El conocimiento de las rocas y los minerales, y sus propiedades, fue el primer paso en la lapidaria. Esto comenzó desde tiempos muy antiguos en todo el mundo, incluida el área de Mesoamérica. En los periodos Arqueolítico y Cenolítico Inferior (35000 30000-~000 a.C.) se usaron instrumentos tallados, a partir de lo cual se conoció la tenacidad de los materiales. Desbastar y pulir rocas y minerales fue un proceso que se desarrolló más tardíamente que el de tallar, cuando se comprendió la resistencia a la abrasión.
LA ARENA.- Casi de cualquier arroyo, está constituida principalmente por partículas cuarzosas que son el más antiguo, abundante y universal de los abrasivos. En el estudio de las bellas obras lapidarias suele no destacarse la importancia de los abrasivos, debido a que las obras mismas atraen mucho más la atención.
EL CORINDÓN.- Es un óxido de aluminio cristalino e incoloro, aunque algunas impurezas le dan color. Es un mineral muy duro y excelente abrasivo del grado 9 en la escala de Mohs. Se encuentra en rocas metamórficas, en pegmatitas y en sienitas, así como en productos de intemperización de esas rocas. En México, se ha localizado principalmente en Oaxaca, Guerrero y Puebla. Hay rocas con corindón por diversas partes de Mesoamérica, por lo cual durante el Preclásico debió haber sido relativamente fácil obtener cristales
que se usaron como buriles para grabar y como arena para desbastar chalchihuites y piedras duras. Cabe recordar que en el Preclásico Temprano el trabajo minero aún debió realizarse “a ciclo abierto” en excavaciones poco profundas, o bien mediante un simple lavado de gravillas y arenas de arroyos, aguas abajo de las formaciones de origen.
Tomado de Adolphus Langenscheidt, “Los abrasivos en Mesoamérica”, Arqueología Mexicana, núm. 80, pp. 55-60.