El tapir o danta

Carlos Navarrete Cáceres

Son múltiples las especies animales que los antiguos pueblos mesoamericanos incorporaron a su mitología y a su arte, a veces con rasgos naturalistas, otras de manera estilizada o integrados con elementos físicos de otros animales. Un ejemplo son las representaciones de las raíces de la tierra en forma de cipactli, sostén del árbol de la vida, como se ve en las estilizaciones de lagartos en el llamado “arte de Izapa” durante el Preclásico Superior. Una característica es la proyección del labio superior hacia adelante, al que se integra una lengua bífida y los dientes, y se llega a tal grado de complejidad que hace difícil identificar los componentes.

Si en busca de identificar este elemento con un animal tomamos en cuenta otros rasgos, como la forma de la cabeza y las orejas y la posición de la boca, encontraremos que las cabezas que rematan los extremos del río que muestra la Estela 67 de Izapa o las que adornan el altar de Ángel R. Cabada, Veracruz, pueden ser representaciones de cabezas de tapir o danta.

Antes de presentar las evidencias arqueológicas, conviene describir algunas características del animal y  hacer historia del asombro que su aspecto provocó en los cronistas españoles. Es de la familia de los tapíridos –Tapirus bairdii (Grill)–, tiene el cuerpo muy pesado y un adulto puede llegar a pesar 300 o 400 kilos; sin embargo, es bastante ágil y puede subir o bajar veredas escarpadas. Es una especie neotropical que en el sur de México encuentra su límite septentrional. Habita en el sur de Veracruz y Oaxaca, Tabasco, Quintana Roo y Chiapas, y en las selvas bajas de Guatemala hasta el trifinio con Honduras y El Salvador, en lo que toca a Mesoamérica. Es de selvas húmedas y también gusta de las semideciduas, pero en este caso cerca de corrientes y nacimientos de agua; prefiere los climas cálidos, pero suele habitar incluso las selvas de niebla a gran altura sobre las serranías. Se alimenta de vegetales.

Los zoólogos lo consideran como una especie de caballo antiguo, es decir, una forma no evolucionada. Este carácter primitivo ha sido captado por la sensibilidad popular, que lo llama “anteburro”. En el siglo XVI también asombró a los españoles, como se ve en la descripción del Códice Florentino.

 

Carlos Navarrete Cáceres. Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional de San Carlos de Guatemala y de la Universidad de Chiapas. Investigador de tiempo completo en el Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM.

Navarrete Cáceres, Carlos, “Acercamiento arqueológico a un animal singular. El tapir o danta”, Arqueología Mexicana, núm. 166, pp. 28-35.