El nacionalismo cultural mexicano

Renato González Mello

En memoria de Alfredo López Austin

El Estado liberal mexicano aspiraba a conformar una cultura Nacional. La Revolución modificó profundamente esa ideología. Por una parte, los protagonistas de la guerra civil habían sido ejércitos de campesinos y, en menor medida, trabajadores. En segundo lugar, dos intervenciones militares estadunidenses bastante erráticas, una en 1914 en el puerto de Veracruz, y la otra en Chihuahua, en 1916, en persecución de Pancho Villa, habían provocado fuertes expresiones de patriotismo y xenofobia.

Más importante aún: la dificultad para establecer un sistema político con reglas claras o partidos políticos sólidos hizo que las identidades culturales cobraran mucha importancia. Expresiones de cultura moderna como la pintura mural o la literatura de la Revolución se convirtieron en la identidad que los gobernantes posrevolucionarios no habían logrado organizar en la forma de un partido político.

El proceso de reorganización del nacionalismo cultural mexicano estuvo lejos de ser lineal o unívoco. Participaron en el mismo artistas e intelectuales como Diego Rivera y Manuel Gamio, que no habían participado en la lucha revolucionaria. Rivera había estado en Europa diez años, después de que Carmen Romero Rubio, la esposa de Porfirio Díaz, inaugurara su primera exposición individual en la ciudad de México.

Manuel Gamio había avanzado a través de las estructuras de la burocracia para convertirse en jefe del Departamento de Inspección y Conservación de Monumentos Arqueológicos durante la dictadura de Victoriano Huerta (Gallegos Téllez Rojo, 1996 p. 95). Desde este punto de vista, el nacionalismo puede entenderse como un acuerdo entre la elite intelectual de la capital de la República y los caudillos norteños que salieron triunfantes de la guerra civil.

Pero esto no significa que la antropología de Gamio y la pintura de Rivera tuvieran como único propósito la solución de esos difíciles problemas políticos. El arte y la antropología, más concretamente la pintura y la arqueología, construyen formas sistemáticas de conocimiento. Dialogan con la política, pero no sólo con la política: someten sus avances, afirmaciones, publicaciones, excavaciones u obras a reglas que generalmente son muy estrictas, aunque no siempre se codifican por escrito.

El diálogo entre la pintura y la arqueología permitió a cada una pensar en reglas diferentes o renovadas; brindó herramientas a pintores y arqueólogos para transformar sus actividades; cada una erigió a la otra como prueba o fundamento de sus hipótesis o procedimientos más aventurados o heterodoxos; finalmente, las dos aspiraron a renovar la percepción de la sociedad.

Imagen: Diego Rivera, Unidad Panamericana o Unión de la expresión artística del norte y del sur en este continente, 1940. City College of San Francisco. Foto: Banco de México Diego Rivera y Frida Kahlo Museums Trust, Ciudad de México /Artist Rights Society (Ars), New York. City College Of San Francisco

Renato González Mello. Doctor en historia del arte por la UNAM. Curador del Museo Carrillo Gil (1989-1992), Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:

González Mello, Renato, “Propósito”, Arqueología Mexicana, Edición especial, núm. 105, pp. 10-13.