La turquesa se extraía de las minas del Suroeste de Estados Unidos, fuera de Mesoamérica. Ya que había que recorrer largas rutas para conseguirla, sólo las elites mexicas podían adquirirla. Así, los simbolismos relacionados con la turquesa corresponden a personas del alto rango, y sólo en muy pocas ocasiones a la gente común.
Durante el Posclásico, las zonas de las minas estaban bajo la influencia económica y cultural de los reinos nahuas del Centro de México, y el náhuatl se hablaba como lingua franca en casi todas las rutas de comercio. Se sabe que en aquel entonces se le llamaba a la turquesa chalchíhuitl en las zonas de las minas, lo que confirma el uso limitado de la palabra xíhuitl para referirse a la turquesa.
Es muy probable que las elites mexicas incorporaran deliberadamente la turquesa a la categoría de xíhuitl con el fin de poner más énfasis en la importancia del culto al Sol y establecer un nuevo simbolismo de las piedras verdes. El Templo Mayor mismo encarna ese concepto original mexica mediante la yuxtaposición de los templos gemelos, dedicados uno a Tláloc, dios tradicional mesoamericano del agua, cuyo atributo principal es el jade, y otro a Huitzilopochtli, dios mexica del Sol y de la guerra, al que se equipa con la xiuhcóatl o arma divina. En las ofrendas del Templo Mayor se han localizado más de 160 objetos decorados con turquesa, los que presentan la relación estrecha con el culto al Sol. En consecuencia, la turquesa como un material preciado y exclusivo desempeña un papel importante en la conformación de la ideología propia de la clase dirigente de los mexicas.
Izeki, Mutsumi, “La turquesa. Una piedra verde cálida”, Arqueología Mexicana núm. 141, pp. 34-38.
Texto completo en la edición impresa. Si desea adquirir un ejemplar:
http://raices.com.mx/tienda/revistas-la-turquesa-AM141