Edith Yesenia Peña Sánchez
Desde la época prehispánica, las diferentes especies de víboras han tenido un lugar crucial en la cosmovisión de los pueblos y han desempeñado un papel sagrado, representativo de las fuerzas naturales. Entre los hñähñü del Valle del Mezquital esta relación se manifiesta claramente por tratarse de un animal con propiedades alimenticias y curativas, entre otras.
La relación del ser humano con la naturaleza ha sido una de las temáticas principales de estudio de las ciencias antropológicas. A partir de la observación del medio ambiente el ser humano ha generado saberes y conocimientos que le han permitido satisfacer sus necesidades mediante la recolección, la caza, la pesca, el desarrollo de la agricultura, la domesticación de animales, el establecimiento de ciclos de la flora y fauna, lo que en conjunto permitió el asentamiento y la conformación de poblaciones. Algunas de estas formas de interacción se reflejan en las prácticas y representaciones culturales, que se pueden reconocer en los descendientes de las actuales poblaciones indígenas.
Según relatos de los cronistas, en la época prehispánica existía una enorme variedad de flora y fauna que no solamente era aprovechada para el consumo humano sino que se relacionaba con una manera particular de pensar y vivir el mundo. De forma que se generaba una relación entre el ser humano, la naturaleza, la sociedad y el universo.
Se cuenta con fuentes históricas que documentan la caza de venados (Odocoileus), liebres (Lepus), tlacuaches (Didelphis marsupialis), armadillos (Dasypus), zorrillos (Mephitis oroura), ratas de campo (Rattus), aves, lagartijas y víboras (Sahagún, 1985), así como la domesticación del guajolote (huexolótl) y del perro (xoloizcuincle otlachichi) (durante el virreinato, en la Nueva España, los indios, negros y mezclas tenían prohibido tomar leche y carne de vaca, cerdo, ovino, caballar y gallina; Cardona, 2007), y la relación que se establecía con algunos animales para mantener y cuidar los ciclos, naturales y rituales, las casas y las siembras. Uno de los animales con mayor complejidad simbólica es la serpiente, llamada cóatl en náhuatl, kokob en maya y k’eña en hñähñü. En los códices algunas de ellas son representadas en su entorno natural y como elementos míticos en vestiduras (la falda de Coatlicue), otras en armas (la xiuhcóatl, arma de Huitzilopochtli) y otras como dioses (la serpiente emplumada como Quetzalcóatl) (las de cascabel o serpientes de fuego, Crotalus sp, y las coralillo, Microrous sp., son las más representativas; Del Campo, s/f). Asimismo, a las serpientes se les asociaba con el cuchillo, el rayo, la nube y la lluvia (Seler, 2008). Las víboras de agua verdes y amarillas se asociaban con los rituales de graniceros y rayados. Los pedidores de lluvia las emplean agarrándolas de la cola, agitándolas en formas de torbellinos y azotándolas contra el suelo, con el fin de hacer llover.
Peña Sánchez, Edith Yesenia, “K’eña. La serpiente, entre los hñähñü del Valle del Mezquital, Hidalgo”, Arqueología Mexicana, núm. 120, pp. 82-87.
• Edith Yesenia Peña Sánchez. Profesora-investigadora de la Dirección de Antropología Física del INAH. Profesora del Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, Facultad de Medicina, UNAM.
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