Coatépetl: la montaña sagrada de los mexicas

Patrick Johansson K.

Lugar del nacimiento portentoso de Huitzilopochtli y espejismo fugaz de la ciudad ideal, Coatépetl es la montaña sagrada, el templo, el axis mundi situado entre Aztlan y Tenochtitlan, entre el origen y el fin, entre lo imaginario y lo tangible.

 

Las ciudades de Mesoamérica, como las de otras del mundo, se edificaron en un espacio real y un tiempo pero se gestaron también en la geografía interior de sus habitantes y en una atemporalidad con valor mítico. En efecto, si lo que es se arraiga históricamente en lo que fue, los textos que refieren el origen y la formación de los componen un pasado a la medida de su presente, a la vez que remiten a esquemas primarios del comportamiento humano, los cuales se funden con otros elementos reales o ficticios, en el crisol de un mito.

La fundación de México-Tenochtitlan representó la culminación de un proceso histórico pero también de una gestación mitológica que se inició en las aguas matriciales de Aztlan y terminó en una isla del lago de Texcoco, en el lugar donde un águila se posó sobre un nopal que había brotado del corazón sacrificado de Cópil. Entre el alpha y el omega, entre el origen y el sitio de su asentamiento definitivo, las
múltiples fuentes que refieren las tribulaciones de los aztecas mexicas sitúan una etapa del ser-mexica en el lugar llamado Coatépec, "en el monte de la(s) serpiente(s)".

 

Coatépec: reflejo o espejismo del altépetl ideal

La llamada "peregrinación de los aztecas", tal y como se presenta en los documentos manuscritos y pictóricos que aluden a ella, constituye una verdadera "gestación" mitológica de la nación mexica. Entre los esquemas que se traman en los distintos relatos figura e l sedentarismo, es decir, la realización del altépetl, "la Ciudad".

El mito fundador de México-Tenochtitlan, con las peripecias que lo integran, debe haber sido generado una vez que se hubieron instalado los mexicas en el centro de la laguna. Los mitos tienen una gran movilidad narrativa y se adaptan a las etapas históricas que atraviesan los pueblos. Están siempre a la medida del presente vivido. Es probable que los aztecas nómadas y luego seminómadas tuvieran un mito que evocara una "tierra prometida" por su dios Huitzilopochtli, como lo sugieren las fuentes, y que este mito se transformara, en función de la nueva situación existencial, o se creara otro que correspondiera más entrañablemente a los determinismos históricos del momento.

Sea lo que fuere, algunas de las fuentes aquí mencionadas señalan que los candidatos a establecerse en un lugar fijo, después de dejar parte de los que venían con ellos en Pátzcuaro y haber abandonado otra fracción al mando de la hermana de Huitzilopochtli: Malinalxóchitl en Malinalco, llegan a Coatépec. En este lugar Huitzilopochtli mandó en sueños a los sacerdotes: “Que atajasen el agua de un río que junto allí pasaba, para que aquel agua se derramase por todo el llano y tomase en medio aquel cerro donde estaban, porque les quería mostrar la semejanza de la tierra y sitio que les había prometido" (Durán, II, p. 32 ).

El monte así rodeado por el agua define lo que los nahuas llamaban in atl, in tépetl, "el agua, el cerro", y que representaba para ellos el concepto de ciudad. Las plantas crecieron en torno a las aguas mientras que éstas se "henchían" de peces y a ellas acudían aves marinas de todo tipo:

Hinchóse así mismo aquel sitio de flores marinas, de carrizales, los cuales se hincharon de diferentes de tordos, urracas, unos colorados, otros amarillos, que con su canto y chirrido hacían gran armonía, y alegraron tanto aquel lugar y  púsose tan ameno y deleitoso, que, olvidados los mexicanos con este contento del sitio que su dios les prometía, no siendo éste más de muestra y dechado de lo que iban a buscar, dijeron que aquél les bastaba, que no querían ir de allí a buscar más deleite del que tenían. Empezaron luego a cantar y bailar con cantares apropiados y compuestos a la frescura y lindeza del lugar (Durán, II, p. 33)

Coatépec, e l lugar, es el reflejo (o el espejismo) de lo que será Tenochtitlan a la vez que es una imagen del origen: Aztlan/ Colhuacan. Es la ciudad ideal, virtual, "u-tópica'' (con su tlachco -juego de pelota- y su tzompantli), que existe únicamente en la geografía interior del hombre y de manera simbólica en el Templo Mayor de México-Tenochtitlan, aún cuando el cerro haya existido y haya sido objeto de veneración.

 

El sacrificio de Coyolxauhqui en Coatépec

Deslumbrados por la belleza del lugar, algunos de los migrantes creen haber llegado a la "tierra prometida". Los "caudillos" de aquellos que no querían seguir adelante y consideraban Coatépec como el lugar de su asentamiento definitivo eran Coyolxauhqui y los huitznahuas, es decir, los entes selénico-nocturnos. Se establece aquí mediante esta configuración narrativa un antagonismo mitológicamente funcional entre la oscuridad y la luz, entre la Luna (Coyolxauhqui), los centzon huitznahuas y el Sol (Huitzilopochtli), el cual es redimido mediante el sacrificio de los primeros en aras del segundo.

Como veremos adelante, Coatépec es el lugar de la consagración de Huitzilopochtli-Sol como dios de los mexicas, y dicha consagración no se puede realizar más que con el sacrificio de la Luna y de los huitznahuas, y su integración subsecuente en una dualidad vital:

Cuentan que a media noche, estando todos en sosiego, oyeron en el lugar que llamaban Teotlachco, o por otro nombre, Tzompanco -que eran lugares sagrados dedicados a este dios- un gran ruido; en el cual lugar, venida la mañana, hallaron muertos a los principales movedores de aquella rebelión, juntamente a la señora que dijimos se llamaba Coyolxauh, y a todos abiertos por los pechos y sacados solamente los corazones (Durán, II, p. 33).

Por tratarse de un lugar ideal pero sobre todo divino, este lugar no puede ser habitado por los hombres. Tal esquema de acción narrativa se encuentra en otro contexto cosmogónico cuando los dioses se autoinfligen la muerte en Teotihuacan creando, en este caso, el espacio sagrado de su morada para no “mezclarse” con los macehuales. Conforme al modelo universal, la ciudad ideal debe de permanecer ideal, siempre virtual, en un más allá utópico, para nutrir espiritualmente a los habitantes de la ciudad terrenal.

 

En Coatépetl: el nacimiento de Huitztlopochtli

En el libro III del Códice Florentino se encuentra un detallado relato del nacimiento portentoso del dios solar mexica. La diosa-madre Coatlicue, "falda de serpientes", barría arriba del monte Coatépetl cuando cayó del cielo un ovillo de plumas. La diosa lo recogió, lo puso debajo de su huipil y quedó preñada del que sería el Sol: Huitzilopochtli. La hermana mayor de Huilzilopochtli, Coyolxauhqui (la Luna), y sus hermanos los cuatrocientos huitznabuas (las estrellas) decidieron dar muerte a su madre, matando asimismo al fruto de lo que ellos consideraban un amor ilícito que los avergonzaba. Después de muchas peripecias, nace Huitzilopochtli, armado con la xiuhcóatl, la serpiente de fuego. Éste sacrifica y degüella a Coyolxauhqui, persigue y diezma a los huitznahuas, de los que sólo cinco escapan a la furia del dios. Es preciso señalar que otras variantes del mito sitúan en Coatépec la caída de los palos de fuego o el fuego nuevo, es decir, la aparición del fuego.

No podemos en el espacio de este artículo proceder a un análisis exhaustivo del texto y de los símbolos que entraña. Nos conformaremos con desprender los elementos esenciales de la historia. La fecundación de Coatlicue por el ovillo de plumas representa en última instancia la fecundación de la tierra por el cielo. El hecho de barrer (tlachpaníztil) el monte Coatépetl constituye asimismo un esquema de acción narrativa con alto valor simbólico. En efecto, barrer constituía una penitencia, una purificación, pero sobre todo definía simbólicamente la disponibilidad del ente femenino en la espera del agente masculino de su fecundación.

Después de una gestación narrativa, cuyas etapas consideramos más adelante, Huitzilopochtli nace, irrumpe en lo más alto del monte Coatépetl. Coatlicue, la mujer con enaguas de serpiente, y el monte de la serpiente Coatépetl se funden aquí para constituir un mismo ente telúrico-materno generador del Sol y del maíz.

 

En Coatépec: la integración del agua y del fuego en una dualidad fecunda

Si el Coatépetl es la montaña de la que surge el dios solar Huitzilopochtli y donde aparece el fuego, el mecanismo mitológico más determinante es sin duda la integración fértil del agua y del elemento ígneo.

Por su carácter insular y por las aguas que lo rodean, el monte constituye una imagen de Aztlan y remite a los elementos tierra y agua. La subsecuente fecundación de la tierra por el cielo, que se realiza cuando Coatlicue pone el ovillo de plumas bajo su huipil, determina a su vez una unión tierra-aire cuyo resultado es la aparición del fuego uranio (el Sol) encarnado por Huitzilopochtli. Esta sintaxis mitológica de elementos culmina con la unión agua/fuego que consagra el sacrificio de Coyolxauhqui, la Luna, por Huitzilopochtli, el Sol.

A la vez que consagra la victoria de la luz sobre los entes nocturnos, el sacrificio de la Luna por el Sol en Coatépec tiene connotaciones erógenas que determinan la integración funcional de los elementos en una dualidad vital. Más allá del agua y del fuego se perfilan la lluvia y el Sol, generadores a su vez del sustento.

 

Patrick Johansson K. Doctor en letras por la Universidad de París (Sorbona). Investigador en el Instituto de Investigaciones Históricas y profesor de literatura náhuatl en la Facultad de Filosofía y Letras, ambos en la UNAM.

 

Johansson K., Patrick, “Coatépetl: la montaña sagrada de los mexicas”, Arqueología Mexicana núm. 67, pp. 44-49.

 

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