La catedral vieja de México. Arqueología histórica, historia y antropología física

Roberto García Moll, Marcela Salas Cuesta

A partir de los setenta del siglo XX se multiplicaron las intervenciones arqueológicas en edificios de la época virreinal. Uno de esos edificios fue la Catedral vieja de la ciudad de México, de la cual aquí se presenta una síntesis sobre su construcción y las excavaciones ahí llevadas a cabo.

 

Dependiendo de la región geográfica y de la época que aborde, la arqueología recibe diferentes adjetivos. En el caso que aquí se desarrolla se trata de arqueología histórica, que en México se asocia con el periodo que comprende desde el establecimiento de la cultura hispánica hasta la actualidad, con varias divisiones cronológicas en aras de mayor precisión. Valga aclarar que no se trata de una ciencia auxiliar de la historia. Tiene un método propio y tanto la información derivada de las excavaciones como el análisis de los materiales recuperados son por sí mismos fuentes documentales y no meras aclaraciones o precisiones de otras fuentes; aunque para el estudio de diferentes asuntos recurre a otras ciencias y disciplinas a las que hace concurrir en la interpretación final.

Por su parte, la historia reconstruye el pasado a partir de la interpretación de todo lo que por azar o intencionalmente se ha conservado. La información escrita y material, en general desplazados de su contexto originario, son la fuente a través de la cual el historiador busca recrear contextos pasados desde el tiempo actual.

La antropología física tiene como propósito el estudio de la unidad biológica de la especie humana y su diversidad, es decir, estudia las influencias de ámbitos fisiográficos y sociales en los seres humanos, mediante diferentes métodos y técnicas que se extienden en diversas ramas, entre ellas la que se aboca al estudio de los restos óseos humanos, es decir los de aquellos individuos que hicieron todo lo que estudian la arqueología y la historia, y que proporcionan un material de investigación fundamental, pues junto con los materiales culturales brindan conocimiento de las sociedades humanas pasadas.

El material óseo proporciona en sí mismo información sobre los diferentes aspectos que inciden en la vida y muerte de los individuos. De hecho, cualquier reconstrucción social que se proponga, no puede considerarse completa sin el análisis de la estructura física y el estado de salud de los individuos.

Entonces, arqueología histórica, historia y antropología física son las tres vías principales para acercarnos al conocimiento del hombre y de los restos de su cultura material. Son ciencias de hechos que poseen un sinnúmero de matices, que las convierten en disciplinas complejas; por tanto, su coincidencia en el objetivo común de conocer integralmente el pasado es un proceso muy elaborado y a veces complicado.

A partir de los setenta del siglo XX se multiplicaron las intervenciones arqueológicas en edificios de la época virreinal, las cuales tenían como propósitos el apoyo en la restauración y puesta en valor de los monumentos, así como integrar la información de esas exploraciones a los estudios históricos, contrastando la información generada a partir de las fuentes documentales con los datos obtenidos por los arqueólogos durante el proceso de excavación (García Moll, 2000, pp. 20-21).

 

La Catedral vieja de México

 

El edificio de la vieja o primera Catedral posee una historia semejante a la de muchas construcciones religiosas del periodo virreinal en la ciudad de México: dificultades al edificarse el primer establecimiento; una evolución arquitectónica a lo largo del tiempo; las aportaciones económicas de los constructores; el personal que participó en la edificación; las destrucciones sufridas a causa de fenómenos naturales –como sismos e inundaciones o bien por problemas del subsuelo de la ciudad–, y finalmente el proyecto de un nuevo edificio, que llevó primero a la degradación del antiguo edificio y posteriormente a su demolición.

La Catedral de México –como las de Puebla, Guadalajara y Mérida– fue construida en el siglo XVI con planos de arquitectos españoles: de tipo columnario derivado de la de Granada, de planta cuadrada con capillas laterales y dos torres. Debió su existencia a los reyes de España y, en su momento, a virreyes, obispos, maestros, aparejadores e indígenas que en conjunto fueron los responsables de la erección del templo más importante del territorio novohispano, debido a su función religiosa y social.

El presbiterio tenía sitio para el virrey –vicepatrono de la iglesia–, la Audiencia, los tribunales y el Cabildo. En el coro estaban la cátedra o trono del obispo y la sillería de los canónigos. Para el clero secular, la sala capitular con su altar; para los gremios y cofradías, las capillas y altares laterales, y para los fieles, las naves procesionales. Una crujía establecía el tránsito entre el presbiterio y el coro separando el poder civil del eclesiástico. Frente a la fachada principal, al poniente, el atrio cumplía con diversas funciones, entre ellas la de cementerio. Las catedrales no eran iglesias ni tenían sitio especial para nadie pero los elementos guardaban un claro orden jerárquico.

La historia canónica de la primera Catedral de México se remonta al año 1527, cuando Carlos V presentó a la Santa Sede a Fray Juan de Zumárraga como obispo de la nueva diócesis, que quedó establecida por bula papal en 1530. En 1534, la Santa Iglesia Catedral tuvo como advocación a la Asunción de la Virgen, y en 1547 el papa Paulo III la hizo Metropolitana, a la vez que nombró arzobispo al franciscano. Fray Juan no llegó a desempeñar ese cargo porque murió al año siguiente pero su presencia fue fundamental en las negociaciones con el Ayuntamiento para el cobro de las rentas de las tiendas construidas en los solares bendecidos pertenecientes a la Catedral, localizados al oeste del atrio actual, así como por sus gestiones en la compra y bendición de los que ocuparía el nuevo edificio.

 

García Moll, Roberto, y Marcela Salas Cuesta, “Arqueología histórica, historia y antropología física. La catedral vieja de México”, Arqueología Mexicana núm. 108, pp. 18-23.

 

• Roberto García Moll. Arqueólogo. Investigador de la Dirección de Estudios Arqueológicos de INAH. Miembro del Comité Científico-Editorial de esta revista.

• Marcela Salas Cuesta. Historiadora por la UNAM. Investigadora de la Dirección de Antropología Física del INAH, en donde coordina los proyectos: “México en el siglo XVIII. Costumbres funerarias. Un estudio de salud pública” e “Investigación, conservación y difusión de materiales fotográficos”.

 

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