Fueron los misioneros de la Compañía de Jesús, quienes, en la Sierra Tarahumara, fundaron las primeras misiones desde finales del siglo XVI y hasta su expulsión en 1767. La orden se encontraba en plena expansión, y su tardía llegada a la Nueva España les obligó a explorar nuevos territorios de predicación, e ingresaron con no poca dificultad en los actuales estados de Sinaloa, Durango, Sonora, Chihuahua y Baja California.
En el territorio de esas entidades actuales, se encontraron con numerosas poblaciones de tepehuanes, pimas, yaquis, seris, ópatas y con los mismos rarámuri, y otras que ya han desaparecido con los siglos y de las cuales sólo nos queda el nombre (acaxees y xiximíes).
Su arribo al Gran Nayar con las comunidades naáyari (coras) tardó aún un poco más de tiempo, hasta bien entrado el siglo XVIII, casi medio siglo antes de su expulsión. Las exigencias misionales en este vastísimo territorio diferían de lo que los jesuitas y otras órdenes, como los agustinos, dominicos y franciscanos, habían enfrentado en el centro y sureste de México.
Las crónicas misionales nos informan que en la Tarahumara los jesuitas prácticamente no habían encontrado ni ídolos ni sacrificios humanos, pero sí rituales con bailes interminables y abundante ingesta de tesgüino (cerveza de maíz).
Imagen: Gobernadores rarámuri. Foto: Carlos Hernández Dávila.
Carlos Arturo Hernández Dávila. Etnólogo, maestro y doctor en antropología social por la ENAH. Su línea de investigación es el cristianismo indígena. Es profesor en la ENAH y en la Universidad Iberoamericana- Ciudad de México.
Hernández Dávila, Carlos Arturo, “La victoria de los hijos de Onurúame”, Arqueología Mexicana, núm. 175, pp. 64-69.