El empleo en Mesoamérica de piedras semipreciosas de tonalidades verdosas, de textura tersa y de superficie brillante y reflejante, hunde sus raíces profundamente en el tiempo. Desde épocas tempranas, la mayor parte de los objetos de piedra verde se elaboraron con el fin de servir como adorno o divisas que distinguieron a quienes los portaban del resto de los miembros de su comunidad; también formaron parte de los ricos dones que fueron ofrendados en los lugares más sagrados de cada centro ceremonial a lo largo de toda Mesoamérica.
Si bien en los yacimientos de Guatemala existe jade de distintos colores, los pueblos mesoamericanos se inclinaron por los tonos verdosos. En un principio, durante el Preclásico dominaron los artefactos hechos con tonos oscuros, tanto de verde como del denominado “azul olmeca”. Sin embargo, también se buscaron otras propiedades visuales en ciertos jades que eran traslúcidos, de tonalidades más claras y con los que se elaboraron figurillas, pendientes, placas y hachas. En el caso de estas últimas, se logró que los bordes fueran tan delgados que permitieran el paso de la luz para poner de manifiesto esta singular característica de ciertas piedras metamórficas.
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Tomado de Laura Filloy Nadal, “El jade en Mesoamérica”, Arqueología Mexicana núm. 133, pp. 30 - 36.