De hierbas y herbolarios en el México actual

Paul Hersch Martínez

En el uso empírico de la flora medicinal se expresan no sólo la diversidad natural y cultural de México, sino también la inventiva y riqueza del saber popular. La herbolaria mexicana sigue esperando condiciones para revelar su potencial y atender a la población en función de sus necesidades y no de requerimientos mercantiles

 

Las plantas medicinales atraen a diversos sectores sociales, tanto en nuestro país como en el extranjero. Varios son los motivos de este interés, entre ellos, el sano propósito de retornar a la naturaleza, y también el no tan sano de continuar explotándola con fines lucrativos. Sin embargo, la herbolaria, es decir, el uso empírico de las hierbas para el tratamiento de las enfermedades, existió antes de estos objetivos.

La herbolaria constituye un amplio campo de conocimientos y prácticas, en el que un conjunto heterogéneo de personas recurre a las hierbas para tratar dolencias de muy diversa índole. Y es que las plantas no son sólo estructuras biológicas: adquieren sentido a través de la sociedad humana.

 

La herbolaria
como referente múltiple

Cuando doña Pachita, que no es necesariamente una afamada curandera, sino una de las numerosas mujeres que hoy intentan defender a su familia con lo que pueden, aplica lo que sabe y lo que tiene frente a los padecimientos que persisten, rebeldes a las estrategias a menudo discursivas con que se los pretende erradicar; cuando la hierbera, la comadre o la vecina preparan su jarabe para la tos, están, sin saberlo, mezclando el nuevo, el viejo y otros mundos posibles en su cazuela: el eucalipto proveniente de Australia con la canela originaria de Sri Lanka, el gordolobo de México con el ajo mediterráneo, la bugambilia del sur americano con la muy nacional raja de ocote.

En el uso empírico de la flora medicinal se encuentran no sólo las hierbas con quienes las recomiendan y las usan, sino los diversos Méxicos de ayer y hoy. A través de ese uso se expresan la diversidad natural y cultural del país, las insuficiencias de la asistencia médica oficial en asentamientos urbanos y rurales, y también la inventiva y riqueza del saber popular. La herbolaria forma parte del México que se niega a ser globalizado, y emerge como un elemento operativo y viviente de nuestro patrimonio cultural, enlazando tiempos y espacios. Cabe entonces desgranar algunas de sus diversas facetas y expresiones.

La herbolaria actual tiene, de entrada, una dimensión histórica. Constituye un vestigio vigente de ese mundo prehispánico, desdibujado pero palpable, que intentamos asir en la búsqueda de nuestra identidad. Sin embargo, lo que hoy conocemos como herbolaria no es sinónimo de medicina prehispánica. El fuerte impacto de la Conquista trajo consigo la desarticulación de esa medicina, la pérdida de sus registros escritos, la desaparición de sus escuelas, la afectación irreversible de sus condiciones funcionales, y la persecución y marginación de sus curadores. A pesar de todo lo anterior, diversos elementos, provenientes de las civilizaciones prehispánicas, operan aún en el sistema conceptual de la herbolaria y en su acervo de recursos, en la taxonomía de los padecimientos en que se basan los terapeutas populares y las amas de casa para atender a sus familiares y pacientes, y también en la materia médica que emplean.

A lo anterior se han añadido paulatinamente ideas y medios provenientes de otras culturas, de lo que ha resultado un registro donde las diversas estrategias contra la enfermedad –dominantes y oficiales un tiempo, y luego dominadas y oficiosas– aparecen combinadas en la superficie cotidiana ante el hecho concreto de la salud alterada. Las diferentes maneras de explicar los padecimientos y de combatirlos, y la diversidad de recursos empleados, se encuentran hoy funcionando de manera simultánea en la herbolaria, resintetizados, reformulados, sincretizados.

Y es que la herbolaria mexicana actual no constituye un cuerpo homogéneo de saberes, prácticas y recursos, sino una expresión de la diversidad étnica y cultural de nuestro país; a las diferentes herbolarias indígenas que sin embargo se encuentran enlazadas por elementos comunes, cabe añadir las prácticas citadinas, las mestizas, las proclives a incorporar con mayor dinamismo elementos provenientes de otras culturas médicas.

La práctica herbolaria constituye a su vez un referente biológico, al expresar en su materia vegetal la diversidad botánica y ecológica de nuestro país. La riqueza de recursos con que trabajan nuestros curadores populares refleja la variedad de regiones fisiográficas existentes en México. Así, existen cerca de 30 000 diferentes especies de plantas con flor, de las cuales se ha calculado que no menos de una quinta parte cuenta con propiedades medicinales significativas.

La herbolaria mexicana es también un referente asistencial y sanitario, al formar parte de un dispositivo sociocultural de respuesta a la enfermedad en el que ha reparado poco la medicina moderna. La trascendencia asistencial y epidemiológica de la herbolaria radica en que responde, con mayor o menor grado de eficacia, a problemas de salud insuficientemente atendidos e incluso no reconocidos como tales. Asimismo, delimita, en racionalidades y lenguajes divergentes a los dominantes, modalidades y dimensiones del daño a la salud que carecen de registro oficial. Esto hace también de la herbolaria un referente epistemológico, pues las plantas se emplean frecuentemente, a nivel popular, para tratar padecimientos no reconocidos como tales en la clasificación de enfermedades propia de la medicina moderna, padecimientos que reflejan, por ejemplo, la relevancia de los estados emocionales y de las relaciones humanas en la salud.

Sin embargo, el conocimiento herbolario sigue siendo descalificado por su adscripción social y por su naturaleza empírica. Desde la Conquista, el afán por modernizar al país, por adjudicarle modelos de desarrollo externos, tiene aún a los saberes populares como creencias “primitivas”, como rasgos prescindibles. No figura en ese panorama la razón de ser y persistir de esos saberes, si es que se les considera como tales y no como meras supercherías.

 

Paul Hersch Martínez. Médico y doctor en ciencias sociales y salud, con estudios en fitoterapia clínica y en metodología de investigación. Investigador del INAH, donde está a cargo del proyecto Actores Sociales de la Flora Medicinal en México y del Museo de Medicina Tradicional y Herbolaria. Profesor en la ENAH e integrante del SNI.

 

Hersch Martínez, Paul, “El juego de pelota en Teotihuacan”, Arqueología Mexicana núm. 39, pp. 60-65.

 

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