Desde la llegada de los españoles a la isla de México, en 1519, hasta la derrota de los mexicas en Tlatelolco, el 13 de agosto de 1521, fueron muchos los nobles que murieron por diferentes circunstancias: enfermedades, guerras o matanzas orquestadas, como la de Pedro de Alvarado durante la fiesta de tóxcatl en el Templo Mayor. Gran parte de lo más selecto de la nobleza centro mexicana también fue eliminada poco después, como sucedió en la expedición a Guatemala y Honduras (1524-1526).
Sea como fuere, los que sobrevivieron y lograron destacar en la nueva sociedad se dieron cuenta de que la única manera de hacerlo era mediante la vía diplomática. Fueron ellos los que comenzaron a escribir cartas al rey de España para recuperar algunos de sus privilegios, y quienes en ocasiones viajaron a los reinos de Castilla para entrevistarse con el monarca. Muchas de sus solicitudes las sustentaron en su participación en la conquista y en su apoyo para propagar la nueva fe, sin embargo, la corona pocas veces atendió las peticiones en materia de tierras, exención del tributo o de salarios para la manutención. Lo que sí hizo fue distinguir a los “indígenas conquistadores”, como ellos se llamaban a sí mismos, con algunos escudos de armas.
Un momento muy significativo en los primeros años fue la llegada del virrey don Antonio de Mendoza. Lo hizo en 1535 y una de sus prioridades fue restaurar a la nobleza tradicional en los puestos de poder, del que habían sido despojados durante los desórdenes provocados por la conquista. Así se explica que, a partir de 1538, varios miembros de la casa real fundada por Acamapichtli recuperaran el trono de Tenochtitlan. Otro de los proyectos del virrey Mendoza fue la introducción de un nuevo sistema de gobierno traído de España: el cabildo, con un gobernador al frente, asistido por un número determinado de alcaldes y otro tanto de regidores, además de funcionarios de menor rango como los alguaciles, fiscales, merinos, etc.
Los nobles se fueron adaptando muy rápidamente a la nueva organización, y en el caso de Tenochtitlan, los descendientes de los antiguos tlatoque ocuparon un sitio en ella. La situación comenzó a complicarse en la década de los sesenta del siglo XVI, ante la presencia de otra figura política al frente del cabildo: la de los jueces-gobernadores, sin ningún vínculo con la ciudad que gobernaban. Fueron ellos los que rompieron el control que los linajes dinásticos tenían en los cabildos, al acudir al llamado de los virreyes, que eran quienes los ponían y deponían. Sirva este contexto de fondo para los próximos artículos que publicaré en esta revista.
María Castañeda de la Paz. Doctora en historia por la Universidad de Sevilla, España. Investigadora del IIA de la UNAM. Estudia la historia indígena prehispánica y colonial del Centro de México, y se especializa en la nobleza, la heráldica, la cartografía y los códices históricos indígenas.
Castañeda de la Paz, María, “La casa real de Tenochtitlan en la Colonia”, Arqueología Mexicana, núm. 156, pp. 16-17.
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