El jade en Mesoamérica

Laura Filloy Nadal

El jade tuvo una importancia ritual, política y económica para todas las civilizaciones de Mesoamérica: desde el Preclásico hasta el Posclásico se tallaron con maestría piezas de jade verde. Gracias a su gran resistencia a la intemperie, los objetos arqueológicos tallados en esta piedra conservan sus cualidades visuales, su brillo y su color, aun después de permanecer enterrados durante siglos.

 

¿Qué es el jade: piedra verde, jade o jadeíta?

En general se asocia el origen de la palabra jade con el lejano Oriente. Sin embargo, el término proviene de la frase española “piedra de ijada”, debido a su reputación, en la Nueva España del siglo XVI, de tener propiedades curativas, sobre todo para aliviar el dolor del hígado y los ocasionados por las piedras en el riñón. Con el paso del tiempo, la palabra española fue modificándose hasta alcanzar su grafía actual: jade, término que se usa también en inglés y francés.

En la literatura arqueológica, el término “jade” comúnmente incluye una serie de piedras verdes entre las que se encuentran la serpentina, la jadeíta, la crisopasa, la cloromelanita y diversos tipos de cuarzos a los que en conjunto se denomina “jade cultural” o “jade social”. Sin embargo, en términos minerales, el jade abarca sólo dos tipos de rocas: la nefrita (un silicato de calcio y magnesio del grupo de los anfíboles y que dan lugar al jade nefrítico, más común en Asia) y los silicatos de sodio y aluminio, del grupo de los piroxenos, que originan el jade jadeítico propio de Mesoamérica. La coloración del jade puede variar según los elementos que haya en cada mineral (fig. 1). Por ejemplo, el cosmoclor es un silicato de sodio y cromo (NaCrSi2O6), lo que le confiere un tono verde esmeralda oscuro. Por su parte, la jadeíta es rica en sodio y aluminio (NaAlSi2O6), por lo que existen tonalidades que van del blanco, el verde y el azul verdoso al azul o al violeta. El jade se caracteriza por tener una dureza alta, ocasionalmente es traslúcido, y su superficie adquiere mayor intensidad cromática, así como un brillo y una tersura excepcionales cuando se le somete a un prolongado proceso de desgaste, pulido y bruñido (fig. 2).

La formación de los piroxenos requiere procesos geológicos muy complejos en los que se conjuntan varios factores: gran profundidad, enorme presión y temperaturas de metamorfismo sumamente bajas. Los únicos yacimientos de piroxenos conocidos hasta la fecha en Mesoamérica se ubican en Guatemala, en la denominada zona de la Falla de Motagua, que abarca la cuenca del río Motagua, sus ríos tributarios y las regiones montañosas circunvecinas (figs. 3, 6).

Desde los cincuenta del siglo pasado existe gran interés de geólogos y arqueólogos por encontrar los yacimientos de jade que fueron explotados por los pueblos mesoamericanos. En los últimos años, el uso de técnicas de análisis espectroscópicas no destructivas (Ramman e Infrarroja por transformada de Fourier) y otras más complejas –como la Activación neutrónica instrumental o la Ablación láser acoplada a la espectrometría de masas con fuente de plasma acoplada por inducción, entre otras– han permitido comparar la composición de diversos objetos de piedra verde provenientes de excavaciones arqueológicas controladas de distintos sitios mesoamericanos –el Altiplano Central, la región del Golfo de México o la Zona Maya–, con fragmentos de jade recogidos directamente en la región de la Falla de Motagua (fig. 4). Aunque los resultados de estas investigaciones indican que existe una gran diversidad química en los objetos arqueológicos estudiados, todos los elementos coinciden con los de Guatemala. Podemos decir entonces que, sin importar la temporalidad o la cultura que los produjo (fig. 5), el jade que se usó como materia prima en los objetos estudiados provino de la misma región geológica de Mesoamérica.

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Filloy Nadal, Laura, “El jade en Mesoamérica”, Arqueología Mexicana núm. 133, pp. 30 - 36

 

• Laura Filloy Nadal. Maestra y doctora en arqueología por la Université de Paris i-Panthéon-Sorbonne. Restauradora perito del Museo Nacional de Antropología, INAH.