Juicio de residencia a Hernán Cortés

Antonio Rubial García

Cortés y los dominicos

A su regreso de Las Hibueras a la ciudad de México el 19 de junio de 1526, Cortés tuvo que hacer frente a la conflictiva situación que se había generado en su ausencia entre sus amigos y sus enemigos, y al hecho de que había sido desplazado de su oficio de gobernador de Nueva España. Dos semanas después, el 2 de julio, llegaba Luis Ponce de León como juez para abrirle un juicio de residencia. Con él había llegado también el primer contingente de 12 dominicos a Nueva España, al mando de fray Tomás Ortiz. Posiblemente por la difícil situación en que se encontraba, Cortés no les hizo el mismo recibimiento que a los franciscanos e incluso su llegada generó una situación muy tensa por la indiscreción de fray Tomás. Este propagó la noticia ante el conquistador y varios franciscanos de que el juez Ponce no sólo venía a quitar a Cortés de sus cargos y a juzgarlo, sino también a cortarle la cabeza, por lo que aconsejó a éste que no lo obedeciese y se rebelase contra él. El capitán no hizo caso de tales consejos, pero el juicio no se llevó a cabo pues Ponce murió antes de concluir el mes.

A partir de entonces, la relación de Cortés con los dominicos no fue tan buena como la que tenía con los franciscanos, además de que el contingente de religiosos de esa orden sufrió una severa merma, pues varios murieron al poco tiempo de haber llegado y otros, entre ellos Ortiz, regresaron a España. Sólo quedaron en México tres frailes, dirigidos por fray Domingo de Betanzos, un hombre con inclinaciones eremíticas como Valencia y con una moral muy rigurosa, a quien no debió agradar la afición del capitán por el juego y las mujeres. El cronista dominico fray Agustín Dávila Padilla menciona una anécdota al respecto: Cortés y sus amigos estaban jugando a los naipes en su palacio, un acto condenado por los religiosos rigoristas a causa de las apuestas y las blasfemias que se daban durante el juego; Betanzos, sabiendo lo que sucedía, pidió a Dios un castigo para los pecadores y un rayo cayó en la casa de Cortés por lo que el capitán arrepentido pidió perdón. Independientemente de la veracidad de lo narrado (más bien un recurso retórico para mostrar la santidad de Betanzos), la anécdota muestra la confrontación de dos formas de ver la vida, pero también que la relación entre Cortés y los dominicos fue cordial pero no profunda. Con todo, la relación con Betanzos no debió ser mala, pues en 1547 Cortés lo nombraría como uno de sus albaceas testamentarios, junto con su mujer Juana de Zúñiga, fray Juan de Zumárraga y Juan Altamirano. Como es sabido, la orden dominica misionó en el área de Oaxaca en donde Cortés poseía varios pueblos que formaban parte de su marquesado, pero sólo en uno de ellos se asentaron los dominicos en vida del conquistador y por su solicitud expresa, la Villa de Etla, y eso hasta 1535. El hecho es muy significativo.

Imagen: A fray Bartolomé de Olmedo se le atribuyó el bautizo de los primeros señores que se convirtieron al cristianismo y la prédica de ese credo a Moctezuma y su corte. Gregorio José de Lara, Bautizo del señor de Texcoco y su familia, ca. 1755. Fray Bartolomé de Olmedo aparece bautizando y Cortés como padrino. Tomado de  1999. Digitalización: Raíces.

 

Antonio Rubial García. Doctor en historia por la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, donde es profesor titular.

Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:

Rubial García, Antonio, “Hernán Cortés y los religiosos”, Arqueología Mexicana, núm. 127, pp. 26-36.

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