La Tlaxcala Virreinal

Andrea Martínez Baracs

La Tlaxcala virreinal fue gobernada por un ayuntamiento indígena que, con el cronista Diego Muñoz Camargo y el franciscano Gerónimo de Mendieta como grandes aliados, defendió los privilegios que le dio la corona española, frente al derrumbe demográfico y el empobrecimiento generalizado.

 

Los tlaxcaltecas no se consideraron conquistados sino conquistadores, aliados privilegiados de la corona de Castilla. Desde el inicio pagaron caro esa alianza, con pérdidas humanas, con la participación de numerosos contingentes de nobles y macehuales en las guerras de conquista, con la destrucción de bienes, con tributos y con servicios personales. Por ello insistieron siempre en hacer valer, ante los nuevos amos, la alianza y su costo.

 

Un gobierno indio virreinal

Tras la guerra de conquista, el gobierno indio de Tlaxcala ordenó, para enviarla a la corte, la elaboración de una pintura que representaría tanto la provincia de Tlaxcala, reconstituida bajo el dominio del rey de España, como los múltiples servicios que dio a la corona en la conquista de un amplio territorio: el llamado Lienzo de Tlaxcala (ca. 1552). Los elementos de esa refundación política y religiosa aparecen claramente en el cuadro principal del lienzo: un cerro que representaría el altépetl (atl tépetl, agua y cerro, la representación glífica de las ciudades-Estado nahuas); las armas de la casa de Austria; el escudo de armas de Tlaxcala (otorgado por el emperador Carlos junto con el título de Leal Ciudad, en 1535); la iglesia y el convento de San Francisco –bajo la advocación de la Asunción (instituida el 15 de agosto de 1521 para conmemorar el momento del triunfo final de la conquista)–, y la primera cruz en Tlaxcala, erigida antelos grandes tlahtoque, esto es, la conversión de los señores de Tlaxcala, y con ellos de toda la provincia.  En torno a estos símbolos, los tlahtoque de las cuatro cabeceras, Ocotelulco, Tizatlan, Quiahuiztlan y Tepetícpac, aparecen de cuerpo entero y en gran tamaño, con su indumentaria y las divisas de sus respectivas cabeceras. Pero todos estos símbolos y personajes no existen en un vacío: los protegen, como cuatro ejércitos, amplios y ordenados despliegues de glifos de casas señoriales, tantos como tenía cada una de las cabeceras.  El dominio virreinal en Tlaxcala significó así una centralización política mayor a la que existía antes de la conquista, con un gobierno indio dominando el conjunto del territorio llamado Tlaxcala. También se dio la constitución de ese gobierno indio como ayuntamiento o cabildo, con los tlahtoque convertidos en regidores perpetuos, cogobernando dentro de un ayuntamiento elegido por un cuerpo de electores, y constituido por el gobernador indio, alcaldes, regidores y otros cargos menores. Uno de los grandes logros políticos de los señores indios de Tlaxcala fue que ese gobierno al modo castellano continuó representando a las cabeceras y a las casas señoriales dentro de ellas. Ocotelulco y Tizatlan predominaban antes de la conquista, pero con el paso del tiempo, las cabeceras fueron mezclándose, las casas señoriales se empobrecieron y enfrentaron la competencia de los nuevos ricos de ciudades y pueblos, y el mestizaje creciente de la población fue abriéndose paso frente a los señores que eran o pretendían seguir siendo indios puros.

 

Privilegios y perjuicios

En la primera mitad del siglo XVI, la corona española distinguió a Tlaxcala por su apoyo en la conquista: no sería puesta en encomienda, sino que quedaría bajo la corona; sus habitantes no serían tributarios, sino vasallos libres que contribuirían voluntariamente; tendrían derecho a escribir directamente al rey, en su calidad de “primos”. Estas distinciones no libraron a la población tlaxcalteca y a su gobierno indio del empobrecimiento gradual, que empeoró desde luego por la catástrofe demográfica que, entre epidemias y hambrunas, destruyó a la población indígena que no repuntó hasta principios del siglo XVIII. Para hablar de la principal pero no la única carga impuesta a la provincia, el “reconocimiento del supremo señorío” (otro nombre para el tributo) fue fijado en 1522 en 8 000 fanegas de maíz al año, cantidad fija que los 100 000 hombres que tenía entonces la provincia podían entregar sin dificultades; pero esa tasación no fue modificada a lo largo del siglo XVI. Tras la gran mortandad de 1576, quedaron en Tlaxcala 23 000 tributarios. Para 1599 se calcula conservadoramente que la población tlaxcalteca disminuyó en 85%: de cada cien habitantes, quedaron 15.

 

La autodefensa de un gobierno indio durante los tres siglos virreinales

Pero las dudosas o meramente honoríficas distinciones que el “señorío tlaxcalteca” recibió de la corona fueron audaz, tenaz y sistemáticamente defendidas y, sobre todo, reinterpretadas por los gobiernos indios a lo largo de los tres siglos virreinales. Principalmente, el reconocimiento al gobierno indio y su jurisdicción permitió la integridad territorial de la provincia, integridad que a lo largo de esos tres siglos fue amenazada por diversas fuerzas, desde los labradores europeos cansados de depender de un gobierno indio, pues no hubo modo de que lograsen tener un ayuntamiento propio, hasta los asentamientos de importancia, como Huamantla o Topoyanco, que desearon y nunca obtuvieron su autonomía. Aquello de poder escribir directamente al rey fue interpretado como el derecho a prescindir de autoridades intermedias, por lo que las fundaciones del norte de México que encabezaron los tlaxcaltecas en 1590-1591 fueron ajenas a la jurisdicción de la audiencia de Guadalajara y dependieron de la gobernación de México, lo cual les dio una relativa pero muy útil autonomía. Y cuando la reforma territorial borbónica pretendió incluir a la provincia de Tlaxcala dentro de la intendencia de Puebla (1786), lo que era lógico pues la provincia quedaba incluida dentro de esa intendencia, el gobierno indio de Tlaxcala peleó hasta lograr separarse por completo de ella en 1793. La misma fuerza autonómica logró que Tlaxcala sea hoy un estado.

 

Andrea Martínez Baracs. Doctora en historia por El Colegio de México. Ha publicado varios estudios, documentos originales y traducciones del náhuatl al español acerca de los indios de Tlaxcala durante el virreinato, entre otros temas. Directora de la Biblioteca Digital Mexicana (BDMX) desde 2009

 

Martínez Baracs, Andrea, “La Tlaxcala Virreinal”, Arqueología Mexicana núm. 139, pp. 66-73.

 

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