El retorno de los dioses. Un ídolo de la gentilidad

Eduardo Matos Moctezuma

Corría el año de 1790. En la plaza de armas de la ciudad de México –hoy Zócalo– se llevaban a cabo trabajos de excavación para emparejamiento y atarjeas por órdenes del segundo conde de Revillagigedo, en aquel entonces virrey de la Nueva España. El 13 de agosto de ese año, a pocos metros del palacio virreinal dieron con una piedra labrada. La primera referencia que de ella se tiene corresponde a un sujeto de nombre José Gómez, granadino de origen y alabardero de profesión, quien prestaba sus servicios en palacio y llevaba un Diario y unos Cuadernos donde consignaba los acontecimientos importantes que, a su juicio. ocurrían durante el mandato del virrey. Así, leemos en el Diario de referencia:

El día 4 de septiembre de 1790 en México, en la plaza principal, enfrente del Rial Palacio, abriendo unos cimientos sacaron un ídolo de la gentilidad, cuya figura era una piedra bien labrada con una  calavera las espaldas, y ya delante otra calavera con cuatro manos, figuras en el resto del cuerpo pero sin pies ni cabeza. González Polo, 1986.

Se trataba, desde luego, de la monumental escultura de Coatlicue. Aunque la fecha que nos da nuestro personaje es distinta, esto obedece a que fue hasta ese momento cuando se percató del hallazgo, ya que tenemos noticias de que fue ese día cuando se empezó a levantar la escultura. Así, leemos en el libro de don Antonio de León y Gama:

Por las diligencias jurídicas consta, que día 3 de agosto de 1790, día memorable por haber sido el mismo en que se tomó posesión de la ciudad por el Rey de España el año 1521 [ ... ] estando excavando para formar el conducto de la mampostería por donde deben caminar las aguas, se halló [...] la estatua de piedra [...] que el día 4 de septiembre, a la media noche, se suspendió y puso en situación vertical, por medio de un aparejo real a doble polea: y que a la misma hora de la noche del día 25, se extrajo de aquel lugar, y se colocó enfrente de la segunda puerta del Real Palacio, desde donde se condujo después a la Real Universidad. León y Gama, 1990.

Acudían con inquieta curiosidad

He aquí, de manera sucinta, la historia del hallazgo de la diosa y su traslado a los patios de la Universidad. Sin embargo, no paró allí la cosa. Diariamente empezó a desfilar gente del pueblo para ver la escultura y postrarse ante ella con cirios encendidos. Esto lo sabemos por una carta que el obispo Benito María Moxó y Francoly escribiera en 1805, en donde dice:

La estatua se colocó  [... ] en uno de los ángulos del espacioso patio de la Universidad, en donde permaneció en pie por algún tiempo, pero al fin fue preciso sepultarla otra vez [...] por un motivo que nadie había provisto. Los indios [...] acudían con inquieta curiosidad a contemplar su famosa estatua [...]. Fue pues indispensable prohibirles absolutamente la entrada; pero su fanático entusiasmo y su increíble astucia burlaron del todo esta providencia. Mil veces, volviendo los bedeles de fuera de casa y atravesando el patio para ir a sus viviendas, sorprendieron a los indios, unos puestos de rodillas, otros postrados [...] delante de aquella estatua teniendo en las manos velas encendidas o alguna de las ofrendas que sus mayores acostumbraban presentar a los ídolos. Y este hecho, observado después con mucho cuidado por personas graves y doctas [...] obligó a tomar [...] la resolución de meter nuevamente dentro del suelo la expresada estatua.  

 

Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.

 

Moctezuma Matos, Eduardo, “El retorno de los dioses. Un ídolo de la gentilidad” Arqueología Mexicana, núm. 11, pp. 66-68.

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