La matanza de Cholula

Rosa Camelo

Todas las fuentes tienen acuerdos y desacuerdos. Los españoles convienen en que los tlaxcaltecas y los cholultecas eran enemigos y que a su llegada a la ciudad de Cholula se les dio hospedaje aunque no se les alimentó debidamente. Los desacuerdos se dan entre los que aducen haber tenido noticias de que se les preparaba una trampa. Unos dicen que en Cholula y otros que en la zona montañosa del camino entre esta ciudad y México.

Tampoco se está de acuerdo en si los tlaxcaltecas difundieron esta conjura antes de salir de Tlaxcala o cuando ya estaban en la ciudad. Se difiere también sobre la identidad de los informantes: en general hay coincidencia en que fueron los tlaxcaltecas, pero algunos señalan a gente de Cholula. Aunque hay más desacuerdos, basten estos ejemplos para mostrar la confusión existente.

Según los informantes de Sahagún

Intrigas contra los de Cholula

Pero los de Tlaxcala ha tiempo están en guerra, ven con enojo, ven con mala alma, están en disgusto, se les arde el alma contra los de Cholula. Esta fue la razón de que les dieran hablillas (al conquistador para que acabala con ellos.

Le dijeron:

–Es un gran perverso nuestro enemigo el de Cholula. Tan valiente como el mexicano. Es amigo del mexicano.

Pues cuando esto oyeron los españoles, luego se fueron a Cholula. Los fueron llevando los de Tlaxcala, y los de Cempoala. Estaban todos en son de guerra.

La  matanza de Cholula

Cuando se hubo llegado, se dieron gritos, se hizo pregón: los guías, y también los hombres del pueblo.

Hubo reunión en el atrio del dios.

Pues cuando todos se hubieron reunido, luego se cerraron las entradas: por todos los sitios donde había entrada.

En el momento hay acuchillamiento, hay muertes, hay golpes, ¡Nada en su corazón temían los de Cholula!

No con espadas, no con escudos hicieron frente a los españoles.

No más con perfidia fueron muertos, no más como ciegos murieron, no más sin saberlo murieron.

No fue más que con insidias se les echaron encima los de Tlaxcala.

Y en tanto que todo esto se hacía, todo se le hacía llegar, se le decía, se le hacía oír a Motecuhzoma.

En cuanto a los enviados, vienen hasta acá, y se van; están dando vueltas de allá a acá. Ya no como quiera se oye, se percibe el relato.

Por su parte, la gente humilde no más está llena de espanto. No hace más que sentirse azorada. Es como si la tierra temblara, como si la tierra girara en tomo de los ojos. Tal como si le diera vueltas a uno cuando hace ruedos. Todo era una admiración.

Y después de sucedidas las matanzas de Cholula, ya se pusieron en marcha, ya van hacia México. Van en círculo, van en son de conquista. Van alzando en torbellino el polvo de los caminos. Sus lanzas, sus astiles, que murciélagos semejan, van como resplandeciendo. Así hacen también estruendo. Sus cotas de malla, sus cascos de hierro; haciendo van estruendo.

Algunos van llevando puesto hierro, van ataviados de hierro, van relumbrando. Por esto se les vio con gran temor, van infundiendo espanto en todo: son muy espantosos, son horrendos.

Y sus perros van por delante, los van precediendo; llevan sus narices en alto, llevan tendidas sus narices: van de carrera: les va cayendo la saliva.

Códice Florentino lib. XII, cap. X (versión de Ángel María Garibay K.), en Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la Conquista, introducción, selección y notas de Miguel León-Portilla, UNAM, 16a. ed., México, 1999, pp. 41-42

Según Hernán Cortés

En tres días que allí estuve, proveyeron muy mal y cada día peor, y muy pocas veces me venían a ver ni hablar los señores y personas principales de la ciudad. Y estando algo perplejo en esto, a la lengua que yo tengo... (Malinche) le dijo otra natural de esta ciudad cómo muy cerquita de allí estaba mucha gente de Mutezuma junta, y que los de la ciudad tenían fuera sus mujeres sus hijos y toda su ropa, y que había de dar sobre nosotros para nos matar todos, y si ella se quería salvar que fuese con ella, que ella la guarecería; la cual lo dijo a aquel Gerónimo de Aguilar, lengua que yo hube en Yucatán de que así mismo a vuestra alteza hube escrito, y me lo hizo saber. Y yo tuve uno de los naturales de la dicha ciudad que por allí andaba y le aparté secretamente que nadie lo vió y le interrogué y confirmó lo que la india y los naturales de Tascaltecal me habían dicho.

Y así por esto con lo por las señales que para ello. veía, acordé de prevenir antes de ser prevenido, e hice llamar a de los señores de la ciudad diciendo que les quería hablar, y metílos en una sala, y en tanto hice que la gente de los nuestros estuviese apercibida, y que en soltando una escopeta diesen en mucha cantidad de indios que había junto al aposento y muchos dentro en él. Así se hizo, que después que tuve los señores dentro en aquella sala, dejélos atando, y cabalgué, e hice soltar la escopeta y dímosles tal mano, que en pocas horas murieron más de tres mil hombres. Y porque vuestra majestad vea cuán apercibidos estaban, antes que yo saliese de nuestro aposento tenían todas las calles tomadas y toda la gente a punto, aunque como los formamos de sobresalto fueron buenos de desbaratar, mayormente que les faltaban los caudillos porque los tenía ya presos; e hice poner fuego a algunas torres y casas fuertes donde se defendían y nos ofendían, y así anduve por la ciudad peleando, dejando a buen recaudo el aposento, que era muy fuerte, bien cinco horas, hasta que eché toda la gente fuera de la ciudad por muchas partes de ella, porque me ayudaban bien cinco mil indios de Tascaltecal y otros cuatrocientos de Cempoal.

Vuelto al aposento, hablé con aquellos señores que tenía presos y les pregunté qué era la causa que me querían matar a traición, y me respondieron que ellos no tenían la culpa porque los de Culúa que son los vasallos de Mutezuma, los habían puesto en ello, y que el dicho Mutezuma tenia allí en tal parte, que, según después pareció, sería legua y media, cincuenta mil hombres en guarnición para lo hacer, pero que ya conocían cómo habían sido engañados, que soltase uno o dos de ellos y que harían recogerla gente de la ciudad y tomar a ella todas las mujeres y niños y ropa que tenían fuera, y que me rogaban que aquel yerro les perdonase, que ellos me certificaban que de allí adelante nadie les engañaría y serían muy ciertos y leales vasallos de vuestra alteza y mis amigos. Después de les haber hablado muchas cosas acerca de su yerro, solté dos de ellos, y otro día siguiente estaba toda la ciudad poblada y llena de mujeres y niños muy seguros, como si cosa alguna de lo pasado hubiera acaecido; y luego solté todos los otros señores tenía presos, con que me prometieron de servir a vuestra majestad muy lealmente...

Hernán Cortés, Cartas de relación,  Colección "Sepan Cuantos...",núm. 7,  Editorial Porrúa, 14 ed., México, 1985, pp. 44-45.

 

Rosa Camelo. Maestra en historia por la UNAM. Investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM. Especialista en historiografía y en historia colonial de México.

 

Camelo, Rosa, “La matanza de Cholula”, Arqueología Mexicana, núm. 49, pp. 52-55.

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