Raúl Valadez Azúa
El hombre americano conoció al perro muchos siglos antes de que se diera el contacto con Occidente. Por algún tiempo hubo la duda de si realmente había existido este cánido entre las culturas precolombinas, pero ahora el asunto está fuera de discusión gracias a los innumerables testimonios al respecto, que abarcan restos óseos, iconografía, textos y todo lo que se pueda imaginar, algunos de una antigüedad de miles de años.
Saber que el perro había existido en este continente en tiempos antiguos no explicaba su origen: ¿Había llegado desde Asia? ¿Se había formado independientemente de sus congéneres del Viejo Mundo? Si pasó lo primero, ¿cuándo había ocurrido? Si lo segundo, ¿fueron sus ancestros silvestres los mismos?
Estas cuestiones se mantuvieron en la mente de antropólogos, paleontólogos y biólogos, lo que dio lugar a múltiples hipótesis, incluso a proponer que en América no existieron verdaderos perros, sino formas equivalentes derivadas de procesos de domesticación iguales pero a partir de ancestros distintos, es decir, perros que en realidad no lo eran.
Afortunadamente, estudios diversos han permitido, en apenas medio siglo, reconstruir el origen de los perros, entre ellos el de América, y además entender su historia en las culturas del Nuevo Mundo.
En el borde de un continente
De acuerdo con lo expresado arriba, la primera pregunta fundamental era cómo había surgido el perro en América, pero es indispensable ver primero algo acerca del origen de este animal, es decir, del Canis lupus familiaris. En 1996 se dieron a conocer los resultados del estudio del adn de perros y lobos modernos, que mostraban que ambos cánidos compartían el 99.6% de sus genes; por ello, en realidad son una misma especie (sólo separada entre poblaciones de ámbito silvestre y de ámbito doméstico), y al acomodarse cada secuencia de acuerdo con su similitud, se pudo ver que todos los perros encajaban en cuatro grupos, quizá cuatro eventos de domesticación o cuatro linajes creados desde sus inicios.
A partir de 1998 se realizaron estudios con el adn de huesos de perros antiguos provenientes de Alaska, México, Perú y Bolivia, y en 2002 se concluyó que estos ejemplares se acomodaban sin problema en el árbol filogenético creado, demostrando así que el perro americano había tenido el mismo origen que los del Viejo Mundo y que habían llegado al Nuevo a causa de procesos de dispersión.
Valadez Azúa, Raúl, “El origen del perro americano y su dispersión”, Arqueología Mexicana núm. 125, pp. 30-37.
• Raúl Valadez Azúa. Biólogo por la Facultad de Ciencias, unam, con estudios de maestría y doctorado en ciencias biológicas. Investigador en el Instituto de Investigaciones Antropológicas, unam. Encargado del Laboratorio de Paleozoología. Especialista en etnozoología y arqueozoología.
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