecia el cráneo, tibias, clavículas, omóplatos y algunas costillas.
Las condiciones del lugar, un ecosistema semidesértico en la parte oriental de la Sierra Gorda, sumado a las propiedades del suelo, contribuyeron a la preservación de los restos, así como de las fibras vegetales con que fue envuelto.
En la cosmovisión mesoamericana las cuevas y otros refugios rocosos eran entradas al inframundo y residencia de las deidades de la muerte, por lo que uno de sus usos fue el de espacio funerario. Las características del fardo, la posición sedente flexionada de la osamenta, el tipo de amortajamiento y el espacio donde fue depositado indican que se trata de un entierro prehispánico.
A unos 500 m de distancia se encontró un pequeño conjunto de pinturas rupestres con símbolos abstractos, y dentro del abrigo rocoso, en el suelo de la cueva, una capa de materia vegetal compuesta de hojas de palma, pencas de maguey y gabazo de cactáceas.
Noticia publicada en Arqueología Mexicana, núm. 129.