Epiclásico (650-900 d.C.). Caída de Teotihuacan y nuevas formas de organización

Enrique Nalda

Hacia 650 d.C., Teotihuacan había perdido buena parte de su población y su influencia prácticamente había desaparecido. Esto traería varias consecuencias: la más notable fue el surgimiento de varias ciudades que durante dos siglos, entre 700 y 900 d.C., compitieron por el control del área que había estado bajo la hegemonía teotihuacana.

 

Aplicado a la Cuenca de México, el Epiclásico es un término que, en sus orígenes (Jiménez Moreno, 1966), se refiere al paso de las sociedades teocráticas a sociedades militaristas. Tomado con ese significado, es un término obsoleto. Con intensidad y matices diversos, el militarismo ha sido una constante a lo largo de la historia prehispánica; por ello, su utilización como discriminante de periodos constitutivos de esa historia resulta inoperante. Alternativamente, el término se ha usado para caracterizar el periodo que transita desde la llamada “caída” de Teotihuacan hasta la aparición de nuevos grandes centros de población y nuevas formas complejas de organización social y política en la Cuenca de México. Sería un periodo de transición marcado por la aparición en esa región de pequeñas comunidades, relativamente dispersas, y un flujo intenso de migrantes desde –pero también hacia– la Cuenca de México. El producto de esos movimientos poblacionales fue, entre otras cosas, la proliferación de comunidades multiétnicas y, también, de pugnas por la definición de los territorios que se iban ocupando. 

En la misma época y quizás como consecuencia de la desaparición del papel hegemónico y monopólico que hasta entonces había ejercido Teotihuacan, sitios periféricos como Xochicalco, Cacaxtla, Cantona y Teotenango experimentaron un fuerte desarrollo, todos ellos con expresiones culturales propias. Como culminación de ese proceso surgió Tula, llamada a definir una tradición cultural que daría lustre a futuras comunidades de la cuenca. Las fechas en que esto ocurrió serían de 650 d.C.-900 d.C. 
Cabe recordar que en esas mismas fechas el área maya vivía un proceso totalmente diferente: experimentaba un clímax poblacional y un auge económico impulsado en cierta medida por una intensificación del comercio a distancia. Se trata, por ello, de historias políticas, económicas y sociales diferentes, con desarrollos independientes y una convergencia prácticamente nula. Por ello, el término Epiclásico como etapa generalizada de Mesoamérica no tiene sustento alguno. La idea misma de un espacio homogéneo producto de una historia común, una especie de sistema-mundo donde los acontecimientos en una de sus partes repercuten inmediatamente y de forma decisiva en el devenir del resto de las partes es, para esa época, injustificable. El Epiclásico es, entonces, un término que, en su segunda acepción, es de aplicación restringida, concretamente al Centro de México.

 

El abandono de Teotihuacan

 

El proceso de desvanecimiento del poder e influencia teotihuacanos se intensificó hacia finales del siglo VI con el abandono de la ciudad y el posterior incendio y saqueo de algunas de sus estructuras más importantes. Los responsables de tal vandalismo y, sobre todo, del proceso que llevó a Teotihuacan a tal desastre, siguen siendo temas de debate. Poco se ha avanzado en el sentido de esclarecer estas incógnitas. Las respuestas siguen siendo las mismas de tiempo atrás: invasiones de comunidades al norte y occidente de la ciudad; un cambio climático agudizado por una explotación irracional de recursos; pugnas internas y la incapacidad de la elite teotihuacana de mediar para resolverlas; y un estrangulamiento de las rutas de comercio por parte de sitios emergentes. Frecuentemente se recurre a una combinación de dos o más de estas causas. Ninguna, sin embargo, ha sido suficientemente fundamentada: siguen siendo muy especulativas.

 

Nalda, Enrique, “Epiclásico (650-900 d.C.). Caída de Teotihuacan y nuevas formas de organización”, Arqueología Mexicana núm. 86, pp. 50-53.

 

Enrique Nalda. Arqueólogo y doctor en antropología. Investigador de la Dirección de Investigación y Conservación del Patrimonio Arqueológico, INAH. Miembro del comité científico editorial de esta revista.

 

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