Al conocer tan poco sobre el origen de los tarascos y de los pueblos que los antecedieron, es muy difícil definir cuáles artes fueron de ellos, y cuáles fueron propias de sus tributarios. El panorama es oscuro, puesto que el señorío tarasco era un estado multiétnico y hasta ahora se han realizado pocos trabajos arqueológicos. Aquí se describen como tarascos los objetos que proceden de las excavaciones hechas en Tzintzuntzan o Ihuatzio; éstos formaban parte de ofrendas funerarias de gente noble inhumada en las inmediaciones de las llamadas yácatas, que son basamentos piramidales en los que se asentaban sus templos. Es posible que algunos de estos objetos no hayan sido hechos por tarascos, pero su ubicación en las capitales tarascas indica que fueron del gusto de los purépechas y usados por ellos. Esto es sobre todo válido para los objetos de metal, ya que en la meseta tarasca no hay minas; sin embargo, la cerámica, que es muy particular en sus formas y rara vez se encuentra en sitios ajenos a los tarascos, debió indudablemente de haber sido realizada por ellos mismos. Como obra muy propia de los purépechas tenemos su arquitectura con líneas y proporciones únicas. Para los Objetos hechos en material perecedero, como las piezas de laca y los artículos de plumas, tenemos que basarnos para su descripción en la Relación de Michoacán y en lo dicho por los cronistas.
La cerámica
Éste fue un arte destacado en el Occidente de México, y los michoacanos, como parte de esta gran área, no podían haber sido menos. En sus recipientes predominan dos formas: los cajetes trípodes con grandes soportes huecos, y las vasijas provistas de un asa "estribo" y una vertedera de forma tubular. Como formas adicionales pero no frecuentes, podemos añadir los tecomates, algunas ollas y los llamados patojos, con boca excéntrica y un asa lateral. Los platos y las vasijas de paredes rectas o fondos planos, son excepcionalmente raros. Muchas de estas formas se repiten en miniatura; más que juguetes, su función era ritual y mágica, puesto que el espíritu del difunto podía hacer uso de ellas sin importar su tamaño.
No hay que olvidar que estas piezas proceden de sitios ocupados por las clases altas; quizás el número de formas aumente cuando se estudie sistemáticamente un sitio ocupado por la gente común y corriente.
La cerámica antes descrita puede ser monocroma, bicroma o policroma: en las piezas, con policromía abunda la llamada decoración al negativo. Todas las piezas presentan un acabado de superficie excelente a base de bruñido. La decoración al negativo requiere una gran habilidad para aplicarla; se le ha comparado con la llamada técnica del batik para teñir telas; en ambos casos, los diseños que van a realizarse requieren ser cubiertos por una sustancia que impida su coloreado con el tinte que en ese momento se aplica a todo el objeto: en el caso de la cerámica, este proceso implica al menos un doble cocimiento de la vasija. La decoración pintada se aplica con cuidado, y en ella predominan los motivos geométricos: entrelaces, grecas escalonadas, líneas serpentinas, etcétera; sólo de vez en cuando aparecen formas animales y aún más raras son las figuras humanas. En la distribución de la decoración no se busca necesariamente un patrón simétrico, y en muchas de las vasijas el principal encanto radica en la asimetría de su diseño, además del contraste de colores y de su extraordinario pulimento.
Otra rama de objetos de cerámica fue la manufactura de pipas: su uso debió estar relacionado con el culto al fuego y a Curicaueri, pues casi siempre en las imágenes de la Relación... , las personas que fuman pipa son gente de alto rango. La pipa tradicional tarasca tiene una alta cazoleta provista de dos pequeños soportes y un tubo exageradamente largo. Llama la atención que los tarascos no hayan hecho figurillas en barro: muy pocas se han encontrado en Tzintzuntzan y la mayoría de ellas, que ilustran obras de carácter general y a las que se les ha dado el nombre de tarascas, son anteriores al surgimiento del señorío de ese nombre.
Tomado de Otto Schöndube B., “Los tarascos”, Arqueología Mexicana núm. 19, pp. 14-21.
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