La navegación en la iconografía maya

Sonia Lombardo De Ruiz

Para los mayas de la antigüedad, la navegación formó parte de su mundo simbólico e imaginario y se incorporó a la mitología: el tránsito al más allá se simbolizaba por medio de la navegación y las canoas eran el vehículo para lograrlo. Esta simbolización debió gestarse a partir de la experiencia colectiva del transporte acuático que practicaron desde tiempos inmemoriales. Los testimonios iconográficos dan cuenta no sólo de esa vertiente mitológica sino también de la importancia que tuvo la navegación para el comercio, la guerra y la historia del pueblo maya.

 

El territorio ocupado por los mayas -rodeado de litorales, poblado de lagos, surcado por ríos caudalosos o por ríos subterráneos que se hacían visibles a través de bocas abiertas en la tierra calcárea- ofrecía a la población muchas posibilidades de subsistencia por medio de actividades relacionadas con el agua.
Como en todas las civilizaciones agrícolas, el preciado líquido tuvo una importancia clave para el desarrollo de la cultura maya. Sus pueblos aprovecharon al máximo el agua de la lluvia y construyeron canalizaciones y depósitos para su almacenamiento. En las Tierras Bajas se desarrollaron, en pantanos, ríos y lagos, técnicas para utilizarla en beneficio de la agricultura intensiva, las cuales consistían en el uso de drenes y en la construcción de campos elevados que seguían un sistema similar al de las chinampas. En la planicie norte, la construcción de chultunes -depósitos para recoger el agua de lluvia- y los cenotes fueron vitales para el asentamiento y la subsistencia de las comunidades. Por otra parte, la edificación de muelles y puertos fue paralela al establecimiento de vías acuáticas.

 

Navegación y simbolismo

Estas experiencias cotidianas llevaron a los mayas a una interiorización de las cualidades o funciones del agua, las cuales fueron simbolizadas de diversas maneras o personificadas en deidades asociadas esencialmente con la fertilidad.

Al mismo tiempo, las actividades vinculadas con el ambiente acuático llevaron a los pueblos a fabricar un instrumental adecuado para su realización. Artefactos imprescindibles en ese medio fueron las canoas y los remos, que también pasaron a formar parte de su mundo simbólico e imaginario y se incorporaron a la mitología.

En el entierro de un importante gobernante de Tikal, Guatemala (ca. 733 d. C., durante el periodo Clásico Tardío), entre los objetos del ritual funerario se encontraron unos huesos esgrafiados en los que se delinearon algunas escenas. En una de ellas se ven siete figuras que navegan en una canoa. Se puede reconocer al Dios Jaguar, que rema al frente, y a continuación a Kankin –una especie de perro con el símbolo del día-, un perico, un hombre joven, un mono y una iguana -todos los animales con posiciones y ademanes humanos-, así como al Dios Viejo de la Espina de la Mantarraya, que rema también, en la parte posterior de la embarcación. En otras dos escenas navegan los mismos personajes, colocados en diferente orden, pero parece que la canoa se está hundiendo.

Algunos investigadores, como David Kelley o Karl Taube, han interpretado estas escenas como parte del mito de la creación de los hombres, que se conserva en el libro del Popol Vuh, y de acuerdo con él, el hombre joven que viaja en la barca sería entonces el Dios del Maíz, ya que fue hasta que se nutrieron con el grano de esta planta cuando los humanos adquirieron la vida.

Otros autores, como Linda Schele y Mary E. Miller, consideran que la canoa descrita en primer término significa el transito por la vida del llamado Gobernante A -enterrado en la tumba que contenía los huesos esgrafiados-, representado en la figura del hombre joven que se encuentra al centro de la embarcación. A poyan su interpretación de la escena en una serie de glifos que aparecen en una línea vertical en los propios huesos, en los que han descifrado el siguiente texto: "Él navegó, Gobernante A, 4 katunes, hacia su pasaje". Esto es, registran que vivió cuatro veintenas.

Las canoas que se están hundiendo en las otras dos escenas significarían su muerte, simbolizada por la entrada al inframundo, el cual siempre fue considerado en los mitos mayas como el agua subterránea, a la cual descienden los gobernantes muertos y, después de librar innumerables obstáculos interpuestos por los dioses de la muerte, renacen vencedores y triunfantes -como renace diariamente el Sol que emerge del inframundo- para reunirse con los dioses, igual que sus ancestros que los precedieron en el pasaje a Xibalbá, el mundo de los muertos.


Lo interesante es que, en ambas interpretaciones, a través de la analogía se simboliza el tránsito al más
allá por medio de la navegación, y
que las canoas son el vehículo para
lograrlo, simbolización por demás común en la mitología de muchas otras culturas y que debió gestarse entre los mayas a partir de la experiencia colectiva del transporte acuático que practicaron desde tiempos inmemoriales.

Conforme se fue incrementando el intercambio interregional de productos -especialmente a finales del Clásico y principios del Posclásico (ca. 900-1100 d. C.), con la creciente participación de los mayas chontales procedentes de la costa entre los actuales estados de Veracruz y Tabasco-, se intensificó el comercio de larga distancia entre el área maya y el altiplano de México. La colaboración de los grupos guerreros con la empresas comerciales fue amplia, y ello generó una militarización del territorio para proteger y garantizar el buen flujo en las rutas de navegación.


Junto con los productos, también llegaron al área maya ideas religiosas, modas y costumbres que denotaban su origen mexicano, las cuales fueron adoptadas por las élites gobernantes hasta crear una nueva cultura, diferente de la tradición del Clásico (100 a 900 d. C.). Las pinturas murales de Chichén Itzá -sitio que fue el asiento principal de los innovadores- dan testimonio de estos hechos.

 

Sonia Lombardo de Ruiz. Doctora en historia. Investigadora de la Dirección de Estudios Históricos del INAH.

 

Lombardo de Ruiz, Sonia, “La navegación en la iconografía maya”, Arqueología Mexicana núm. 33, pp. 40-47.

 

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