En la lápida que cubrió el sarcófago de K ́inich janaa’b Pakal I, gobernante de Palenque de 615 a 683 d.C., se grabó el descenso de su alma, después de muerto, al inframundo, lugar en donde renacería para ascender al cielo. Sarcófago y tapa están en una construcción en el interior del Templo de las Inscripciones; en ese lugar, al que se llega por una serpenteante escalera, los mayas de Palenque depositaron el cuerpo del rey el 28 de agosto de 683 d.C., y ahí permanecería, lujosamente ataviado con su ajuar funerario, hasta que en 1952 fue visto de nuevo por el equipo al mando del arqueólogo Alberto Ruz Lhuillier.
En la lápida, una de las obras maestras de la escultura maya, se ve, de abajo arriba, el mascarón descarnado del llamado monstruo de la tierra, de cuyas fauces, con grandes dientes en ambos lados, renace –como el maíz, grano del que según la cosmogonía maya estaban hechos los seres humanos de esta era– K ́inich janaa’b Pakal I. El monarca ascenderá por el tronco, que desplanta de su vientre, del árbol cósmico hasta el cielo representado por el dios Itzamnaaj en dos de sus advocaciones: como ave posada en lo alto del árbol y por dos cabezas serpentinas, que se ven a ambos lados. El rey está simbolizado en el centro del universo, en el nivel terrestre, lo que significa que ha renacido, que es eterno y que no muere, como se ve en otros grabados de Palenque en donde asesora a sus nietos, quienes también gobernaron Palenque.
En la ciudad de Palenque se han descubierto otras tumbas reales y es, hasta ahora, el lugar en donde mejor se ejemplifica el concepto que del alma tenían los mayas, quienes creían que el alma de los muertos se podía perder o ser robada, por eso es que en la cámara mortuoria del Templo de las Inscripciones se construyó un tubo para que el alma del difunto pudiera escapar si se viera en peligro. La costumbre de poner una vía para protección del alma se ha visto en otros monumentos de Palenque.
Tomado de, Arqueología Mexicana, Especial 44, Mundo maya. Esplendor de una cultura