Las Dos Piedras, de León y Gama

Las Dos Piedras, de León y Gama

El descubrimiento de las Dos Piedras, una de ellas el 13 de agosto de 1790 y la otra el 17 de diciembre del mismo año, no solamente causaron asombro entre los habitantes de la capital de la Nueva España sino que constituyeron un acontecimiento que el conde de Revillagigedo supo apreciar y, con ello, sentar las bases de la tradición mexicana de resguardar el pasado arqueológico de nuestro país.

Los habitantes de la ciudad de México –entonces capital de la Nueva España–, se arremolinaban comentando el suceso, el descubrimiento de aquella escultura de aspecto singular que había sido encontrada el 13 de agosto de 1790, cuando los trabajadores encargados de nivelar la plaza mayor de la capital con el propósito de empedrarla, a poca distancia de la superficie, encontraron la imagen monumental de una deidad de tiempos prehispánicos. Este monolito se ubicaba en la parte frontera del palacio virreinal a corta distancia de su torreón sur.

Algunos meses más tarde, el 17 de diciembre del mismo año, otra piedra de gran formato fue descubierta en las cercanías de la anterior, igualmente se desenterró a sólo media vara de profundidad. Las dos piedras se ubicaban hacia el poniente de la segunda puerta del real palacio y al norte de aquel conjunto dedicado al comercio llamado El Portal de las Flores, el que se localizaba en el terreno que actualmente ocupa el Edificio Gemelo del entonces Gobierno del Distrito Federal, que cierra por la parte sudeste la plaza mayor de la ciudad de México.

Gobernaba por aquel entonces la Nueva España el virrey conde de Revillagigedo, quien había llegado algunos años antes a la floreciente colonia; este personaje fue uno de los mejores gobernantes que enviara la metrópoli a México, claro exponente de la corriente ilustrada que dominaba en aquellos tiempos en Europa. Revillagigedo había participado del interés y la curiosidad que despertaron los hallazgos de Pornpeya y Herculano, cuando Carlos III de España había sido rey de Nápoles, por lo que no es de extrañarnos que el descubrimiento de las dos piedras le hubiera permitido salvaguardar la integridad de éstas y aún más, iniciar con una de ellas la tradición mexicana de resguardar el pasado arqueológico de nuestro país.

Sabemos, por las noticias del descubrimiento que nos dejara don Antonio de León y Gama en su famosa obra Descripción Histórica y Cronológica de las Dos Piedras, que el corregidor de la ciudad, coronel don Bernardo Bonavia y Zapata, envió una comunicación al virrey explicando que:

En las excavaciones que se están haciendo en la plaza de Palacio para la construcción de tarjeas (sic), se ha hallado, como se sabe, una figura de piedra de un tamaño considerable, que denota ser anterior a la conquista. La considero digna de conservarse, por su antigüedad, por los escasos monumentos que nos quedan de aquellos tiempos, y por lo que pueda contribuir a ilustrarnos. Persuadiendo que a este fin no puede ponerse en mejores manos que en las de la Real y Pontificia Universidad.

Revillagigedo responde positivamente indicando que se envíe a dicha institución además de que ordena hacerla medir, pesar, dibujar y que se realicen grabados de su imagen con el propósito de publicarla.

De esta manera fue enviado al patio de la Universidad Real y Pontificia el monolito que tiene la forma de una mujer con una falda de serpientes, que luce un impresionante collar de manos cortadas y corazones humanos, en cuyo centro, a manera de colgante, destaca un cráneo humano que conserva los ojos; la figura carece de cabeza y manos humanas, en su lugar desplantan brutales cabezas de ofidios que se encuentran frente a frente creando la fantasía de un segundo rostro serpentino de la deidad, otras de sus partes se dirigen amenazantes al espectador sustituyendo las extremidades de la mujer.

León y Gama identificó a la deidad como Teoyaomiqui, la cual, según su propia interpretación, se encargaba de recoger las almas de los muertos. Él mismo informa que por su faldellín es también la diosa Coatlicue, y la presencia de las dos grandes serpientes en la sección superior de la escultura la relacionan con la diosa Cihuacóatl. En nuestros tiempos, la mayoría de los estudiosos están de acuerdo en denominarla Coatlicue y darle un carácter de deidad de la fertilidad de la tierra, madre de los dioses y de los hombres.

Por lo que respecta al segundo monumento, causó mayor curiosidad, debido principalmente a que, no obstante su forma casi cuadrangular, en una de sus caras tenía escrito un círculo de gran perfección, compuesto por relieves alusivos a los cultos solares y a los conocimientos calendáricos y astronómicos de los antiguos mexicanos.

La descripción del contenido e interpretación que León y Gama hace de este monumento nos permite valorar los estudios y conocimientos que este hombre tenía para aquellos tiempos, correspondientes al final del siglo XVIII. Sabemos, por la biografía que de él escribió Carlos María de Bustamante, responsable de la segunda edición de su libro, que nuestro autor nació en la ciudad de México en 1735 y que a lo largo de su vida se aficionó a las matemáticas, a la astronomía, a la zoología y muy especialmente a la historia de los antiguos mexicanos, para lo cual había coleccionado códices y viejas relaciones de las civilizaciones indígenas pretéritas, cuando no en original, ordenando su copia.

León y Gama era un verdadero conocedor de la cronología indígena y en gran medida de la religión de los antiguos nahuas, lo que le permitió aproximarse a una interpretación bastante precisa para su momento de estos dos monolitos, especialmente el segundo, que hoy conocemos como la Piedra del Sol o más popularmente nombrada Calendario Azteca. Por cierto que este monumento tuvo un destino diferente al de la Coatlicue. Los maestros mayores, arquitectos responsables de la construcción de la Catedral, solicitaron al virrey les fuera otorgada la escultura con el propósito de empotrarla en una de las caras de la torre occidental de dicha iglesia, en donde estuvo a la vista del público hasta 1885.

El libro de León y Gama, que tiene un título kilométrico –muy a la moda de la época barroca y que por comodidad se conoce como Descripción histórica y cronológica de las dos piedras, que con ocasión del nuevo empedrado que se está formando en la Plaza Principal de México, se hallaron en ella el año de 1790, fue publicado en 1792 acompañado de unos hermosos grabados en donde se reprodujeron las imágenes de Coatlicue en varias vistas y de la Piedra del Sol. En 1832 se realizó la segunda edición, debido no sólo a la rareza bibliográfica en que se había convertido dicho libro, sino también porque el editor enriqueció la obra agregando el relato de otros descubrimientos que habían ocurrido años más tarde.

Sin lugar a dudas se ha considerado que el hallazgo de estas dos piedras y el relato del mismo, así como su interpretación, incluidos en la obra de León y Gama, forman la base de los estudios arqueológicos mexicanos; con ellas se inicia brillantemente la historia de esta disciplina en nuestro país.

 

Felipe Solís (1944-2009). Arqueólogo, maestro en antropología. Fue subdirector de Arqueología del Museo Nacional de Antropología. También fue director del Museo Nacional de Antropología.

Solís, Felipe, “Las Dos Piedras de León y Gama”, Arqueología Mexicana, núm. 4, pp. 41-43.

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