En su Tríptico de la muerte, Matos Moctezuma incluye una selección de poesía nahua, traducida por Ángel María Garibay K., que brinda sonoro eco a los versos de Nezahualcóyotl. “La ideología condiciona los lugares donde irán los individuos muertos y depara el mejor destino a los guerreros, necesarios para la supervivencia de Tenochtitlan”, escribe Matos. Sin embargo, la poesía no está en plena conformidad con ese destino. En un ámbito severamente vigilado, sometido a una estricta dominación religiosa, los anónimos autores protestan contra su fugaz paso por la tierra: “Todo el que hace plegarias al dios, / daña su destino al entregarlo”. El lamento continúa en diversos poemas: “Lloro, me aflijo cuando recuerdo / que dejaremos las bellas flores, los bellos cantos”… “Tenemos que dejar la tierra que perdura”… “Al olvido y a la niebla yo tengo que entregarme”.
La vida humana, de por sí breve, se exponía al filo de la obsidiana que extraía los corazones en la piedra de los sacrificios. Los poemas de “flor y canto” son el saldo de una sublevación intelectual; no aceptan mansamente la idea de que los guerreros muertos acompañen al sol ni se consuelan pensando en las moradas del inframundo; cuestionan la exigencia de morir y celebran la naturaleza como forma suprema de la vida. Nezahualcóyotl desafía la fugacidad de todas las cosas a través de la palabra: “No acabarán mis flores / no cesarán mis cantos”.
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
Villoro, Juan, “La poesía”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 95, pp. 60-89.