Cuando llegaron los españoles al Nuevo Mundo, en busca de riquezas, también se percataron de la exuberancia de las plantas que había en estos territorios y de la gran abundancia de plantas curativas que empleaban los nativos. La fama de estas maravillas había llegado a los oídos de la corte española. Por ello el rey Felipe II, que ascendió al trono el 25 de octubre de 1556 y había contraído una cuantiosa deuda, buscando todas las opciones posibles para mantener su poderío comercial organizó la Primera Expedición Científica, para saber cuáles eran las riquezas reales del Nuevo Mundo con las que podía contar. Para esta ambiciosa empresa se eligió al protomédico Francisco Hernández (de 53 años de edad), quien era el médico de la corte que sin lugar a dudas más sabía sobre plantas medicinales (Lozoya, 1991). Felipe II le otorgó el título de "Protomédico de Todas las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano" el 11 de enero de 1570, para que documentara las plantas y los animales y reconociera las plantas medicinales que pudieran ser verdaderamente valiosas. Para lograr estos objetivos, el monarca le dio prolijas instrucciones (Somolinos, 1960).
Con esta responsabilidad, Francisco Hernández se enfocó principalmente a las plantas medicinales, lo cual no le permitió abundar más en otros atributos de las plantas, por ejemplo, su valor ornamental. Aún así, en su obra Historia natural de la Nueva España no dejó de comentar los atributos de ciertas plantas muy vistosas y la hermosura de sus flores.
Al parecer, cuando Hernández incluye alguna planta en esta categoría es porque tiene flores grandes y vistosas. Así, menciona repetidamente este tipo de comentarios:"...son de flores hermosas", "...de muy hermoso aspecto", "...con flores grandes de hermosísimo aspecto", "...flores bellísimas y muy numerosas" y "...olorosas", entre otros. Incluso hace comparaciones entre plantas de la Nueva España y las plantas de su tierra, en lo relativo a forma, olor, tipo de raíz, forma de las hojas, etc. En el caso de las plantas que además de ser bellas poseen propiedades medicinales o alimenticias, se centra en su descripción en estos campos, y sólo de paso menciona que tienen flores hermosas o que su aroma es de cierto tipo.
En algunas ocasiones pareciera que Hernández está desilusionado, cuando menciona que de esta o aquella planta sólo se emplean sus flores para "ramilletes, coronas o perfumes", lo cual no era de su interés pues no se podían aprovechar, a diferencia de los indígenas, para quienes sí eran de gran valor. Un ejemplo de esto es la aquílotl, planta voluble que nace junto a las aguas y que hoy en día se conoce como mosqueta. Su desilusión se refleja en este comentario: "los naturales de estas tierras no conocían los collares pulseras o brazaletes, si no eran hechos de flores", por lo cual este tipo de plantas de ornato tenían gran significación para ellos. Además de la importancia de las plantas como adorno personal, Doris Heyden (1985) menciona que los jardines del México prehispánico eran característicos de los monarcas, que se hacían expresamente para el placer de los señores y que parecen haber contenido solamente flores y plantas medicinales. Estos jardines "daban... gran contento a los que entraban en ellos, por la variedad de flores, y rosas que tenían y por la fragancia y buen olor que de sí echaban" (Herrera, 1945, citado en Heyden, 1985). Las flores tenían jerarquías; algunas se reservaban para los nobles y los guerreros destacados, hasta el grado de que había pena de muerte para aquellos que tomaran ciertas flores y no eran señores o tenían permiso. Esto refleja la importancia que las plantas ornamentales tenían para las culturas indígenas, ya que se acostumbraba ofrecer un gran número de flores en las fiestas de los dioses. Asimismo, se consideraba como expresión de grandeza presentarse con ramilletes en las manos y era signo de respeto ofrecer ramilletes, guirnaldas y collares de flores a las personas de autoridad, para lo cual los nobles tenían una constante provisión de flores (Paso y Troncoso, 1886). La importancia concedida a las flores no la compartía la corona española, que en esa época buscaba recursos de gran valor, que pudieran ser transportados a ultramar.
Tomado de Edelmira Linares y Robert Bye, “Las plantas ornamentales en la obra de Francisco Hernández ."El preguntador del rey"”, Arqueología Mexicana núm. 78, pp. 48 - 57.
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