Como otras culturas del mundo, los pueblos mesoamericanos rendían culto a los ancestros. Se trataba de una práctica que resultaba fundamental para legitimar a los gobernantes. Aunque los rasgos más notorios de este culto se vinculan con la veneración de los antepasados de la elite, lo cierto es que además del ritual colectivo, todos los grupos de la sociedad tenían prácticas con las que de algún modo rendían culto a sus propios ancestros. Ése parece haber sido el sentido último de enterrar a sus muertos bajo los pisos de las casas, con lo cual se mantenía el vínculo con los antepasados y –de manera simbólica– se reconocía que el transcurso de la vida presente estaba fundado en los hechos del pasado. La veneración de los ancestros era pues un modo de configurar una suerte de memoria social que permitía aglutinar alrededor de un origen común a los miembros de la sociedad. En este sentido son de destacarse los llamados bultos sagrados, en los que se resguardaban los símbolos de la deidad tutelar del grupo, y con ellos los fundamentos de su propia identidad.
Aunque la información más detallada sobre el culto a los ancestros en Mesoamérica se refiere a las sociedades del Posclásico, es posible suponer que se trata de una práctica ritual de gran antigüedad; entre las funciones atribuidas a las esculturas olmecas, por ejemplo, está la de conmemorar la memoria de sus dirigentes. Hoy en día, los ritos asociados a la veneración de los ancestros persisten entre algunos grupos indígenas y en cierto modo entre el resto de la población, pues qué otra cosa constituyen nuestras celebraciones del Día de Muertos, sino un rito dirigido a recordar, honrar e incluso alimentar simbólicamente a quienes nos antecedieron.
Tomado de “El culto a los ancestros en Mesoamérica”, Arqueología Mexicana núm. 106, pp. 24 - 25.